☰ menú
//



Mi primer viaje a Europa - Cuarta parte


Nuestros amigos de Roma nos advirtieron sobre los riesgos de ir al sur de Italia, sobre todo a Nápoles en donde –a decir de los propios italianos- engañan al más inteligente de los mortales por ser especialistas en urdir pequeños y grandes fraudes, sobre todo con el deliberado propósito de sorprender a cualquier confiado turista. Les comenté a Edgardo y a Manuel que a mi padre hacia dos años y medio en Nápoles le fue necesario tomar los servicios de un taxista para ir a Pompeya, por estar en servicio de taller el automóvil por él rentado. Preguntó por el costo del traslado y al tener ya pactado el precio con el taxista, para no dejar rendijas hacia un posible engaño, le preguntó: -“¿En el precio está considerado el viaje de ida y vuelta, el desgaste del motor y las llantas, el consumo de aceite y gasolina y la propina de usted?”. El taxista respondió: -“Sí, señor”. Entonces vino la pregunta de amarre: -“¿En el precio está considerado el tiempo que nos va a esperar a mí y a mi esposa para recorrer sin apresuramientos las ruinas de Pompeya?”. El chofer napolitano dijo nuevamente: -“Sí, señor”. Cuando el taxista dejó a sus pasajeros en el hotel de Nápoles después del recorrido de ida y vuelta hacia Pompeya, mi padre sacó los billetes y pagó la cantidad convenida. –“Me debe usted otro tanto igual- aseveró en tono socarrón el napolitano- pues nada más me dio lo del pasaje de usted, falta el de la señora”.

Tomamos nuestro Renault y emprendimos viaje hacia el sur siempre por la costa del mar Tirreno hasta arribar a Nápoles y convertirlo en el centro de nuestras operaciones, para ir a conocer la isla de Capri y así mismo para recorrer las ruinas de Pompeya y acercarnos a Sorrento. En el hotel donde nos alojamos conocimos a una familia de yucatecos en su tercer recorrido por Europa, quienes paradójicamente nunca habían estado en la ciudad de México. Nápoles por aquellos días ya tenía poco más de un millón de habitantes, lugar de colinas y de bloques calcáreos situado en los montes Apeninos y muy cerca del Vesubio. Zona eminentemente agrícola y de un estilo de gentes totalmente distinto al de la parte central y norte de Italia, exhibiendo como evidencia de su natural idiosincrasia el desapego a las inhibiciones, como lo prueba su afición a colgar la ropa para secarla al sol a la vista de todos, y de tal manera, en las ventanas y balcones de las casas de los napolitanos las pantaletas ondean al viento cual banderas nacionales, e igualmente el resto de prendas íntimas. Ante la amenaza de una recaída de la bronquitis desarrollada en Carcasona, Francia, una soleada mañana me eché a buscar a una persona para inyectarme un medicamento del botiquín organizado desde México por mi padre. En una callejuelas de una zona, ciertamente no muy elegante, localicé a una joven mujer –por las indicaciones de los vecinos- avezada en eso de cargar la jeringa y luego aplicar la inyección en el glúteo. La joven napolitana, de unos veintisiete años, de ojos profundamente negros, de muy bonito rostro y de piel semejante a la del durazno en lo mejor de su madurez, le daba el pecho a su pequeño hijo cuando ingresé- a invitación de ella- a la pequeña sala de su casa. Me propuso tomar asiento en una silla y mientras continuaba su acción de alimentar en directo a la criatura, sin cubrirse ni voltear su cuerpo a manera de darme la espalda, platicó conmigo haciéndome preguntas sobre mi lugar de origen, mis experiencias turísticas y otras cuestiones hasta en tanto el niño terminó de succionar tan turgentes carnes. Cubriendo apenas la parte alta de su cuerpo (no se abotonó la blusa), colocó al infante en una cuna, tomó una jeringa, la hirvió junto con una aguja, me pidió el medicamento y procedió a aplicármelo. Me cobró una nadería y salió a despedirme amablemente al quicio de su puerta. El incidente pinta de cuerpo entero el temperamento napolitano, muy distinto al de la gente de otros lugares de la península italiana. Ya en el automóvil les comenté a Manuel y a Edgardo mi reciente experiencia con la bella napolitana, y al unísono me dijeron: -“¿No le pediste al niño compartir su desayuno?”

