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Cerrada de Agamenón 16


CERRADA DE AGAMENON 16

Julio Serrano Castillejos

Dicen que para titularse de hombre es necesario sembrar un árbol, tener un hijo, escribir un libro y construir una casa. Las tres primeras condiciones fueron cumplidas satisfactoriamente y como me faltaba la cuarta fui a ver a sus oficinas a mi padre, pues me ofreció coadyuvar en dicha construcción, apenas obtuviese mi título profesional, lo que hice mucho antes de solicitarle el cumplimiento del referido compromiso. Pero como la suerte me fue adversa al quedarse mi papá sin empleo, le pedí a mi cuñado Oscar Castañón me echase la mano dándome ideas para adquirir una casa, así fuese de interés social, para sacudirme el pesado compromiso de pagar una renta cada treinta días y no volver a verle la trilla ni a un quinto de ese dinero. El citado hermano de mi esposa estaba iniciando sus experiencias como constructor y fue cuando en sociedad con el arquitecto Antonio Vilchis fundó una empresa a la cual bautizaron con el nombre de origen náhuatl: “Calpan”, que es el vocablo para decir casa en el idioma de nuestros antepasados aztecas. Me entusiasmó con la idea de adquirir un terreno, pues según sus investigaciones, las instituciones bancarias para concederme un préstamo hipotecario me exigirían ser dueño de una propiedad raíz, y con la compra de 200 metros cuadrados en Lomas de Axomiatla pasé a ser sujeto de crédito. En las oficinas de don Ausencio Lomelí de la Avenida Chapultepec firmé 84 letras de cambio de mil quinientos pesos cada una, previa entrega de un enganche de doce mil quinientos pesos, equivalentes a mil dólares de aquellos felices días en que mi juventud me permitió echarme encima ese compromiso económico y otros más, pues Oscar aprovechando su amistad con Ignacio Castilla, alto funcionario del Banco de Comercio, me gestionó exitosamente un préstamo de 250 mil pesos. Al recibir esta cantidad me descontaron 10 mil “por apertura de crédito”, lo que me pareció un verdadero atraco, pero ni chistar era bueno para contar con fondos suficientes y levantar con ellos la edificación.

El Banco no soltaría un peso mientras no viesen sus representantes la primera etapa de la construcción. Teníamos el proyecto arquitectónico realizado por la novia de Oscar, María del Carmen Pariente Minero, los cálculos para la obra civil, los planos hidráulicos, los eléctricos y hasta un velador, pero no teníamos dinero para cubrir la citada primera etapa. Toño Vilchis, distrajo 50 mil pesos de unos ahorros de su mamá y gracias a ello pudimos iniciar a manera de tener derecho a la primera estimación de obra, realizada por mi acreedor, y posteriormente a la entrega de dinero contante y sonante.

Mi primo hermano Víctor Manuel Castillo Serrano intervino como ingeniero civil en el acondicionamiento del fraccionamiento Lomas de Axomiatla y me advirtió que algunas de sus zonas eran de relleno. Esa circunstancia nos obligó a escoger un terreno firme, en la cabecera del parque público a media cuadra de la avenida principal, en desnivel, en la calle Cerrada de Agamenón, con orientación sur la parte frontal. Ahí edifiqué la primera casa propia para mi familia -por ese entonces de cinco personas- en cuatro medios niveles y con tres climas muy marcados: el de la planta baja sumamente frío, el de los dos niveles de en medio de características agradables y el del nivel más alto, propiamente un invernadero. Mis compañeros de trabajo de la Gerencia de Asuntos Jurídicos de Pemex al saber que pagaría cinco mil pesos mensuales para cubrir la doble hipoteca de mi casa, me calificaron de loco al suponer me sobrarían mil pesos para mis necesidades restantes, pero con mi empleo de proyectista de dictámenes de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes pude “sacar al buey de la barranca”. Mis ingresos de catedrático universitario los doné íntegros para becas de estudiantes de escasos recursos, según consta en los archivos respectivos.

