Desde aquel lugar la vista era inmejorable. Pasaba las tardes enteras sentado allí, observando el increíble ajetreo. Sentía una irresistible curiosidad por saber cómo sería estar en medio de aquel bullicio y aquella tarde sucumbió a la tentación. De un salto salvó los tres metros de altura. Oí su insistente llamada y le busqué. Salí, me asomé y allí estaba, con el pánico reflejado en sus redondos ojitos, maullando sin cesar. Saltar a la calle había sido fácil pero volver a subir…eso era más difícil.
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