Al conocer la isla de Capri recordé la película “Sinfonía otoñal” de Joseph Cotten y Jhoan Fontaine estrenada en el cine México de la capital de la república mexicana allá por 1950, pues la parte principal de dicho film se desarrolla en ese paradisíaco lugar, en donde ya me encontraba –como en un sueño- con mis dos inseparables amigos. Nos condujeron a la parte alta de la isla en un camión pequeño, recorrimos las angostas calles y en la zona comercial compré una mascada de seda italiana, según yo para obsequiársela a la que en un futuro fuese mi esposa. Esa circunstancia denuncia el romántico ambiente de Capri, en donde vivió Tiberio once años y de quien hace referencia en su libro “La historia de San Michele” el escritor sueco nacido a mediados del siglo XIX (1857) de nombre Axel Munthe. Por cierto, Edgardo Padilla leyó en nuestro recorrido por Europa dicha obra platicándonos a Manuel y a mí la interesante vida del referido escritor titulado como médico a la precoz edad de 20 años y su facilidad para relacionarse con humanos y animales, al grado de obtener un reconocimiento internacional. Nos facilitó Edgardo más información alrededor de este personaje, quien además –dijo- de haber cultivado amistad con miembros de la realeza europea y otras celebridades de su época, fue escogido por los últimos zares de Rusia, Nicolás y Alejandra, para hacerse cargo del zarevich Alexis, aquejado de hemofilia. Como Axel Munthe no aceptó la distinción, lo substituyeron con Rasputín, aventurero y monje ruso asesinado por el príncipe Yussupov.

Como no podíamos irnos sin ver la Gruta Azul alquilamos una lancha y a su respectivo conductor y entramos al sitio visitado anualmente por cientos de miles de turista. Ahí, un singular efecto de reflejo de la luz del sol rebotado por la superficie de las aguas, le proporciona a la gruta tonalidades en azul. Inclusive, los turistas al meter su mano en el agua ven como si de adentro se desprendiera una luz de gas neón. Guardo tres fotografías en blanco y negro de ese día tomadas por un fotógrafo ambulante.

Pompeya es una ciudad en ruinas a consecuencia de la erupción del Vesubio del año 79 después de Jesucristo que la destruyó conjuntamente con Herculano y Estabias. Las cenizas del volcán sepultaron la ciudad y con el paso del tiempo y después de dos siglos de trabajos, ya rescatada, se convirtió en una ciudad museo, en donde se pueden recorrer sus calles, sus baños públicos, sus palacios y hasta sus prostíbulos. Está ubicada en la desembocadura del río Sarno, fue una fundación de los oscos y en un tiempo de marcada influencia griega y etrusca. También recibió el nombre de Colonia Cornelia Veneria Pompeianorum. Al removerse las cenizas encontraron vasos, jarrones, balanzas, candelabros, toda clase de dados para jugar, boletos de marfil para asistir al teatro y hasta un pan tostado con letras grabadas en su corteza. Se hallaron pinturas de un indudable valor artístico, como la de una mujer en busto, con una pluma en los labios, en actitud de estar pensando lo que iba a escribir, conservada por cierto en el museo de Nápoles. Es curioso, pero la mayoría de los habitantes de Pompeya en la erupción del Vesubio no murieron por la lava ni por las cenizas, sino por la acción de los gases venenosos. Los cuerpos, al quedar cubiertos de ceniza entraron en putrefacción y en algunos casos desaparecieron totalmente pero dejaron en la ceniza, ya solidificada, sus formas originales; desarrollándose una técnica por parte de los arqueólogos consistente en inyectar yeso fresco en los huecos y al endurecerse este ya tenían un molde. Fue de esta ingeniosa manera como se hicieron vaciados para reproducir las angustiosas escenas del momento de la tragedia, así fue posible saber que hacían diversas personas, por ejemplo, panaderos que acababan de extraer una hornada. Un perro encadenado se convirtió en estatua. Las cenizas alcanzaron espesores de seis y hasta siete metros. Todas las vistas de Pompeya son impresionantes: el colosal anfiteatro ovalado, el majestuoso foro, la llamada “casa del fauno”. La casa de los Vetti fue posiblemente la más lujosa de la época; en su cocina se encontró un mueble de bronce situado todavía alrededor del fuego. En la calle principal de Pompeya se encontraban un sinnúmero de talleres, de tabernas, de panaderías, de fábricas de tejidos, una cantina con 1770 ases (moneda romana) sobre el mostrador y más de cinco mil graffiti en las paredes, entre los que llama la atención uno de origen electoral “Vota por Matiu” y una sentencia de connotación social: “Cuanta mentira para sostener la ambición” y hasta un reclamo sentimental como el de: “Amas a Hiredes que no te hace caso”.

