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Patrocinio y el imperio de la ley

Las naturalezas viriles poseen un exceso de
fuerza plástica cuya función regeneradora
cura prontamente las más hondas heridas:
José Ingenieros.

Al período de gobierno de José Patrocinio González Garrido la ciudadanía chiapaneca lo identifica como el del “imperio de la ley” por las repetidas ocasiones en que el inteligente y culto abogado utilizó esa frase y por las muchas modificaciones por él impuestas a los cuerpos legales de Chiapas, que a decir de sus detractores, las creó y las aplicó autoritariamente para servirse de ellas, aunque creo honestamente había mucho de exageración en dicha apreciación. Me pareció cómodo dividir estas memorias por sexenios gubernamentales en razón a que cada uno de ellos influyó directa o indirectamente en mi vida, lo que seguramente le aconteció también a muchos amigos míos y a no pocos familiares.

Ya expliqué en el capítulo anterior cómo accidentalmente quedé ubicado como candidato a síndico de la comuna tuxtleca en la planilla priísta encabezada por Enoch Cancino Casahonda. Al personaje principal del grupo de aspirantes a ocupar los principales cargos del Cabildo de la ciudad capital, de cariño le dicen sus amigos Noquis, y así mismo quienes no lo han tratado de cerca pues reconocen en él a un ciudadano de primera por el sólo hecho, amén de otras virtudes, de haberle compuesto a nuestra querida provincia el ya célebre Canto a Chiapas con estrofas de un sentimiento identificado por todos quienes lo han leído, como algo fuera de lo común y muy difícil de superar, aun por el mismo autor: “Chiapas es en el cosmos lo que una flor al viento...”

La campaña política de Noquis fue muy exitosa a pesar de tener como principal adversario a quien ya había sido alcalde tuxtleco, el doctor Valdemar A. Rojas López del PAN, quien por la circunstancia de ser candidato de la oposición debía remar contra la corriente y con recursos de menor cuantía. Los recorridos proselitistas nos sirvieron para ver de cerca las carencias de la población, especialmente las de las clases populares, lo que de primera intención no nos preocupó demasiado por desconocer lo exiguo del presupuesto para afrontar las necesidades más apremiantes de los tuxtlecos. Noquis instaló su casa de campaña en la que fuera el asiento del hogar de los Cancino Casahonda, en el primer cuadro de la ciudad. El día de la votación cuando nos enteramos del triunfo de ahí salimos hacia el Comité Directivo Estatal del PRI ubicado en el parque de Santo Domingo, pero al pasar enfrente de la Gran Vía en compañía de mi esposa, mi amiga Fulvia Rojas, hermana del candidato derrotado estaba con un grupo de personas en la orilla de la banqueta, y desde ese sitio me recriminó como si yo fuese el único responsable de los acontecimientos y no la fuerza de una maquinaria hasta esos días invencible. Ahora entiendo la actitud de Fulvia, quien sintiéndose impotente ante la avasalladora maquinaria oficial, se desquitó con el primero que tuvo a su alcance, pero con posterioridad me ha demostrado su afecto y ambos dimos por no acontecido el exabrupto.

Mi amistad con Enoch Cancino databa de nuestra juventud y ante la necesidad de tratar diariamente y en persona los asuntos propios de nuestros cargos, consolidamos los lazos de afecto. Las reuniones del Cabildo tenían para mí el inconveniente de que siendo Noquis muy sensible a los ventiladores y al aire acondicionado, nos rogó a los integrantes de ese cuerpo edilicio nos abstuviésemos de disfrutar de tales adelantos técnicos para evitarse él alguna indisposición orgánica. En los meses del pesado verano local en que el calor de la tarde invita a acostarse en una hamaca, el presidente municipal, los regidores y el síndico debíamos sesionar sin el auxilio de algún elemento refrescante. Dicha molestia para mi satisfacción la compensaba Noquis con la introducción de sabrosas anécdotas en cada ocasión en que la polémica amenazaba con enfrentarnos a unos y a otros, y a veces, exclusivamente por el mero gusto de comentar algo anecdótico u ocurrente, en lo que él se pinta solo.

Cuando alguien proponía se integrase una comisión para resolver algún álgido problema, Noquis le salía al paso y opinaba: -“Me permito recordarle que el general Alvaro Obregón decía: cuando quiero que un asunto se resuelva rápido nombro a un encargado pero si deseo que el asunto no se resuelva nunca, entonces nombro a una comisión”. Las risas de aprobación a las palabras del alcalde eran francamente ruidosas y lógicamente la propuesta se desechaba. Para aliviar la tensión que nos provocaban algunos problemas que en apariencia eran irresolubles, Noquis recurría nuevamente al anecdotario político mexicano y apuntaba: -“Miren señores, el presidente Adolfo Ruiz Cortínes tenía en su escritorio permanentemente dos rimeros de expedientes y a sus más cercanos colaboradores les expresaba: los expedientes de mi izquierda son los que ya no tienen solución y los de mi derecha son los que resolverá el tiempo”. Las actas de las sesiones del Cabildo estuvieron siempre formuladas con esmerada asepsia por el secretario del Ayuntamiento, José María Coello Macías. Las juntas de trabajo con el singular galeno y poeta eran una delicia, pues las adornaba con innumerables citas o recuerdos de la historia del país o de los acontecimientos del pasado de Chiapas. Lógicamente, parte de su obra como alcalde sirvió para difundir la cultura, aunque algunas veces fue blanco de cuchufletas, como cuando organizó una cena a beneficio de la construcción de un hospital de cancerología, aprovechando la misma para recordar las milanesas del Marro, que era como le decían sus amigos a don Enrique Marroquín, propietario del restaurante el Mayren, que era la contracción de su nombre y el de su esposa, doña María.