Fuimos los séptimos colonos de Axomiatla, allá en la parte sur poniente de la ciudad de México en las cercanías del Desierto de los Leones. En la casa vecina se instaló un jardín de niños del sistema Montesori y ahí citaban a reuniones para organizar nuestra asociación de colonos, aproximadamente cuando éramos cien familias. En las referidas reuniones les hice notar la necesidad de integrar una asociación civil previa elaboración de los estatutos para ir después ante un notario público y solicitar la inscripción en su protocolo, de los mismos, independientemente a cubrir los trámites de ley. De todos los colonos nada más yo tenía cierta idea de cómo proceder para atender nuestras principales necesidades, pues mi profesión de abogado me colocaba en esa posición. Cuando se votó para elegir a los miembros de la mesa directiva de la Asociación de Colonos de Lomas Axomiatla, A. C., me nombraron presidente por unanimidad, de manera honorífica y con más obligaciones de las que suelen tener los empleos remunerados. Hubo domingos que me despertaron a las ocho de la mañana, mis vecinos, para tratarme asuntos francamente domésticos. En una ocasión le comenté dicha circunstancia al doctor y poeta Enoch Cancino Casahonda, contestándome que en los pueblos chicos el presidente municipal debe atender además de los asuntos públicos, también los privados, fungiendo a veces como consejero matrimonial y como receptor de confesiones, casi como si fuese el cura del pueblo y además una especie de psicólogo profesional. Mi fraccionamiento era un pueblo muy chico y por conveniencia de la comunidad yo era el “presidente municipal”. Una señora me pidió un día amonestase a su sirvienta pues “andaba de coqueta y resbalosa con los albañiles de las obras de la colonia”. Un norteamericano (gringo para ser más claro) de mi propia calle me solicitó le diese garantías de seguridad a él y a sus pertenencias, como si fuese yo el Procurador General de la República. Para reunir el dinero de las cuotas mensuales debía ir de casa en casa. Recibir cincuenta pesos de la cuota respectiva implicaba escuchar quince o más minutos de quejas: que si el camión recolector de basura no pasa todos los días, que el velador fulano estaba durmiendo en horas de trabajo, que la señora perengana se negaba a pagar la cuota de vigilancia porque le entraron a robar, etcétera. Algunas personas me hacían esperar quince o veinte minutos para pagar la cuota mensual, pues se estaban bañando o tenían una “importante” llamada telefónica. Era condición sine quanon tener vocación de servicio para aceptar pasar gratuitamente por tantas molestias. En cierta ocasión me visitaron tres vecinos para pedirme gestionase la clausura de un toreo clandestino ubicado en la última calle del fraccionamiento. Así se le llama a los negocios ilegales de venta de pulque. Bueno, hasta el padre Roberto Ugalde, encargado de la improvisada capilla de Axomiatla, nos fue a buscar en una ocasión para que lo invitásemos a comer todos los días por espacio de una semana, pues la señora que lo atendía iba a salir fuera de la ciudad a gestionar un asunto familiar. En pago por el favor nos bendijo la casa. Este sacerdote, originario del estado de Querétaro obtuvo de la familia Lomelí la donación de un terreno y con las limosnas y donativos recibidos por él, construyó una parroquia en nuestro fraccionamiento. Ese fue su legado a la feligresía de tan singular colonia urbana, del risueño valle en las cercanías de Villa Verdún.


Antes de continuar con la cronología respectiva me permito relatar una experiencia para mí muy importante en aquél entonces, como más adelante se apreciará.

Un día me llama por teléfono a mi domicilio mi amigo Tito Zamorano Zamudio y me pregunta si estoy dispuesto a colaborar en la organización de un congreso nacional de representantes de asociaciones de profesionales. Al otorgarle mi anuencia me da cita en el despacho del maestro y diputado federal Guillermo Vázquez Alfaro (esposo de la abogada chiapaneca Oralia Coutiño) situado en la Avenida Baja California de la capital de la República, y ahí el referido catedrático universitario me otorga un nombramiento para ir a Chiapas en calidad de delegado, haciéndome saber que el congreso de referencia se celebrará bajo los auspicios del presidente Luis Echeverría Alvarez, quien para asegurarse del éxito respectivo, proponía que cada delegado obtuviese el apoyo del gobernador respectivo, a manera de que los titulares de cada Poder Ejecutivo estatal, pagaran la transportación de los participantes, de su lugar de origen al puerto de Acapulco de ida y vuelta. Es decir, la Presidencia cubriría los gastos del alojamiento y de las comidas de los participantes de dicho congreso en el puerto turístico.