Desde el punto de vista artístico se le considera a Pompeya de una prolijidad que salta a la vista de sus visitantes, pues además de ser el centro arqueológico romano más célebre, ofrece una visión artística de sus moradores, integrantes de una élite entregada a los placeres más mundanos sirviéndose para ello de los foros y hasta de templos como el de Júpiter y Apolo. En las épocas republicanas y en las del imperio proliferaban las esculturas de bronce y las de mármol, destacando además la pintura, los mosaicos y la composición decorativa. Cuando visitamos Pompeya sólo a los hombres adultos se nos permitía entrar a conocer las ruinas de los prostíbulos y ver en sus pequeños habitáculos la serie de pinturas lascivas, ya decoloradas por el tiempo pero todavía lo suficientemente perceptibles como para sonrojar a una casta señorita. Estas pinturas se encontraban en las pequeñas habitaciones con camas de piedra de las hetairas y de manera muy gráfica describían las maneras más usuales de realizar el acto carnal, pero las cubrían con unas pequeñas persianas para abrirlas a los turistas varones previo pago de una módica cantidad de dinero. Vimos el ingenioso sistema de desagüe, las banquetas altas para evitar la acción de las aguas, los pasos especiales para las personas de una acera a otra a utilizarse en temporada de lluvias sin mojarse los pies y los vaciados en yeso de animales y personas sepultadas por las cenizas del Vesubio. Las termas llaman la atención por su magnificencia. Edgardo nos hizo notar que las dimensiones de los lugares públicos eran sumamente pequeñas, sobre todo comparadas con las representaciones que de esos recintos se ven en las películas de Holywood.

A estas alturas de nuestro paseo habíamos agotado la dotación de cigarrillos americanos y de puros marca Haba-Tampa comprados en Nueva York, luego entonces, conseguíamos cigarrillos de marcas “gringas” en el mercado negro o fumábamos unos alquitranados llamados “Nazzionales de Exportasione”, de un olor muy agresivo y de un sabor impropio de su pretencioso nombre. Creo fue en Nápoles en donde se nos unió Alejandro Sáenz de Miera , pero con posterioridad a nuestro paso por Sorrento.

Ya habíamos transitado por toda la espinilla de la bota italiana del lado del mar Tirreno y aprovechando el símil se podía aseverar que de Nápoles hacia nuestro siguiente destino importante, Brindisi, íbamos a recorrer de la parte baja de la espinilla hacia la zona media del tacón de dicha bota, en una perfecta diagonal. Sugiero al lector abra un mapa de Italia para advertir la forma de la península, con su pantorrilla un poco abultada en la parte alta y una especie de espolón. La punta de la bota parece como si patease a la isla de Sicilia, que viene a ser la pelota para jugar al futbol o “catenaccio”, según le llaman los italianos al deporte de las patadas.