Pero alguien le empezó a vender a Patrocinio la idea de quitar a Noquis como presidente municipal del Ayuntamiento de Tuxtla y poner a otro en su lugar, que bien podría ser Rómulo Farrera según cierta corriente, o según otros, Roger Grajales González. Algunos amigos del gobernador sabían que por la vía de la elección popular jamás podrían aspirar a ser presidentes municipales, pero las cosas serían distintas si el antidemocrático “dedazo” los ungía por designios del señor todo poderoso de Palacio de Gobierno. En contraste con las muchas y valiosas prendas personales de Patrocinio, su equipo de trabajo era el prototipo de la mediocracia chiapaneca pues no había mucho de donde echar mano. Por aquel entonces intuimos como posible hombre de las simpatías del gobernador para sustituir al alcalde tuxtleco, a Rómulo Farrera Escudero, quien ostentaba el cargo de Regidor Primero, y que de conformidad a la ley era la persona colocada en primer sitio para dicha sustitución, con lo cual quedaría desvirtuado ante la opinión pública el “dedazo” que por abajo del agua se estaba fraguando. No obstante las enjundiosas palabras del gobernador dirigidas a Noquis y a mí en su despacho del Palacio de Gobierno, estando además presentes todos los miembros del Cabildo, a través de las cuales nos manifestó su confianza y la seguridad de que nos desempeñaríamos con probidad y la capacidad necesaria, mi conclusión del inicio de este párrafo tomó cuerpo y se materializó en un hecho muy relevante, pues a los cinco meses de la gestión de Noquis como alcalde me invitó a desayunar un alto funcionario del equipo de trabajo de Patrocinio en el restaurante principal del hotel Bonampak y ante la presencia del dueño y director de un influyente diario de la localidad, me solicitó manipulase yo a los demás miembros del Cabildo para que desconocieran al presidente municipal, dándome a entender que como síndico me correspondía tomar posesión de la silla principal de la comuna tuxtleca, pero como nunca me he dejado llevar por el canto de las sirenas y además no tenía bases para depositar en la mejilla de Noquis el beso de Judas, me negué a proceder en el sentido tan pérfidamente promovido, con el curioso resultado de que el funcionario del gobernador disgustado por mi negativa olvidó que él había invitado el desayuno. Yo debí pagar la cuenta de los tres comensales. Ahora me pregunto: ¿su enojó no se debió a sus frustradas ambiciones personales?

La administración de Enoch Cancino Casahonda no podía ser de lucimiento en las obras materiales pues el setenta y cinco por ciento del presupuesto se nos iba en pagar a los empleados del Ayuntamiento. El alcalde instauró la costumbre de informar mensualmente a la ciudadanía de los avances de su gestión. Fue precisamente en ocasión de uno de esos informes cuando minutos antes de su inicio me topé en las oficinas del presidente municipal a Jaime Machorro Musalem, Oficial Mayor de Gobierno, quien sumamente apenado me hizo una confidencia en el sentido de que el gobernador lo había nombrado su representante para el acto informativo, pero con la comisión de hablar a solas con Noquis y solicitarle se retirara de la copa a manera de no comprometer los intereses de la comunidad tuxtleca. Le hice notar a Jaime que yo veía al presidente municipal de mañana, de tarde y de noche y que nunca lo había observado ni a medios chiles y mucho menos en estado inconveniente, de donde deducía que los informantes del licenciado Patrocinio González Garrido lo estaban engañando, con fines aviesos. Machorro Musalem cumplió con su cometido y Noquis al terminar la reunión que en privado tuvieron, me platicó con un notorio rictus de extrañeza lo que el primer mandatario de la entidad le había mandado a decir con el amigo de ambos y funcionario de muy buen nivel.

Existen cuestiones que la prudencia obliga a guardar como un secreto imposible de compartir con nadie, y de esa manera, nada le había externado a Noquis en relación a la solicitud que un importante colaborador de Patrocinio me hiciera, con la maquiavélica idea de que el Cabildo en pleno lo desconociera como presidente municipal, pero irritado ante la evidencia de la intriga urdida en contra del presidente municipal, me atreví a contarle lo acontecido meses atrás en el desayuno del restaurante del hotel Bonampak, llamado por aquellos días Chandellier’s. Noquis y yo concluimos que alguien o algunos, como se dice coloquialmente, le “estaban moviendo el tapete” y ello lo obligaba a ser muy cuidadoso en sus acciones. A partir de ese momento el funcionario municipal redobló su esfuerzo en cuanto a difundir la cultura, pues si no había recursos para las obras de ornato, la repavimentación de calles, la construcción de nuevos mercados y para mejores servicios inherentes a nuestro cometido en la medida que más hubiese satisfecho a la comunidad, cuando menos teníamos el recurso de darle al pueblo sabrosas píldoras culturales, y así se hizo. A los más reconocidos valores les dedicamos homenajes, y fue así como tuvimos entre nosotros y siempre en actos de mucha trascendencia, al maestro de las juventudes Andrés Serra Rojas, a la internacional artista Amparo Montes, al reconocido compositor Paco Chanona y al célebre recopilador de datos de las antiguas calles de Tuxtla, don Gustavo Montiel. Noquis se caracterizó siempre por su buen corazón preocupándose por las gentes que a él se acercaban a solicitar su ayuda, dándoles inclusive dinero de su propia bolsa, como lo hizo con el ex pelotero Pedroza, un cubano venido a menos a consecuencia de la amputación de una de sus piernas, y que estando yo presente le solicitase al presidente municipal un “apoyo para la fiesta de los quince años de su hija”. Para adentrar al lector en una semblanza más amplia del estilo, costumbres y formas de vida del mencionado médico y poeta, es conveniente decir que ya había pasado por importantes cargos, primero como Director General de los Servicios Coordinados de Salubridad, después como Secretario General de Gobierno y luego como presidente del Comité Directivo Estatal del PRI y en su calidad de diputado al Congreso de la Unión, y no obstante, su tren de vida siempre fue ciertamente modesto y nunca se le vio en autos ostentosos ni se supo de él tuviera gastos de mayor cuantía a la que sus sueldos le podían permitir. Insisto en la anterior circunstancia no como recurso literario para entretener al lector sino por lo que más adelante relataré y que además tiene relación directa con mi participación como síndico municipal.

Cuando al presidente municipal lo invitaron a la cena que el Día de la Libertad de Expresión daban los miembros de la prensa local en el restaurante de un conocido hotel, me pidió asistiera en su representación pues él quería estar apartado de los brindis para no dar pretexto a rumores en su contra. Fui en compañía de mi esposa a la reunión. En la puerta del Hotel Humberto nos encontramos al Secretario de Gobierno, Juan Lara Domínguez, quien iba también acompañado de su señora, la Chata. Juan me hizo un ademán para hablar a solas conmigo y antes de subir al local de la cena, me dijo: -“Julio, el señor gobernador está muy preocupado pues le han dicho que Noquis despacha bebido”. Le dije que yo veía al funcionario municipal a todas horas del día y que nunca aprecié estuviera de copas. La respuesta de Juan fue lacónica y contundente: -“Julio, pues qué buen amigo eres”-, invitándome a pasar al salón para disfrutar el ágape preparado por los periodistas y dejando mi estado de ánimo muy quebrantado, por lo que a la primera oportunidad que tuve le hice ver que yo no me prestaría a ser tapadera de nadie, así se tratase de Noquis, a quien estimo tanto.