Debo señalar que por aquellos días era gobernador de Chiapas un médico que sin mayores antecedentes políticos se supo colar a la hora buena y desplazando a políticos de muy buen nivel, como los senadores Abelardo de la Torre Grajales y Juan Sabines Gutiérrez, arribó al palacio de gobierno –puedo estar seguro- sin antecedentes de militancia dentro del partido oficial y sin haber cumplido con el pago de las cuotas respectivas. El antecedente es el siguiente: Poco antes de resolverse la sucesión del gobernador de Chiapas, José Castillo Thielmans, el ex presidente de México licenciado Adolfo López Mateos, cayó enfermo a consecuencia de un aneurisma. Por órdenes del presidente Gustavo Díaz Ordaz fue traído a México un destacado neurólogo extranjero de apellido Poppen, para encargarse del célebre enfermo, pero como él no podía estar diariamente a cargo del mismo, solicitó un auxiliar. Ahí se enganchó habilidosamente el doctor Manuel Velasco Suárez, renombrado neurólogo mexicano y autor de profundos estudios dentro del ramo mencionado, y para no perder presencia en el ánimo del primer mandatario, Gustavo Díaz Ordaz, lo hizo alentar esperanzas respecto a una posible recuperación parcial del político originario del Estado de México. El asunto no quedó ahí, pues también hizo contacto con el secretario de Gobernación, Luis Echeverría Alvarez, quien poco después fue señalado por el presidente de México como candidato del PRI a la presidencia de la República y lógicamente fue el sucesor de don Gustavo, pues en aquellos días así de fácil se resolvía el cambio de estafeta en el Palacio Nacional.

Así las cosas, la llegada del médico de San Cristóbal de las Casas como candidato al gobierno de Chiapas, causó sorpresa, pues sin haber ocupado nunca ni una modesta regiduría y mucho menos posiciones que lo hiciesen merecedor de tan señalado honor y sin méritos de hombre de partido, se había colocado en los cuernos de la luna de la noche a la mañana, dejando en el camino a políticos de tiempo completo, conocedores de la problemática estatal e identificados con las llamadas fuerzas vivas del Partido Revolucionario Institucional. Tan sonada “hazaña” lo dejó mal parado al doctor en el ánimo de la ciudadanía chiapaneca, pues fue siempre calificado como un vulgar oportunista que supo “industrializar” en su favor la enfermedad del ex presidente Adolfo López Mateos..
Para cumplir con mi encargo como delegado en Chiapas para los trabajos preparatorios del ya citado congreso, contacté desde la ciudad de México por vía telefónica a los presidentes municipales de Tuxtla Gutiérrez, de San Cristóbal las Casas y de Tapachula, solicitándoles me organizaran una reunión en sus oficinas, con los presidentes de las asociaciones de profesionales. Lógicamente, para cumplir con la estrategia del presidente Luis Echeverría mi contacto principal lo fue el alcalde tuxtleco, un talentoso y serio abogado contemporáneo mío, de nombre José Ricardo Borges Espinosa, pues él me gestionó una audiencia con el doctor Manuel Velasco Suárez, gobernador de Chiapas.

Ya en Tuxtla me fui directo a las oficinas de la Presidencia Municipal. José Ricardo Borges me recibió con un caluroso abrazo y ahí mismo me dio un local para exponerle a los presidentes de las asociaciones profesionales de la capital del estado, los proyectos del presidente Echeverría. Así mismo, me hizo saber Ricardo, que habíamos sido invitados él y yo a comer por el gobernador.