Tomamos por la carretera con destino a Basilicata, ciudad situada en una parte de los Apeninos en las cercanías del golfo de Taranto, que forma el arco del pie de la bota italiana. Pasamos por una región árida de tipo mediterráneo en donde las nevadas suelen ser muy fuertes en invierno dada la altitud de muchos de sus sitios. Como nos urgiera arribar al puerto de Brindisi decidimos caminar de noche, mientras platicábamos animadamente los cuatro estudiantes universitarios, pues según lo hice notar con anterioridad, se nos unió Alejandro Sáenz de Miera. De repente, notamos la cercanía de un automóvil de marca italiana cuyo conductor nos hacía insistentemente cambios de luces; acostumbrados a los retos establecidos tácitamente para ver cuál de los carros era más veloz le dijimos a Manuel, “métele el fierro compadre”. Traíamos al otro vehículo pisándonos los talones. Como continuasen los cambios de luces entre risas y cuchufletas le pedimos a Manuel no dejarse ganar la partida, pero algo nos hizo pensar que aquella loca carrera no era la de una competencia y decidimos encarar la situación, que se empezaba a tornar de preocupación para los cuatro, pues recordamos las advertencias de nuestros amigos de Roma en lo relativo a los peligros del sur de Italia. El otro automóvil nos emparejó y logramos ver a cuatro sujetos diciéndonos a señas y con gritos nos detuviéramos. ¿Serán asaltantes?, nos preguntamos los cuatro. Habiéndose bajado de su auto los desconocidos se acercaron al nuestro y portando sendas pistolas se identificaron como representantes de la autoridad y nos formularon un rápido interrogatorio. Al ver los cuatro pasaportes mexicanos nos pidieron disculpas y explicaron que en una población cercana se había cometido el asalto a un Banco y el número de sospechosos era precisamente de cuatro. Se despidieron cantando una tonada italiana: “¡Ay, ay, ay, seam messicani!”. (Ay, ay, ay, son mexicanos).

Ya en Brindisi sólo nos quedaba esperar el barco griego de nombre “Ibn Batuta” para ir hacia el Pireo. Tomamos los servicios de una pensión de automóviles y dejamos encargado el Renault Dauphine. Una noche, posiblemente ya al calor de algún vino de la región, en el hotel, el espigado Edgardo, Manuel y yo a las dos de la mañana cantábamos a todo pulmón la “Feria de las flores” en un impropio arranque vernáculo dado lo avanzado de la hora. Estábamos en aquello de “no hay cerro que se me empine ni cuaco que se me atore”, cuando empezó a sonar el timbre del teléfono de nuestra habitación. Era el administrador y en tono diplomático, suplicó: -“¡Muchachos cantan muy bonito pero me van a arruinar!, mañana tendré vacío el hotel”.

Brindisi en la época del imperio romano se llamó Brindisium y según me recordó Edgardo Padilla “tuvo la dudosa celebridad de haber sido el mercado de esclavos más concurrido de la antigüedad”, debido a eso –seguramente- no progresó como otras ciudades de Italia, verdaderos centros de arte en donde floreció la cultura en sus diversas formas. Ante esa circunstancia poco teníamos por hacer en el puerto, además de esperar el barco y parlotear sabrosamente. Yo aproveché los tiempos muertos para remitirles postales a mi mamá y a mis hermanos y las cartas prometidas a mi padre para darle a conocer mis opiniones de viaje.

El barco griego en nada se parecía al “Queen Mary” de la línea naviera “Cunard” a excepción de su facilidad para flotar. Se trataba de una nave sin lujos muy similar a las de cabotaje pero de dimensiones superiores. En dicha travesía nos sentaron a la mesa del capitán dado a tomar un anisado licor de nombre “ouzo”, típico de Grecia y del que nos hizo partícipes. Una noche bajo los efectos de esa bebida Edgardo Padilla se encerró en el camarote de una pasajera (acompañado de ella), pero le tocaron groseramente en la puerta y a gritos le explicaron que la muchacha era sobrina del capitán y que sus “pretensiones no eran posibles” y que de no salir iban a tirar a sus amigos al mar y también a él. Ya pasados los años me dijo Edgardo: -“Creo la muchacha no era sobrina del capitán sino que algún celoso pasajero me hizo el cuento para no dejarse comer el mandado”. La reflexión le vino a la cabeza al recordar que la Dulcinea tenía la cicatriz de un navajazo en el seno izquierdo.

Navegamos por el canal de Otranto y llegamos a Kérkyra, isla cuyo nombre latino es Corfú y en donde tuvo un palacio Maximiliano de Absburgo. Este lugar es de clima benigno en invierno y delicioso el resto del año, famoso por sus frutos y vinos y destacado en los anales históricos al participar junto a Atenas en la guerra del Peloponeso. Por cierto, en esta isla se firmó el “Tratado de Corfú” entre el gobierno Servio ahí refugiado y representantes croatas y eslovenos para integrar el estado yugoslavo en el año 1917.