Antes de volver al tema central del presente capítulo, quiero contar brevemente dos incidentes relativos a la visita del maestro Andrés Serra Rojas. El primero fue cuando lo llevé en mi automóvil a Chiapa de Corzo en compañía de uno de sus hijos a visitar la biblioteca del Convento de Santo Domingo, pues ahí me preguntó si conocía los libros que escribió alrededor de la vida y obra de don Emilio Rabasa, personaje de toda su admiración y respeto. Al enterase que los tenía desde hacía varios años en mi poder, me respondió: -“No pierdas esos libros pues ya tienen la calidad de incunables”. Lógicamente, en la comida que estaba programada para las dos de la tarde en Las Pichanchas, le presenté los dos “incunables” solicitándole su autógrafo, pero el maestro los miró con desprecio y me dijo: -“Yo no estampo mi firma en vejestorios”. El segundo incidente fue al recorrer lo que se iba a llamar Calzada “Andrés Serra Rojas”, en donde en su cabecera sur se encontraba una singular casa de prostitución, pues en dicho lugar se daba servicio a hombres por parte de travestís, o sea, de hombres disfrazados de mujer. El maestro ignoraba esa circunstancia y mirándome a los ojos con fijeza señaló: -“Si me llego a enterar que en esta calle se abre una cantina o cualquier centro de vicio, renuncio a que lleve mi nombre”. Por supuesto, no me atreví a decirle que ya podía renunciar pues la poco edificante hipótesis ya estaba actualizada con lacerante amplitud.

Tendría un año y medio la gestión de Noquis como presidente municipal cuando un día de la Libertad de Expresión los periodistas hicieron su comida anual en el hotel Bonampak, a la que por cierto no quise asistir al olfatear aires de malos augurios. Al día siguiente estaba desayunado en mi domicilio con “La Voz del Sureste” en mis manos y ahí me enteré por el columnista Enrique García Cuellar que Enoch Cancio Casahonda había tomado la palabra espontáneamente en el banquete de los periodistas y que al terminar su alocución se había acercado a la mesa del gobernador “depositando en su frente un jugoso beso”. El incidente me hizo meditar sobre las repercusiones del mismo, sabedor de los muchos “francotiradores” que Noquis tenía emboscados en diferentes áreas del gobierno de Patrocinio, pero no pude adentrarme demasiado en mis cavilaciones al tener que atender una llamada telefónica. Era Noquis desde su oficina solicitándome fuese urgentemente a hablare con él.

El presidente municipal me relató con evidente preocupación lo de su discurso fuera de programa en donde aprovechó para fustigar a un editor de un periódico local que lo había hostilizado acremente desde su campaña política y que además no era de su simpatía. El enemigo de Noquis por esos días tuvo un problema judicial, que a través de las planas periodísticas pasó a ser del dominio público, y el tema de la pieza oratoria del presidente municipal se refería precisamente a ese detalle, con el deliberado propósito de devolverle viejas afrentas. Me aseguró Noquis su arrepentimiento, pues si al gobernador le habían dicho en repetidas ocasiones que el alcalde tuxtleco despachaba en estado inconveniente, cosa que él y yo sabíamos no era cierta, la malhadada intervención discursiva y el remate del ósculo en la respetable y amplia frente del gobernador ante toda la concurrencia, venía a ser una especie de confirmación de todo lo que a Patrocinio le habían ido a platicar malévolamente. Noquis me manifestó su deseo de ir esa misma mañana al Palacio de Gobierno y presentarle una amplia explicación a Patrocinio para hacerle patente su contrición solicitándole además lo disculpase. Le hice ver que el enojo del gobernador no iba a operar en contra de él tanto por los acontecimientos del día anterior, como por el cúmulo de comentarios sarcásticos de la prensa local entregada a explotar lo del beso en la frente del mandatario, aconsejándole dejase pasar unos ocho días para dar tiempo a un período de enfriamiento en el estado de ánimo de su amigo González Garrido y a un cambio de actitud en los columnistas dados a “amarrar navajas”. Noquis así lo hizo y cuando fue a hablar con el gobernador lo encontró de muy buen talante, a grado tal, que al ofrecerle sus palabras de disculpa le dijo que el asunto carecía de importancia y lo invitó a charlas sobre otros tópicos.

En una ocasión por la tarde estaba en mi despacho del Palacio Municipal cuando me llamó Noquis por la red telefónica para decirme que el gobernador quería compareciésemos ante él en cinco minutos. Nos recibió doña Rosita Pico secretaria del titular del Ejecutivo y con una bondadosa sonrisa nos dijo que don Patrocinio nos estaba esperando. Al entrar al amplio despacho del gobernador lo vimos sentado ante su escritorio sumamente serio. Su secretario privado le pasaba innumerables oficios que él firmaba. Escuchó nuestros pasos pero no levantó la vista y ni siquiera nos saludó. Noquis y yo pronunciamos quedamente: -“Muy buenas tardes, señor gobernador”. La respuesta fue seca pues sin mirarnos, nos dio en tono de franco disgusto un ríspido ¡buenas tardes!” El presidente municipal y yo nos dirigimos miradas como diciendo: algo anda mal. Cuando el gobernador terminó de firmar aquella resma de papeles al momento de dar un sonoro golpe con la palma de la mano en su escritorio, nos dijo: -“Con una chingada, ¿es que algún día van a vender elotes dentro del despacho del gobernador?”, llevándonos al balcón principal para que viéramos que en dos triciclos que contenían botes de lámina arriba del parque central vendía apetitosos elotes unos comerciantes ambulantes. El presidente municipal le explicó que todos los días se requisaban triciclos a los que infringían los reglamentos municipales, pero que no obstante ellos insistían en vender sus mercancías en sitios prohibidos. Patrocinio nos exigió fuésemos abajo a retirar a los vendedores y nos vio salir de su despacho tan rápido como entramos. Ya en la calle le dije a Noquis, “ten la seguridad de que el gobernador nos está viendo desde la ventana, tú vete a la oficina y yo voy a quitar a los dos vendedores”. Cuando llegué ante ellos y les dije que se fuesen a otro lado pues arriba de la plaza pública no podían estar, uno de ellos con tono altanero me respondió: -“¿Y usted quien es para dar semejante orden?”. Al oír que yo era el síndico municipal con una cachaza del tamaño del sitio en donde nos encontrábamos, replicó: -“Si usted es el síndico entonces yo soy el gobernador”. Fui por un cabo y dos policías municipales y con ellos sí pude retirar a los vendedores. Como corolario del incidente se puede decir que el gobernador estaba en todo y no se le escapaba un solo detalle, lo mismo se tratase de asuntos de gran envergadura que de ciertas nimiedades como la señalada y la que viene en el párrafo siguiente.