Recuerdo a algunos presidentes de colegios de profesionales, como José Toledo Castillejos de los arquitectos, Eugenio Orantes de Coss de los abogados y Romeo Rincón Castillejos de los médicos. Terminé mi charla con ellos y me fui con el funcionario del municipio a ver al gobernador. Ya en el privado del titular del Ejecutivo le extiendo la mano y le digo: -“Señor doctor, es para mí un placer conocerlo”- y me arranco con la explicación aprendida de memoria desde la ciudad de México, pero abruptamente me para el galeno y con cara de disgusto me dice, viendo el logotipo de características ciertamente abstractas del sobre blanco conteniendo la invitación: -“Explíqueme primero el significado de ese dibujo”. En honor a la verdad, era más fácil encontrarle significado coherente a un cuadro de Pablo Picasso, y en tal razón le digo: -“Creo es una figura abstracta del dibujante”. Niega tajantemente el doctor Velasco Suárez tal posibilidad, toma el sobre entre sus manos y empieza a teorizar sobre las muchas cosas que el autor del logotipo quiso seguramente transmitir con sus líneas, inventando cualidades e ideas que nada más él veía, pero por respeto a su investidura preferí quedarme callado. Termina su perorata, para mi bastante cansina y me invita a continuar, pero esperando el menor desliz de mi parte para atacarme frontalmente, y cuando le digo que “el presidente Luis Echeverría proponía invitásemos los delegados a cada gobernador a cubrir gastos de transportación de los participantes”, me para en seco y como si la idea fuese originalmente mía, enérgicamente aduce: -“El profesional que no tenga para pagar su pasaje no merece ir al congreso; ¡yo no voy a dar ni un centavo!”. Era evidente su deseo de reñir conmigo oralmente. A estas alturas entra al despacho su secretario privado y le dice al gobernador que una enfermera desea verlo, pues quiere le estampe su rúbrica en un libro de neurología del cual él es autor. En lugar de terminar la entrevista conmigo, hace pasar a la enfermera y ésta en un estilo ostensiblemente zalamero, le solicita su autógrafo. El galeno se hincha de gozo –con su proverbial egolatría- y habla con la enfermera como si estuviese con la Madre Teresa de Calcuta o con Sor Juana Inés de la Cruz, mientras el presidente municipal y yo vemos con incredulidad la escena. Nos explica Velasco Suárez cuestiones de su libro a los tres y con el deliberado propósito de hacernos sentir mal a los dos abogados, afirma: -“Bueno, ustedes que van a entender de estas cosas”. Para aligerar la tensión Ricardo Borges le recuerda al doctor que nos invitó a comer. El gobernador pregunta a donde vamos a ir a tomar los alimentos. –“A donde usted lo disponga, señor, pues usted invitó” –fue la respuesta del presidente municipal. Manuel Velasco Suárez que ya iba junto con nosotros camino a las escaleras, se regresa como impelido por un resorte y como chamaco altanero adopta actitudes de mala crianza, se sienta ante su escritorio y nos da una amplia explicación de lo mucho que él trabaja, sin venir lo anterior al caso. Para esto, Ricardo “siente la pena ajena” y me propone irnos a comer juntos. Ya en la puerta, don Manuel me mira fijamente a los ojos y suelta una frase que hasta hoy no entiendo su significado: -“Y para que vea, sé quien es usted, su padre se llama Julio Serrano Castro y su mamá Betty Castillejos”. Obviamente, el doctor era por ese entonces un memorista fuera de serie, pero su patológica actitud me hizo pensar muchas cosas que por respeto a los lectores me reservo.

Pasados unos ocho años de lo anterior en una reunión de trabajo de la campaña electoral de Miguel de la Madrid, nos sentaron juntos al doctor Velasco Suárez y a mí en Palenque. Ahí me dijo saber muy bien quien era yo. –“Estamos a la recíproca – le respondí-, pues yo sé muy bien quien es usted”. Sería omiso de mi parte no referir que el pueblo de Chiapas responsabiliza al doctor Manuel Velasco Suárez de la fallida construcción de dos obras multimillonarias en el estado de Chiapas. Una, la del aeropuerto de Llano de San Juan en un cerro cubierto permanentemente de nubes y de niebla, en donde además los vientos cruzados –respecto a la pista- ponen en peligro las operaciones de aterrizaje y de despegue de las aeronaves. Dos, la del puerto de “altura” de San Benito en las cercanías de Tapachula, en donde las mareas azolvan el canal donde se supone debían transitar las embarcaciones, pero además y como consecuencia de la construcción de enormes escolleras, las corrientes marinas socavaron las zonas cercanas a la playa destruyendo las edificaciones de negocios y de casas particulares. Como todos lo saben, el doctor Velasco Suárez en un absurdo afán de protagonismo influyó a favor de dichas obras, pues él aseguraba tener conocimientos suficientes en cualquier materia, como cuando le quiso enmendar la plana al conferencista Cuauthémoc Cárdenas Solórzano en un tema impropio para un médico: “La acidez de los suelos”.