Pasamos a lo largo del canal de Corinto que atraviesa el istmo griego del mismo nombre y es lazo de unión entre la parte norte de Grecia con el Peloponeso. El canal es una portentosa obra de ingeniería y tiene el ancho suficiente para dejar pasar a los barcos, pero tan cerca de sus altas paredes como para quintuplicar el ruido de las máquinas. Llegamos al puerto del Pireo y como está conurbado con Atenas muy poco tiempo después del desembarco ya estábamos alojados en un hotel del centro de la capital griega, en donde recabamos información para contratar los servicios de un guía y de ser posible alquilar un automóvil, mientras el propio esperaba nuestro regreso en el puerto italiano de Brindisi. Contactamos a una señora de unos 40 años de nombre Margarita Nerutssu, como guía.

Margarita proporcionaba sus servicios acompañada de un carro americano de ocho cilindros marca De Soto con su respectivo chofer, para transportar a sus clientes. Acostumbrados al pequeño Renault, el amplio y negro De Soto, muy parecido a uno de Edgardo, se nos antojó de una excelencia insuperable. La señora Nerutssu, según nos explicó, era hija de griego y española, aprendiendo con su madre el idioma de Cervantes desde muy niña. Era casada y con hijos, de buena estatura, algo pasada de kilogramos, de dentadura superior un poco prominente, de muy buen carácter y de amplia cultura; inclusive, nos habló de clientes habituales de la ciudad de México entre los que mencionaba constantemente a Aníbal de Iturbide y a un señor apellidado Espinosa Iglesias.

Al sitio más elevado y fortificado de las ciudades griegas desde la antigüedad se le llamó Acrópolis (del griego “akrópolis”, ciudadela o ciudad en el aire), y como es de suponerse, fuimos a conocer la de Atenas de gran esplendor en el siglo de Pericles, quinto anterior a nuestra era, y con su famoso Partenón, tan familiar para cualquier mexicano usuario de los cerillos marca “La Central”. El bello edificio está destechado pero no por la acción del paso de los siglos, sino porque en la guerra contra los turcos lo usaban para guardar pertrechos militares y lógicamente era centro preferido de los ataques del enemigo. Es una lástima ver cómo tan estético edificio ha sido víctima de acciones bárbaras, como lo fuera el saqueo de los ingleses y luego las acciones bélicas. Originalmente era un templo dedicado a la divinidad griega de las artes, de las ciencias, de la sabiduría y de la industria Palas Atenea y data del siglo V a. C. (de tiempos de Pericles). Su construcción fue obra del arquitecto Ictinos ayudado por Calicatres, construido en mármol del Pentélico, es un períptero o edificio rodeado de columnas aisladas de estilo dórico de casi 70 metros de longitud (69.54 m) por 36.87 de anchura con 8 columnas al frente y 17 a los lados. Su ornamentación escultórica estuvo a cargo de Fidias quien decoró con escenas relativas a los gigantes, a las amazonas y a los centauros. Ornamentó también los dos frontones con estatuas en mármol. Se conservan las dos fachadas y parte de la columnata. De la obra escultórica aparte de algunos relieves in situ, están repartidos sus restos en el Museo de la Acrópolis, el Louvre en la capital francesa y el Museo Británico de Londres.

Recuerdo como si la hubiese conocido ayer la Tribuna de las cariátides de la Acrópolis en donde hacen veces de columnas unos bien esculpidos cuerpos femeninos para soportar la cornisa. Cariátide es el término para describir una columna de forma humana (de hombre o mujer) que sostiene un techo o cornisa.