Un día por la mañana mi secretaria me dijo, con ostensible ademán de extrañeza, que me hablaba por teléfono el gobernador del estado. Cuando me puse en la bocina tomó el aparato el titular del Ejecutivo para decirme en tono amigable pero firme: -“Hoy pasé con mi automóvil enfrente de un negocio que se llama La Chispa, mismo que está frente de la catedral, y advertí que en ese lugar con una cadena y dos delgados postes sostenidos por unas bases metálicas, alguien se está apartando lugar para estacionar su coche en la vía pública. Las calles no son de nadie en lo particular, así que me mandan a retirar esa cadena hoy mismo”. El gobernador estaba en lo cierto, aunque ignoraba que por una práctica viciada y ciertamente antigua el Ayuntamiento permitía el uso del suelo en la vía pública a particulares, previo pago de un derecho, con lo cual se hacía de unos ingresos extras la tesorería municipal. Me fui a La Chispa a hablar con la dueña, Rosita Batis López, pero como no estaba le dije a la encargada cuál era el motivo de mi visita. Por la tarde del mismo día Rosita llegó a mi domicilio con sus boletas del pago de derechos a demostrarme que ella era una cumplida ciudadana que no estaba violando los reglamentos aplicables al caso, alegando por otro lado, que el lugar no era para su coche sino para facilitarle el estacionamiento a sus clientes. Le hice ver que al gobernador le molestaba la presencia física de la ostensible cadena, pues por ahí pasaba todos los días, suplicándole su comprensión. Rosita me dijo que de ninguna manera, pues ella tenía un derecho adquirido y no pensaba renunciar al mismo. Me fui a ver a Noquis y le hice el planteamiento del problema. Al presidente municipal se le ocurrió ofrecerle a Rosita un lugar gratuitamente en el estacionamiento público de los niveles de abajo del Parque Central y así salimos airosamente del enojoso asunto, pues Rosita aceptó.

La personalidad de Patrocinio era desconcertante, pues saltaba de un asunto intrascendente a otro de verdadera importancia con una facilidad asombrosa. Los chiapanecos lo escuchamos improvisar discursos de auténtico contenido, siempre haciendo gala de sus conocimientos históricos, jurídicos, sociales, económicos, etc. Ante él, la figura de sus principales colaboradores se empequeñecía al máximo y no había uno sólo que se atreviera a desdecirlo o a sugerir, aunque fuese sutilmente, algo distinto a los deseos de él. Además, aunque nunca había vivido en el estado, estaba vinculado a Chiapas con motivo de sus anteriores campañas políticas como candidato a diputado federal y después como candidato a senador de la República, lo que le sirvió para llegar a conocer a todos y llamarlos además por sus nombres, con una memoria privilegiada en cuanto a la ubicación de cada quien en el concierto político de la entidad y sus orígenes familiares. Cuando entraba a un acto público o a una reunión de sociedad, desparramaba rápidamente la mirada hacia uno y otro lado y en cuestión de segundos tenía una completa radiografía de la situación, pero con una sensibilidad suficiente para adivinarle a los ahí presentes hasta sus fobias y sus filias, y ya no se diga los sentimientos que afloran a través de las furtivas miradas o de una simple omisión en el saludo. Como buen político a la mexicana, Patrocinio tenía muy desarrollado una especie de instinto de defensa y gustaba de moderar las cosas que podían perjudicarlo, desde un principio, como cuando el periodista Leopoldo Borrás pretendió ironizar su discurso de toma de posesión en su columna de “La Voz del Sureste”, gestionando en dicha ocasión el gobernador personalmente y por la vía telefónica el retiro de Borrás como colaborador del diario mencionado. Para quienes gustan de mal entender las cosas, debo puntualizar que no estoy celebrando ni censurando las comentadas reacciones de Patrocinio, pero las cito para apuntalar mi opinión, respecto a su fino instinto de defensa.

Cuando todo hacía pensar que Noquis ya había salvado los escollos que en su camino le venían poniendo algunos enemigos, me mandó a llamar el líder del Congreso local, Ricardo López Gómez, para decirme en su despacho que sabía de buena fuente había desviación de recursos del erario municipal, por lo que en mi calidad de síndico me correspondía formular una denuncia penal. No era necesario hacer un esfuerzo mental para imaginar que el golpe iba dirigido al presidente municipal. Pensé con agilidad mi respuesta y le solicité un par de horas a manera de proceder en consecuencia. Me fui directamente a mi oficina y le pedí a mi secretaria, la señora Mirtha Coutiño, me elaborase un oficio con carácter confidencial, dirigido al Presidente de la Gran Comisión de la Cámara de Diputados del Estado, en donde palabras más o palabras menos, le solicité en relación a nuestra conversación privada del mismo día, me proporcionase contadores, auxiliares de contabilidad, auditores y personal de apoyo para realizar una exhaustiva revisión de los gastos del erario municipal de Tuxtla Gutiérrez, para que de encontrar anomalías que constituyesen la comisión de algún delito, en mi calidad de síndico municipal formulase las denuncias de ley. Terminado el escrito le solicité a mi secretaria no marcase copia para el archivo y con el original y una copia me fui a ver al abogado líder del Congreso y presidente de la Gran Comisión, que ansiosamente esperaba mi respuesta. Lógicamente, Ricardo López Gómez no quiso acusarme recibo en la copia que de mi escrito puse ante él, rompió el original y ya en la puerta al despedirse de mí, me apretó el brazo en señal de camaradería al momento que me decía: -“Julio, formula la denuncia y así sólo estarás cumpliendo con tus obligaciones de síndico”. Le expliqué no me era posible proceder de esa manera, pues habiendo sido catedrático de derecho penal de la UNAM, le había enseñado a mis alumnos que una denuncia penal debía estar sustentada en pruebas, mismas de las que yo carecía. Esa noche dormí tranquilamente ante la seguridad de mi limpia actuación.

No recuerdo cuántas semanas después Noquis me citó a su oficina, al igual que a los regidores Luis Elías Samayoa Nucamendi, Rubén García Cervantes, Raúl Peña Culebro, María Guadalupe Hernández Castellanos, José Alberto Cancino Morales, Marién Granados Macal, Sadi Nucamendi Vázquez, Arturo Pérez Hernández, Enrique Rubicel Aquino Maza y Samuel Zavaleta Torres, para decirnos que al día siguiente nos presentásemos a las ocho de la mañana a firmar el acta de inicio de una auditoria que al erario municipal le iba a practicar la Contaduría Mayor de Hacienda del Congreso local. El regidor Rómulo Farrera Escudero ya había solicitado licencia y en virtud a ello no fue convocado.

La vida burocrática continuó en el Palacio Municipal con aparente calma mientras los auditores a través de largos meses hacían su trabajo. Los tres funcionarios que teníamos el manejo de las cuentas bancarias nos mostrábamos tranquilos y en orden de importancia éramos: Enoch Cancino Casahonda en su calidad de presidente municipal, el autor de estas memorias como síndico municipal, y Germán Cruz Toledo, en su carácter de tesorero municipal. La auditoría abarcó del primero de enero de 1989 al treinta y uno de diciembre de 1990, a efecto de comprobar la correcta y legítima aplicación de los recursos ejercidos por el Ayuntamiento de Tuxtla durante el período mencionado, realizando los trabajos contables conjuntamente con la Contaduría Mayor de Hacienda del Congreso del Estado, la Contraloría General de Gobierno.