En la Comisión Técnica Consultiva de Vías Generales de Comunicación atendí asuntos muy interesantes. Así me tocó, por ejemplo, resolver el relativo a la concesión del Canal 13 de Televisión de la ciudad de México, a la fecha cabeza de uno de los principales consorcios televisivos. Por mis manos pasaron las concesiones para radiodifusoras comerciales de un señor de Tamaulipas de apellido Cárdenas González, posteriormente gobernador de ese estado norteño y consuegro de mi tío Mario Castillejos Madariaga, hermano de mi mamá. Sólo éramos dos abogados encargados de formular dictámenes, Jesús Campos y yo, con la ayuda, cuando el trabajo se acumulaba, del secretario de la aludida Comisión, Ignacio Quesada Castillo (q.e.p.d.). No obstante estar involucrados intereses cuantiosos, nunca recibimos una dádiva y mucho menos una “mordida”, los funcionarios de la referida dependencia, en donde formulábamos dictámenes para concesiones de rutas de autobuses del servicio federal, o sea, de transportes de pasajeros y de carga en las carreteras nacionales, y así mismo del entonces novedoso sistema de radio localización de personas identificado como bip-bip, y como ya lo sugerí, de estaciones comerciales de radio y de televisión. Un día llegó a hasta mi escritorio un ex locutor de radio de nombre Ricardo Palacios Anzá, de Tuxtla Gutiérrez, identificándose como solicitante para la concesión de la estación comercial de amplitud modulada XEOI, de horario diurno. De entrada se sinceró conmigo: -“Vamos a hablar en plata licenciado, ¿cuánto debo darle para que me favorezca con la concesión?”,- me dijo pasando por un momento sumamente difícil al suponer que yo podía ser más exigente de lo supuesto por él. Su sorpresa fue grande cuando le contesté: -“Si usted cumple con los requisitos y demuestra ser el del mejor derecho saldrá de aquí próximamente con la concesión sin gastar más de lo señalado por los trámites legales”, aunque en su ego interno pensó ya se le habían adelantado. Este presunto concesionario era conocido mío en la capital de Chiapas en donde trabajó como locutor de la estación pionera XEON, pero no estaba obligado a saber mi estilo de trabajo, muy ajeno a las componendas y corruptelas de otros funcionarios públicos. Cuando la concesión se resolvió a su favor con base en mi dictamen me fue a ver a las oficinas del Centro SCOP y me pidió le “aceptase un regalo para demostrar (su) agradecimiento”. Como me negué a recibirle un juego de pluma y lapicero de oro y cualquier otro objeto de similar valor, me pidió señalase yo en qué podía consistir el regalo. Le sugerí encargase un “cochito” horneado a Tuxtla para comérnoslo él con sus familiares más cercanos y yo con los míos, en mi casa de Agamenón 16. Así lo hicimos. El detalle lo recuerda hasta la fecha mi talentoso cuñado, el que derrotaba en los concursos de declamación a Porfirio Muñoz Ledo, Virgilio Anduiza Valdelamar, abogado de profesión y esposo de mi hermana Martha Eugenia. El cerdo horneado costó aproximadamente doscientos pesos y en consecuencia ni las personas de mala fe podrían sugerir fuese en pago de la concesión otorgada. A la comida asistió mi padre y mis hermanas con sus esposos y sus hijos, para deleitarse con el referido plato regional tuxtleco.

Sería complicado describir aquellos años de felicidad, con casa nueva, una linda y virtuosa esposa y tres hijas de un corazón de oro y una nobleza inigualable Mi hijo Julio aún no había nacido. Guardo una película de super ocho de la Navidad de 1972, en donde recibimos en la casa a mi linda y espiritual madre y a mi hermana Ana María con sus tres hijos: Annette, Héctor Martín y Mónica Lorena, nietos por la vía paterna del connotado escritor y ex gobernador campechano doctor Héctor Pérez Martínez, quien falleciera cuando ocupaba la cartera de Secretario de Gobernación en el gobierno del licenciado Miguel Alemán Valdés. Por esos días mi hermana estaba separada de su esposo, Héctor Pérez Celis, y por tal razón él no aparece en la filmación, grabada en cinta de video posteriormente.