En Atenas primero y después en el resto del recorrido por Grecia dependíamos en mucho de Margarita Nerutssu, principalmente por la barrera idiomática y hasta por la dificultad para leer el alfabeto cirílico usado también en ruso y otras lenguas eslavas. Al leer a lo lejos “Farmakaion” (en los caracteres de San Cirilo) supusimos era una farmacia y con gusto comprobamos el acierto, recordando a nuestro querido maestro don Demetrio Frangos, catedrático de Raíces Griegas de la Escuela Nacional Preparatoria. Lógicamente tuvimos un gran acercamiento con nuestra guía y hasta nos permitíamos –a pesar de la diferencia de edades- algunas chanzas con ella como decirle que Manuel Pizarro exigía que despierto se le llamara Septién y dormido Vidal. Margarita se reía y levantaba los hombros al escuchar semejante surrealismo.
Para no aburrir al lector con prolijidades culturales he venido relatando anécdotas y observaciones personales. No es mi deseo el de contar con un elevado número de lectores y me conformo con lograr la amenidad de unos pocos amigos o familiares, cautivos por el simple afecto.
En Atenas me sentía un poco en la ciudad de México no sólo por su entorno urbano sino por el tipo de sus habitantes muy dados a entrar rápidamente a los templos (ortodoxos), darse una persignada de tres pasadas y seguir su camino rumbo al trabajo o el hogar. Los hombres de bigote y con su vestimenta muy similar a los de la clase media mexicana integrada por mestizos. Nos subimos a un autobús del servicio urbano y vimos mujeres con sus canastas ya de vuelta del mercado, en escenas propias de las líneas camioneras de la capital mexicana “Potrero-Algarín” o “Roma-Piedad y Anexas”. En una importante avenida vimos pasar a un sacerdote ortodoxo con su vestimenta religiosa, larga barba y abundante bigote. Manuel, con su cámara de fotos fijas en la mano le pidió a Edgardo se acercase al religioso para tomarles una foto. Al ver el dignatario eclesiástico al joven de estatura tan respetable cerca de él, se asustó y sin perdernos de vista empezó a caminar como si estuviese amenazado de secuestro. Como estábamos habituados a las leyes de Juárez nos pareció del otro mundo ver en la calle a un hombre con vestimenta sacerdotal y su curioso bonete.

Nos condujo la guía a conocer varios templos con pinturas de temas religiosos realizadas en trípticos, muy parecidos a las tablas de tres hojas usadas por los antiguos para escribir. La palabra deriva del griego “tryptikos” y quiere decir plegado en tres.

La guía se sentaba en el De Soto a la derecha del chofer, entre ellos dos uno de nosotros y en la parte posterior los tres restantes. En ocasiones las jornadas eran largas y para matar el tedio le contábamos a Margarita Nerutssu, nuestras fantasías. Como me era difícil memorizar el raro nombre del conductor del automóvil seguí el juego de Edgardo consistente en denominar a las gentes con el apellido de alguien que le fuese similar en facciones o en actitudes. A mí me pareció le quedaría como anillo al dedo el apellido Castañón, por encontrarle semejanza física a los hombres de una respetable familia radicada en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas: de buena estatura, delgados, de tipo varonil, de tez blanca, de rostro oval y de nariz aguileña. “Margarita, ¿no estará un poco cansado Castañón?”; “Margarita, dígale a Castañón detenga el automóvil para bajarnos a estirar las piernas”; “Margarita, dígale a Castañón suba un poco su vidrio”. El conductor del auto no hablaba español pero de alguna forma entendió que él era Castañón, e inclusive, al escuchar el referido apellido le preguntaba a Margarita en griego: -“¿Qué dijeron de mí?”-, y la guía le hacía la traducción. De esa forma tan simple establecimos comunicación con “Castañón”.

La vida me jugó una paradoja pues pasados cuatro años en unas vacaciones fui a visitar a mi familia y amigos a Tuxtla Gutiérrez y ahí me enamoré de Isabel Castañón, con la que he vivido hasta el día de escribir estas memorias 36 felices años de casado. ¡Ah!, me regaló cuatro hijos, de los que ya hablé en otro capítulo.

Un visitante del Peloponeso no puede omitir Olimpia, capital de la antigua Grecia, junto a la confluencia de los ríos Alfeo y Cladeo, famosa por el santuario dedicado a Zeus, en cuyo honor se celebraban certámenes atléticos cada cuatro años. Estos períodos –llamados olimpiadas- fueron la base del cómputo del tiempo entre los griegos y de ahí que en ese mismo lapso se celebren las olimpiadas de los tiempos modernos. Los primeros juegos olímpicos parecen haber principiado en el siglo IX a. C. Pero la primera lista de vencedores data del año 776 a. C.
La importancia de Olimpia se acrecentó bajo la protección de Esparta y sobrevivió al fin de la independencia griega, iniciándose su decadencia con posterioridad a Adriano. En sucesivas excavaciones se han hallado materiales de la Edad de Bronce en esta zona en donde destacan los templos de Hera, Zeus y Deméter.

