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Un monstruo en la pared

Era una mujer llena de bondades y estlizadamente bella. Joven, muy serena en sus juicios y con un deseo en verdad grande y urgente por aprender a ser poeta.

Supo aprovechar los espacios de la moderna ciencia cibernética y se fue metiendo en el ánimo de muchos buenos amigos en foros literarios de aprendices de poeta.

Pergeñaba a mansalva recados y saludos delicadamente atentos y de todos los estilos audaces para otros poetas y posteriormente en el sistema de Internet introdujo sus apetencias de escritora novel, escribiendo un día sí y al otro también textos con verdaderos ímpetus de juventud y con el aroma de sus sueños subsidiados.

A tanto traspasar fronteras con sus letras encontró un misterioso portal, en donde se premiaba las formas estridentes, la explicación retorcida e incoherente, las curvas psicológicas, frías, absurdas, caprichosas y las pinceladas carentes de métrica, rima y la más elemental acentuación, pero altamente surrealistas y disfrazadas de palabras audaces pero sin sintaxis ni utilidad espiritual y carente de mensajes y de ligeras sombras literarias. Aprendió a llamarle fuego al agua y a decirle agua al fuego. El pan ya no era pan, era vino. Al vino se le llamaba pan aunque oliese a vino. Por ahí, en ese sitio de enseñanzas mecánicas y de consejos vestidos de supuestos encajes literarios, alguien le dijo que lo frió quemaba y lo caliente partía las manos de tan helada sensación. Los hielos se derretían dentro de los refrigeradores en los más crudos inviernos y los veranos, otrora incandescentes, eran temerariamente helados. En suma, Pitágoras se volvió para ella un genio del mal introducido toscamente en las ciencias matemáticas por los malos hados. Platón, dejó su lugar de cienciólogo de la ética y de la razón pura, para pasar a ser un maldecido de la filosofía; es más, ya no servía ni para sofreír la lógica menos conspicua y más elemental de este mundo de egoístas y envidiosos.

En una noche de viento otoñal advirtió, nuestra buena amiga, un cuadro en la pared de su recámara de contornos misteriosos. Sólo faltaba en la parte del medio la figura principal. Casi en la penumbra de la obra pictórica creyó descubrir un raro monstruo de alas caprichosas, pero no identificado en todos sus detalles y no obstante la parte difusa de la pintura invitaba a la confusión y al miedo. ¿Ella se había colocado en sus sueños en el idílico edén de los poetas y ahora ese cuadro se le convertía en amarga pesadilla. Era ella la dama de las comas y los acentos y las noches en vela para seducir a las musas que en una mano sostienen una rosa y en la otra el teclado de una moderna computadora?

Casi pidiendo a Dios no le arrebatase el derecho de permanecer en una misma postura, pero como imagen misma de la Gloria, como estatua de sal, como piedra que en la ventisca sabe soportar el tremolar de los aires más violentos, solicitó al divino Creador quedarse así para siempre dormida dentro del lienzo.

Lo curioso del asunto es que la pintura, está al centro, desde hace muchos años de la sala más visitada de una vetusta pero interesante pinacoteca argentina y desde entonces ahí duerme en el olvido y la indiferencia universal la más mágica poeta. La pintura con sus desdibujadas pinceladas es el rostro mismo de la excelsitud ideográfica. El monstruo se ha perdido en la penumbra y hoy es el personaje principal de tan curiosa obra y ahí está, moviendo la pluma ante los ojos de los azorados visitantes y devorando una rosa, sigilosamente. Los observadores de tan ilusoria pintura creen descubrir en sus fantasmales siluetas las formas caprichosas de una bella aprendiz de poeta, pues el monstruo se ha esfumado entre las letras de un fugaz y cadencioso soneto.


Julio Serrano Castillejos

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Publicado el: 26-11-2016
Última modificación: 26-11-2016


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