En el mes de septiembre de 1990 todavía no se conocía el resultado de la auditoria . Para celebrar las Fiestas Patrias el gobernador decidió ir a la ciudad de Tapachula a dar el Grito, en una muestra de solidaridad con los habitantes del Soconusco quienes sistemáticamente se han dicho abandonados de los gobiernos de la entidad. Lo lógico es que hubiese nombrado para substituirlo a algún alto funcionario de su gabinete, pero en un gesto de amistad hacia Noquis prefirió fuese éste quien enarbolando la bandera nacional repitiera las palabras del cura Miguel Hidalgo y Costilla a las once de la noche del 15 de septiembre, como ya es tradición en todos los confines de México y con mayor razón en las ciudades más importantes. En el Palacio Municipal se dispuso todo para tan señalada ocasión. Se mandó a colocar una campana en el balcón central, se adornaron el patio principal y todas las áreas de acceso público con motivos mexicanos. Un oficial del ejército me dio instrucciones de cómo abanderar a la escolta, pues el presidente municipal iba a recibir la enseña patria del aludido grupo de militares. En Tuxtla la expectación fue creciendo paulatinamente conforme se hacían los preparativos, incluidos los de proporcionarle a la Plaza Central un típico ambientes de fiesta mexicana, incluyendo puestos de antojos y golosinas, y por supuesto, los castillos de fuegos artificiales con cohetes que a la hora de la ceremonia principal encenderían de múltiples fulgores al cielo de la capital. Hasta el músico Luis Cobos contribuyó al lucimiento de la noche mexicana, toda vez que su disco “¡Mexicanísimo!” de canciones vernáculas interpretadas con indudable buen gusto y muy en boga por aquellos días, se incluyó en el sistema del sonido ambiental. No cabe duda que en ocasiones lo que parece ser bueno a la postre resulta malo, pues a Noquis se le plantearon las circunstancias de manera ideal para que la ceremonia del Grito luciera como nunca, a lo que coadyuvó la naturaleza con una noche espléndida en donde la lluvia nunca se presentó a diferencia de lo que suele suceder en esas fechas, mientras que en la ciudad de Tapachula las cosas fueron distintas, pues de forma discordante de las 35 mil almas que congregó la plaza cívica de Tuxtla, en la urbe costeña apenas llegaron unas 5 mil gentes a acompañar al gobernador en una ambiente ciertamente de indiferencia, lo que aprovecharon los enemigos de Noquis para gritar a los cuatro vientos que el alcalde tuxtleco con recursos del erario municipal había llevado acarreados en la noche del quince de septiembre, lo que a todas luces era un vulgar embuste, pero la duda quedó sembrada en el ánimo del gobernador y de los que no fueron testigos directos de la verdad. Es de suponerse que gentes cercanas a Patrocinio fueron socavando la buena opinión que él tenía de Noquis, pues se dejó sentir un marcado distanciamiento entre ambos personajes, y además, por lo explicado a continuación.

Me llamó por segunda ocasión el líder del Congreso local Ricardo López Gómez y en su despacho ante la presencia del diputado Elmar Herald Setzer Marseille y del contador Jorge Gamboa Cocón me hizo saber que los auditores ya habían encontrado irregularidades en el gasto del erario municipal, invitándome nuevamente a formular una denuncia penal en mi carácter de síndico. Le contesté que antes de cualquier denuncia me gustaría revisar las pruebas de las citadas irregularidades. Para no hacer de la revisión de documentos exigida por mí un acto que se pudiera filtrar, me propuso el líder de la Cámara de Diputados una reunión a puertas cerradas entre el contador Gamboa Cocón y yo al siguiente domingo, en los archivos de la Contaduría Mayor de Hacienda del Congreso, en donde podríamos analizar las pruebas de las supuestas anomalías sin interrupciones de ninguna especie.

En el domingo propuesto llegué a la oficina del contador Jorge Gamboa Cocóm. El edificio estaba sólo, pues nada más afuera vigilaba un empleado la entrada. Cuando el encargado de enseñarme los documentos dijo “señor licenciado tiene usted en la nómina del Ayuntamiento a un ‘aviador’ de seis (viejos) millones de pesos” sentí una desagradable sensación de estómago sólo de pensar que me habían metido un "gol" de ese calibre y yo ni vi pasar la pelota. Resignado a afrontar la verdad le pedí me dijera el nombre de quien sin tener derecho a ello cobraba esa cantidad del erario municipal. El contador se alejó del sitio en donde estábamos argumentando que iba a los archivos para traerme la prueba fehaciente de su aserto. Poco después lo vi entrar con unos libros largos denominados ‘sábanas’ en el lenguaje de la contabilidad. Abrió uno de ellos y buscó una página marcada previamente, la abrió y señalando un nombre subrayado con lápiz rojo aseveró: -“Cerciórese por usted mismo”. Arriba de la línea roja vi: Julio Serrano Castillejos. Le pregunté al contador si sabía mi nombre y mis apellidos y al enterarme que ignoraba esos datos le hice notar que había tomado por aviador precisamente al síndico. Su turbación fue mayúscula y se disculpó explicando que él era originario de Yucatán y que tendiendo poco tiempo de vivir en Chiapas no conocía a la clase política del estado. De la manera descrita le eché abajo un supuesto desvío de fondos de 144 millones de viejos pesos. Pero el contador Gamboa Cocóm no se dio por vencido y abrió otras ‘sábanas’ para demostrarme que una misma persona cuyos servicios los prestaba en el mercado “Gustavo Díaz Ordáz” cobraba cada quincena hasta seis y siete veces en una misma nómina, siempre por sí mismo y otras personas. Anoté el nombre del supuesto infractor y al día siguiente me fui al mercado para investigar qué estaba pasando. Así supe que se trataba del administrador del mercado y que cuando algunos de los empleados bajo sus órdenes eran comisionados a otras áreas, él con cartas poder les cobraba sus sueldos. El mismo lunes le hice ver al mal pensado contador que el mandato es una figura jurídica admitida en todos los países civilizados, de donde se deducía que otra buena suma de millones de viejos pesos apuntada en la auditoria como sustraída ilegalmente, tenía plena justificación. No quiero aburrir al lector relatando cómo uno a uno fui echando abajo otros casos de hipotéticos desvíos de dinero. Lo importante está en destacar que me fui a ver al líder del Congreso para desengañarlo y decirle que carecía de elementos para formular la denuncia penal, que él proponía. Con zalamerías y fútiles argumentos me quiso convencer Ricardo López Gómez de lo mucho que ganaría en los peldaños políticos si accedía a formular la denuncia. Mi negativa fue tajante.