En la ciudad de Olimpia al ingresar al comedor del hotel encontramos a un numeroso grupo de personas que cantaban alegremente. Era una familia griega entonando aquello de “tinaftó poutolene agappi” (ignoro si así se escribe) y al notar los escuchábamos con atención y brindábamos con ellos levantando nuestras copas, a través de la guía nos solicitaron les cantásemos algo de la patria mexicana. Edgardo hubiese preferido alguna área de Verdi para lucirse con un do de pecho, pero como Manuel, Alejandro y yo hacíamos mayoría, debió acompañarnos con el “Cielito Lindo” y para cerrar con el Himno Nacional. Ya a estas alturas del periplo extrañábamos la comida mexicana y nuestras melodías. En Inglaterra, Francia e Italia pedíamos en los restoranes comida para nosotros muy familiar, sobre todo en los dos citados países de origen latino, pero en Grecia no nos podíamos adaptar a platillos, para los cuatro amigos, francamente exóticos. Ya diré más adelante como trató Margarita de solventar esta situación.

Ya rumbo a la visita a la tumba de Agamenón, la guía nos pidió le enseñásemos a hablar en un español propio de México, con los giros idiomáticos nuestros para impresionar a sus clientes más distinguidos de la nación azteca. Alejandro Sáenz de Miera le dio información de primera mano y del tenor siguiente: -“Margarita, nos hemos dado cuenta que usted usa mucho calificativos como hermoso, maravilloso, grandioso y otros por el estilo. En México, cuando algo nos parece del otro mundo decimos ¡a toda madre!, con énfasis, dándole calor humano a la expresión; y si algo no nos gusta, entonces acomodamos las frases ¡está de la fregada!, ¡a mí no me vengan con fregaderas! y así por el estilo. Ahora bien, cuando nos enojamos con nuestro interlocutor para hacerle sentir la dimensión de nuestra molestia simplemente lo despedimos con un ¡vete mucho a la fregada!”
.
Nunca supusimos se fuese a aprender tan bien Margarita la lección, pues como a los seis meses me escribió una carta en donde en tono cariñoso me reclamó aduciendo que de Alejandro y de los demás no tenía su dirección, pero me comunicaba –para hacérselos saber a mis tres amigos- su mortificación ante importantes turistas mexicanos, cuando al decirles “conocí a cuatro jóvenes a toda madre paisanos de ustedes”, le preguntaron en dónde había aprendido tan vulgar expresión, pues ya la conocían de años anteriores y siempre le habían escuchado otro lenguaje.

Al llegar a la tumba de Agamenón nunca me imaginé que 12 años después construiría mi primera casa en la ciudad de México en una calle de ese nombre ubicada en el fraccionamiento Axomiatla. Fue en ese sitio de grandes dimensiones y de forma cóncava en donde Alejandro Sáenz de Miera “rompió la barrera del sonido”, pues Margarita Nerutssu nos explicaba detalladamente la vida del héroe homérico, esposo de Cliptemnestra y rey de Micenas (o Argos) y al momento de decir “esta tumba tiene una acústica sorprendente” Alejandro dejó escapar accidentalmente una sonora ventosidad para demostrar sin proponérselo y de manera poco ortodoxa, el aserto de la guía, y a partir de ese momento le dijimos “Pestes” en lugar de llamarlo por su nombre.

Es bien sabido que el teatro como manifestación cultural es de origen griego y en tal razón así se le llama al recinto dedicado a ese espectáculo. Consta de tres partes principales: escena, orquesta y graderío. La orquesta es la parte dedicada al coro, tiene planta circular y al centro se levanta la estatua dedicada a Dionisos, dios en cuyo honor se celebran las fiestas dionisiacas (fiestas báquicas para los romanos). El graderío tiene planta ultra semicircular, digamos como se vería una plaza de toros de la actualidad pero sólo en una mitad, rodeando en parte a la orquesta. El teatro más famoso es el de Epidauro, sitio al cual nos condujo la guía ateniense y para mostrarnos su perfecta acústica –mirando de reojo a “Pestes”- nos pidió subiésemos a la parte más alta, unas cincuenta gradas aproximadamente; parada ella en el centro del escenario, allá muy debajo de nosotros, encendió un fósforo y con sorpresa escuchamos el singular sonido de la ignición con claridad suprema. El citado teatro fue construido 300 años a, C. y tiene 135 metros de diámetro.