Mi trabajo en el Ayuntamiento no se concretó a las cuestiones de la comisión por mí encabezada, o sea, la de la Hacienda Municipal. Me gustaba participar en todos los debates del Cabildo y proponer algunas ideas. Así por ejemplo, hablé de la conveniencia de formular un reglamento para darle a Tuxtla una mejor fisonomía, prohibiendo el abuso en el tamaño y colocación de los rótulos comerciales por considerar que contaminaban visualmente los espacios urbanos. También señalé la necesidad de controlar el crecimiento desordenado de la ciudad con un plan regulador de factible aplicación. Se me ocurrió plantear la posibilidad de dotar a la capital del estado con el servicio de un metro ligero, previo estudio técnico y económico. Sugerí adicionar a los reglamentos uno que marcase cómo debían ser las fachadas y los colores de las casas y edificios para darle armonía estética a la ciudad principal de Chiapas. Formulé la Ley Orgánica del Heroico Cuerpo de Bomberos de Tuxtla Gutiérrez, pero el titular del Ejecutivo nunca la presentó al Congreso para su estudio y probable aprobación. Me opuse terminantemente a concentrar en un sitio a las zonas de tolerancia, por considerar que ello implicaba la creación de un monstruo de imposible control. El tiempo me dio la razón como lo sabe cualquiera, pues la Zona Galáctica (eufemismo para llamar a la zona roja) es actualmente un foco de infección social, además incontrolable. Propuse incentivar la salida del primer cuadro de la ciudad de las terminales de autobuses foráneos. Han pasado catorce años de lo anterior y ninguno de los conflictos aquí señalados se ha resuelto.

Pasaron varias semanas y cuando todos creíamos que lo de la auditoria ya estaba olvidado me llamó Noquis por teléfono a mi casa y con voz descompuesta por lo que después supe era un ataque frontal a su equipo de trabajo, me dijo: -“No te muevas de tu casa, voy para allá”. Ya en mi domicilio me contó que aproximadamente a las nueve de la mañana habían irrumpido en el Palacio Municipal varios agentes de la Policía Judicial del Estado, para detener a ocho personas entre funcionario y empleados, escapándose de sus manos el tesorero municipal, contador Germán Cruz Toledo, quien se había encerrado bajo llave en compañía de unos cuatro colaboradores de la tesorería, en su privado. Los agentes actuaron sin órdenes judiciales antojándose ello, por todos los antecedentes, una clara violación a las garantías individuales de los detenidos, pero sobre todo, una muestra de fuerza para ablandar a Noquis. La prensa local, bajo el absoluto control del gobierno hizo algo de ruido al hablar de peculados contra el patrimonio del municipio de Tuxtla, pero a Noquis y a mí se nos exoneraba de cualquier posible responsabilidad.

El día de los hechos Juan Lara Domínguez habló por la red telefónica con Noquis para decirle que los detenidos en sus declaraciones, a manera de tener elementos para una posible negociación, pretendían involucrar en los hechos motivo de su detención, al presidente municipal y al síndico, por lo que se hacía necesario que yo fuese a hablar con ellos a la Procuraduría y les hiciese ver que más les valía conducirse con verdad. Noquis y yo advertimos de inmediato los riesgos de lo anterior y aun así me dirigí a la Procuraduría a decirles a los detenidos lo que el Secretario de Gobierno propuso en su llamada por teléfono. Como es natural, los que estaban privados de su libertad interpretaron que yo había formulado las denuncias penales, por lo que de posible víctima, ante los ojos de ellos pasé a ser el villano del drama. La diferencia entre una gente de buena fe y otra de mala leche está precisamente en que el primero actúa con toda naturalidad sin sensibilizarse respecto a la posible opinión que de su persona se formen terceros, pero el segundo medita fría y calculadoramente sus propuestas para tirar la piedra y esconder la mano. Esa comparecencia mía ante los detenidos me puso en la difícil situación de recibir de parte de ellos muestras de rechazo, pero las cosas buenas o malas tarde o temprano las aclara el tiempo y pasados los años cada quién volvió a tomar el lugar que le correspondía. Ahora toda la opinión pública conoce la verdad.

El presidente municipal realizó personalmente gestiones para lograr la excarcelación de uno de los detenidos. Llamó por larga distancia telefónica al poeta Jaime Sabines y él a su vez al gobernador Patrocinio González Garrido. Del grupo de ocho soltaron de inmediato a un amigo nuestro, hombre probo e incapaz de violar la ley, del que omito su nombre para no recordarle tan amargos momentos, por si algún día cae en sus manos este libro. Los otros siete no corrieron con igual suerte, aunque tampoco publico sus nombres en virtud de que estas memorias no están escritas para causar desdoro a nadie, además de que lo dicho en contra de ellos por las notas informativas no me consta. Pero al leer las notas periodísticas de aquél entonces, veo que los enemigos de Noquis “le tiraron al violín y le pegaron al violón”, pues la auditoria dirigida a doblegar al presidente municipal sirvió para descubrir una red de corrupción que atrás de los principales miembros del Cabildo manejaban empleados menores, valiéndose para ello de la falsificación de facturas. El sistema era simple, pues ya presentada la factura apócrifa siempre a nombre de alguna negociación real, gestionaban la emisión del cheque, que al salir cruzado exigía para su cobro ser depositado en una cuenta del beneficiario, pero le agregaban el nombre de una persona física al documento bancario, misma que endosaba el cheque y lo depositaba en su propia cuenta bancaria. Con este recurso tan simple le defraudaron al Ayuntamiento cerca de 900 mil millones de viejos pesos, que vienen a ser aproximadamente, 2 millones 700 mil de los pesos del año 2002, cuando el dólar americano se adquiría con nueve pesos mexicanos.

Renglones atrás dije que el tesorero municipal, contador Germán Cruz Toledo, se escapó de las manos de los agentes de la Policía Judicial y junto con cuatro empleados de su área se había encerrado en su privado, cuando se dio la inesperada detención de algunos funcionarios del H. Ayuntamiento. Pues bien, dicho contador tenía teléfono a la mano para solicitar toda clase de auxilios, y entre otros, comida y refrescos para poder subsistir. Cuentan que por una horadación practicada en el techo le pasaban lo que el contador y las otras personas aisladas necesitaban, para no abrir la puerta del privado toda vez que unos cinco agentes policíacos vigilaban la misma mientras otros tantos cuidaban la ventana que daba a la calle, evitando que por ahí saliera el tesorero. Para suerte del tesorero y sus amigos, el privado contaba con baño y agua corriente. Dicen que sus simpatizadores los proveyeron de naipes, revistas, fichas de dominó y otros objetos para darles medios de matar el aburrimiento. Enterados los cinco que en el privado se encontraban, de la intervención de su línea telefónica, filtraron la especie de que el contador Germán Cruz Toledo había conseguido un ingenioso disfraz y que en breve saldría por la puerta de su despacho sin que nadie lo reconociera. Dos días después y en plena mañana, por dicha puerta se vio salir a un hombre con un abrigo con el cuello levantado, con sombrero de ala ancha echado hacia la cara y las solapas del abrigo hacia delante para cubrir el rostro. Los agentes judiciales creyeron reconocer al contador Cruz Toledo y se fueron atrás de dicha persona. Cuando lo vieron entrar a una cabina telefónica de la esquina del cine Alameda lo detuvieron, a empellones lo sacaron de ahí, y de manera brusca le quitaron el sombrero y el abrigo, para caer en cuenta que se trataba de otra persona, a la que nadie de los agentes conocía. Mientras tanto Cruz Toledo ya había escapado y hasta ahora nada ha vuelto a saber de él.

Ante la necesidad imperiosa de cubrir la ausencia del tesorero prófugo, Noquis me pidió mi opinión. Pensé en mi amigo Amadeo Corzo Ruiz, quien además de ser contador ya había ocupado el cargo de tesorero municipal, pero el presidente municipal arguyó sería mejor nombrar a un recomendado de Moreno Genis, amigo del gobernador y de toda la confianza de éste, para demostrarle a Patrocinio que nada había en contra de él.

Enoch Cancino Casahonda ya había hablado con el gobernador tratando de llegar a un arreglo amistoso y después de un intercambio de frases fuertes por ambas partes, todo aparentó ser paz y concordia. Noquis y yo, temerosos de un atropello por parte de algún agente de la Policía Judicial del Estado, gestionamos amparo de la Justicia Federal, mismo que nos fue concedido. Cuando los amigos de Noquis lo veían caminar por la calle muy quitado de la pena le decían: -“¿No te da miedo de que algún atarantado por quedar bien con el gobernador te detenga?” El presidente municipal respondía dando unos suaves golpes en la bolsa de pecho de su guayabera, siempre con la mano derecha: -“¿Miedo a qué? Para eso traigo mi amparuco”.
En mi domicilio particular nos reunimos con el hermano de Noquis, el doctor Jesús Cancino Casahonda a deliberar cuál debía ser nuestra postura. Chusito, como le decíamos sus amigos, era un hombre muy ponderado y aunque en una época se distanció de su hermano Noquis por diferencias políticas, en un gesto de amistad y prudencia nos dijo: -“Tengan mucho cuidado con lo que hablan por teléfono pues las líneas están intervenidas”.
Al presidente municipal se le metió la idea entre ceja y ceja de que todo iba a salir a pedir de boca, dada su antigua amistad con el gobernador, aunque siendo la cabeza más visible del sabinismo entendía que los “francotiradores” seguían emboscados y no le iban a permitir salir airoso del asunto facilmente.

Las participaciones económicas del municipio de Tuxtla nos llegaban vía el gobierno del Estado siempre con extrema puntualidad, pero de repente el dinero dejó de fluir. Noté en ello un aviso de mal fario y de corte político para presionar a Noquis a solicitar licencia. Fuimos el presidente municipal y yo a hablar con Federico Falconi Alegría, funcionario de Patrocinio quien siempre nos había entregado el cheque de las participaciones municipales con precisión cronométrica, para preguntarle qué estaba sucediendo ahora, pues mientras los demás municipios contaban con su dinero sólo el nuestro estaba sin recursos. Falconi Alegría nos salió con las típicas evasivas. Para solventar el pago de sueldos de los empleados del Ayuntamiento, previo acuerdo del Cabildo solicitamos un préstamo a Bancomer. Esto se supo en las altas esferas gubernamentales y las presiones se recrudecieron.

Después de una reunión pública del Cabildo en la que fuese presentado el maestro Raúl Cardiel Reyes, representante de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística quien llegó a firmar un convenio de colaboración con las autoridades municipales, Juan Lara Domínguez, secretario de gobierno y representante de Patrocinio en dicho acto, me pidió convenciera a Noquis en cuanto a la conveniencia de que solicitara una licencia. Tanto el presidente municipal como yo hablamos al día siguiente con Lara Domínguez dos y hasta tres veces, del mismo asunto. El secretario de gobierno me dijo, ya a solas conmigo, que un funcionario de la Procuraduría General de Justicia me iba a enseñar un expediente en donde constaban las anomalías en que Noquis había incurrido, para que de esa manera, yo le pidiera su dimisión, pero cuando llegué a la oficina de dicho funcionario me encerró con un tal Ramírez Gómez (no recuerdo el nombre de pila) quien además de no llevar expediente alguno se dedicó a atemorizarme con argumentos pueriles, diciéndome entre otras cosas que si no convencía a Noquis por lo que hacía a su dimisión, los dos –Noquis y yo- nos podíamos ir a la cárcel de Cerro Hueco. Me pareció inaudita la falta de sensibilidad y de tacto de este sujeto y le pregunté de qué lugar de Chiapas era. Dijo no ser de acá y tener por lugar de origen el Distrito Federal y pocos meses de permanencia en la entidad. De manera agresiva y visiblemente ofendido le respondí. –“Evidentemente usted nos es de aquí, pues de lo contrario estaría enterado con quién está hablando y no se atrevería a proferir amenazas como esa de que me puedo ir a Cerro Hueco. ¿No sabe que ningún Serrano ha estado en la cárcel por ratero?” Me salí del pequeño salón y le dije al secretario de gobierno que la entrevista la di por terminada, pues el tal Ramírez Gómez era un majadero. Juan Lara con una risa nerviosa trató de calmar mi ira. Las presiones fueron de dos días completos. La resistencia de Noquis no podía ser eterna y en una entrevista que tuvimos en mi domicilio tomó una decisión, pero no me hizo partícipe de la misma, seguramente para no comprometerme.

Al día siguiente al entrar a mi despacho encontré en el escritorio la copia de un oficio dirigido a los honorables miembros del Cabildo Municipal, por parte de Enoch Cancino Casahonda. Para mayor claridad lo transcribo a continuación:

\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\"En virtud de que se ha determinado por parte del Congreso del Estado, una investigación acerca de supuestas irregularidades administrativas en el manejo de los fondos municipales y a fin de facilitar la realización de estas tareas, por medio de la presente solicito a ese Honorable Cabildo, de la manera más atenta, una licencia indefinida de mi cargo de Presidente Municipal Constitucional de Tuxtla.

\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\"Quiero dejar constancia de una enérgica protesta por la actuación de la Policía Judicial del Estado, en la aplicación del Operativo que tuvo encomendado el día 23 de mayo de 1991, allanando el palacio Municipal, con violación de las garantías individuales, del artículo 115 Constitucional, en flagrante incumplimiento de los preceptos constitucionales contemplados por la Carta Magna.

Reconociendo la bondadosa colaboración que me brindaron en mis modestas tareas al servicio de la comunidad, me es grato reiterarles junto con mis agradecimientos, los testimonios de mi distinguida consideración\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\".

Por la noche supimos en Tuxtla que Noquis se había ido a la ciudad de México y allá en audiencia privada le había explicado los hechos al Secretario de Gobernación, licenciado Fernando Gutiérrez Barrios. El secretario de gobierno, Juan Lara Domínguez, gestionó, reuniéndolos de uno en uno, la solicitud de licencia de todos los miembros del Cabildo, mostrándose además extrañado de que yo no lo hubiese ayudado hasta el final para cumplir esa ingrata comisión. El Cabildo nombrado por votación popular fue sustituido por un Consejo Municipal.