Ya en Atenas nuevamente preguntamos cuál era el mejor centro nocturno de la ciudad y ahí conocimos a Juan Torres, el ahora internacional organista, quien casualmente se hospedaba con su esposa en el hotel de nosotros. Juanito, como le decíamos con afecto al trabar amistad con él, llevó a varias ciudades de Europa la modalidad descubierta en México por Ernesto Gil Olvera, consistente en hacer hablar al órgano con una técnica hasta esos días reputada como secreta. El maestro de ceremonias del cabaret presentaba al organista mexicano y despertaba profunda expectación al decir en pocas palabras que serían testigos de un hecho insólito: el órgano parlante. Para esto, Juan Torres ya se había aprendido de memoria las melodías y las letras de dos o tres populares canciones griegas, interpretando –naturalmente- con suma claridad ambas partes. Cuando terminó, un comensal dijo se trataba de un truco pues era ilógico que un órgano hablara. Para esto, el presentador nos ponía al tanto a los turistas realizando las traducciones correspondientes y de paso informaba al artista en cuanto a la opinión de sus escuchas; Juan le propuso, respecto a un incrédulo espectador, “dígale al caballero pronuncie una frase o palabra suelta y me permitiré reproducirla con el instrumento musical”. El señor escribió en un pequeño papel un trabalenguas en griego y Juan se lo reprodujo con exactitud. La exclamación de asombro fue evidente, pero en otra mesa un señor de edad madura pidió el micrófono y dijo –según la traducción del presentador- que “tomando en cuenta el origen del organista no era difícil trajera desde México un perico amaestrado y fuese el animal, metido dentro del órgano, el causante de tanto alboroto”. Otro comensal echó su cuarto a espadas al señalar públicamente: “- Estamos ante un hábil ventrílocuo”. En este centro nocturno volvimos a ver al ilusionista de los trucos “fallidos” de Niza y otras ciudades; conocimos a un matrimonio de bailarines españoles integrantes del espectáculo, también huéspedes de nuestro hotel, Mercedes y Alberto de Triana. Ella una muñeca y él un buen mozo. Por cierto, Alejandro (“Pestes”), piropeaba descaradamente a Mercedes en presencia del marido y me pedía ir noche tras noche al cabaret para solazarse con la belleza de la artista española y pretextando su deseo de saludarlos se metía junto conmigo al camerino de la pareja, en donde lo menos que le decía a Mercedes, era: -“¡Mamacita!, estás como quieres”. Alberto de Triana, seguro de sí mismo y del amor de su mujer, no le concedía importancia al asunto.

Cuando se acercó el día de nuestro retorno a Italia, la guía nos organizó en su casa una fiesta de despedida, preguntándonos previamente qué nos gustaría comer. ¡Frijoles!, respondimos los cuatro. Margarita nos preparó unas alubias, en aceite de olivo y aderezadas con azúcar, servidas en frío y con lechuga picada. Bailamos con sus hijas y algunas amigas invitadas por ellas, con la música de un reproductor de discos. A cuarenta y tres años de distancia la recuerdo con mucho cariño.

Nota.- Por razones técnicas continuará el presente relato en la parte quinta.


Julio Serrano Castillejos

Copyright © Todos los derechos reservados.

Publicado el: 04-10-2005
Última modificación: 29-03-2013


editar deja comentario al poema

regresar




POETA VIRTUAL no persigue ningún fin de lucro. Su objetivo es exclusivamente de carácter cultural y educativo, mediante la difusión de la poesía. Los poemas y cuentos presentados en este portal son propiedad de sus autores o titulares de los mismos.


Copyright © 2017-2024 Poeta Virtual Inc. Todos los derechos reservados.
Copyright © 2017-2024 Virtual Poet Inc. Worldwide Copyrights.