Al día siguiente de la solicitud de licencia de Noquis se presentó en mi domicilio particular la directora de Egresos del Ayuntamiento, en compañía de una auxiliar, para hacer de mi conocimiento que el nuevo tesorero municipal, aquél mismo que Enoch Cancino nombró para sustituir al funcionario prófugo, se había dado a la fuga con 300 millones de pesos de la nómina. Tomé el teléfono y me comunique con Juan Lara Domínguez, secretario de gobierno, quien al enterase del incidente no le dio ninguna importancia no obstante mi petición de mandar a colocar retenes en las salidas carreteras y vigilancia policíaca en el aeropuerto y las terminales de autobuses, para hacer detener al inmoral tesorero y recuperar los 300 millones de viejos pesos. Al día siguiente todos los periódicos culparon a Noquis de la desaparición de tan fuerte cantidad económica. Me hubiese gustado dar una explicación más completa del incidente a los lectores, pero creo es suficiente resaltar que todo fue una bien instrumentada estratagema a manera de desprestigiar al ya ex presidente municipal ante la opinión pública, según se acreditó con los hechos mismos ya que estando el ex funcionario en la ciudad de México, nunca se le mandó a detener y la acción penal instrumentada en su contra, fue motivo de un perdón de parte del titular de Ejecutivo, de manera antijurídica y absurda, pues sólo se le perdona al que fue debidamente juzgado y condenado.

Dice la gente que los chiapanecos solemos no tener memoria histórica y que de esa suerte los vicios del pasado se repiten al infinito. Ello se debe a que los hechos de la vida pública nadie los escribe, a menos que se trate de embellecer la realidad y maquillarla para beneplácito de los actores más poderosos de esos dramas cotidianos. Los acontecimientos antes relatados no ensombrecieron mi vida. Inclusive, las veces en que me he topado a quienes pudiendo proceder de otra manera prefirieron hacerlo de la forma por ellos considerada correcta, atropellando impunemente a quienes en un tiempo fuimos sus amigos y servidores, los he saludado con hombría de bien y nada más. Ahora el lector entenderá el epígrafe del presente capítulo: “Las naturalezas viriles poseen un exceso de fuerza plástica cuya función regeneradora cura prontamente las más hondas heridas.” (J. I.)

Ya sin empleo me dediqué a resolver algunos asuntos personales y familiares en una especie de medio año sabático en donde aproveché para atenderme de una dolencia de la garganta en la ciudad de México; reuniéndome posteriormente con Noquis en un conocido café para intercambiar noticias del terruño. Luego ingresé a laborar a la compañía constructora Calpan con mi cuñado Oscar Castañón Morell. En mi participación como Coordinador General de la constructora de casas de interés social más activa y próspera del sur de México, aprendí que en el sector privado las formas de trabajo son otras y a las situaciones se les denomina por su verdadero nombre, aunque también hay conspiradores y escamoteadores de la verdad, como en el sector público. Pero bajo la dirección de mi cuñado Oscar, hombre fuera de serie por su espíritu altruista y caballeroso, construimos más de 9 mil casas nada más en Tuxtla y ello dio lugar a un explosivo crecimiento de la clase media baja, que antes vivía en casi barracas o pocilgas y ahora ya lo podía hacer en habitaciones decorosas con todos los servicios.

El gobierno de Patrocinio se empezó a empantanar en una lucha abierta pero estéril contra cierto sector de la clerecía chiapaneca. Al sacerdote Joel Padrón lo encerraron en Cerro Hueco y el escándalo se volvió nacional. Al gobernador se lo llevó el presidente Carlos Salinas de Gortari como Secretario de Gobernación y la cámara local, por órdenes del propio Patrocinio, nombró en su lugar a Elmar Herald Setzer Marseille, quien a su vez hizo su representante a mi cuñado Fernando Castañón Morell, en la ciudad de México. En ese ínterin con los recursos proporcionados por Oscar Castañón creamos la Casa Museo de la Ciudad de Tuxtla, en lo que fuese la habitación de las hermanas Mariana y Laura Cano, con la dirección museográfica de Hilda Castañón Morell. El día primero de enero de 1994 estalló el conflicto generado por el levantamiento de los neozapatistas comandados por un anónimo sujeto cuya cara la cubría con un pasamontañas, conocido como el subcomandante Marcos. Estos levantiscos, en su mayoría indígenas, se auto nombraron como Ejército Zapatista de Liberación Nacional, declarándole la guerra al Ejército Nacional Mexicano en un comunicado de repercusión mundial. \\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\"En la persona de Patrocinio -dijo el pueblo- se cumplió la sentencia bíblica: quien a hierro mata a hierro muere, pues así como sacó con cajas destempladas a Noquis de su cargo de alcalde, a él lo defenestró públicamente el presidente Salinas de Gortari obligándolo a bajarse del caballo ante el azoro de la audiencia nacional, al cesarlo como secretario de Gobernación\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\". Han pasado casi once años del explosivo intento neozapatista y las cosas siguen igual, pues no se sabe de qué nos van a liberar a los mexicanos y continúa la clase marginada de Chiapas peor que antes, bajo una pobreza lacerante y sin avistarse un horizonte ni siquiera de un mínimo prometedor. Pero volvamos al pasado para señalar que los seguidores de Marcos exigieron al gobierno federal la dimisión del gobernador Elmar Setzer (de origen alemán), lo que provocó el arribo de Javier López Moreno, quien en diez meses de estar en el puesto principal de palacio, dijo ya para entregar el poder haber realizado 10 mil obras. Un periodista local aseveró sarcásticamente: -“Si el señor gobernador llama obra a cada uno de los botones metálicos que mandó a poner en el pavimento de la Avenida Central de Tuxtla, posiblemente sí llegó a diez mil”.


A guisa de ser objetivo debo decir que la salida de Patrocinio del gobierno de Chiapas afectó negativamente a la entidad, pues venía desempeñando una importante obra física el controvertido político chiapaneco, sobre todo en Tuxtla Gutiérrez, en donde la construcción de los periféricos del norte y del sur de la ciudad sentaron las bases para un importante desarrollo, como lo prueba el hecho de la apertura de importantes centros comerciales y medianas y pequeñas empresas, lo que trajo como consecuencia natural la creación de fundamentales fuentes de trabajo. El Parque de la Marimba, también de la capital chiapaneca, fue obra de Patrocinio y le ha dado a la ciudadanía un lugar de sano esparcimiento del cual antes carecía. En su gobierno se abrieron pulmones verdes en Tuxtla, como el Parque del Oriente, el Parque Joyu-Mayu (ahora Salomón González Blanco) y la reserva territorial Pompushuti del extremo oriente de la urbe tuxtleca.













Julio Serrano Castillejos

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Publicado el: 04-10-2005
Última modificación: 15-07-2013


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