Teníamos dos automóviles. Una camioneta Datsun de color rojo en la que Chabe transportaba al colegio “Félix de Jesús Rougier” de la Colonia Florida a nuestras tres hijas y a las de Carmen Boullosa, turnándose con ella la citada obligación. Un automóvil marca Rambler verde metálico, era el de mi servicio particular. Fue nuestra linda amiga Laura Castillo Rincón la encargada de enseñarle a Chabe los secretos de la conducción de automóviles, pues como vivía en las calles de Fujiyama, nos quedaba a tiro de piedra y así las cosas las dos amigas se apoyaban en todo, para prolongar su amistad de la infancia iniciada en Tuxtla Gutiérrez. Eran tiempos en que mi carácter extrovertido y con inclinaciones a las fiestas tipo lucha libre (sin límite de tiempo) me inducía a caerle a Chabe sin aviso previo con amistades en la casa de Agamenón 16; la vecina Tony, esposa de Luis Miranda, la ayudó en una memorable ocasión a cumplir airosamente el compromiso en que arribaron a nuestro hogar amistades que mi esposa no esperaba.. Un cuatro de agosto – en el día de mi cumpleaños- nos propusimos recibir a unas 30 personas en la casa, pero por toda una serie de coincidencias y situaciones especiales llegaron el doble de las gentes esperadas por nosotros. Chabe debió repetir el milagro de la multiplicación de los panes y yo salí corriendo a comprar más refrescos, hielo y licor. En esta fiesta empezamos con una cena en día sábado y al día siguiente –domingo- desayunamos a las nueve de la mañana y comimos a las tres de la tarde, con la mitad de los concurrentes de la noche anterior. Eran pachangas maratónicas y Chabe atendía diligentemente con mi ayuda y la de la servidumbre. En dicha ocasión nos acompañó Julio Alvarado Castañón con su esposa, Lulú y nos ayudaron a “sacar el buey de la barranca” con un guisado de chicharrón en salsa verde..

Las fiestas en nuestra casa solían ser, como en la lucha libre, de dos a tres caídas sin límite de tiempo. Las amenizaban Fernando Farrera Castañón, Fernando Jiménez Serrano y mi cuñado Fernando Castañón Morell. Los dos primeros con sus dotes musicales pues tocaban la guitarra y sus bien timbradas voces eran un coadyuvante. Ambos eran cantadores muy aceptables y el tercero con sus ironías y su fino humorismo muy a la chiapaneca nos hacía reír hasta reventar. Además, los tres Fernados eran conversadores y polemistas de tonos sumamente agradables y así las cosas nuestras reuniones, a donde asistían sus respectivas esposas Elena Castillo, Gloria Vilches y Guadalupe Media, eran auténticos duelos para ver cual de ellas sacaba primero de la fiesta a su marido, pues éstos formaban las filas de los infatigables amigos “de carrera larga”, como se dice coloquialmente. En varias ocasiones asistieron a estos saraos nocturnos el escritor Fedro Guillén con su inseparable Estela, Tito Zamorano con su media naranja, María Elena Calvo; Mario Hernández Malda con su señora Lilia, Servio Tulio Acuña y su esposa Claudia, mi otro cuñado Oscar Castañón con su cónyuge Maricarmen Pariente y hasta mi padre, don Julio Serrano Castro y su esposa Mercedes Espinosa, eran de los que salían de la casa ya para amanecer. Mi suegra, doña América Morell de Castañón y diversos familiares de mi esposa y míos, fueron partícipes de aquellas pachangas en la casa de cerrada de Agamenón, a donde también iban con frecuencia mis compañeros de trabajo de Petróleos Mexicanos y ya no se diga mis hermanas Elizabeth, Ana María, Martha y Olivia y los esposos de ellas, y por supuesto, mi linda madre doña Betty Castillejos Madariaga, aunque ella más bien en reuniones de tipo íntimo familiar. Mi hermano Sergio algunas veces puso los pies por ahí.

Era por aquellos días de consumo muy generalizado el ron Bacardí blanco con Coca-Cola, bastantes hielos y unas gotas de limón, para amenizar las fiestas. En las cercanías de Axomiatla teníamos el Superama de Plateros y ahí compraba Chabe las botanas, las aguas minerales, los refrescos, los pollos al pastor y todo lo necesario para atender a nuestros invitados. Vivíamos en una zona escasamente poblada y era aquello una especie de “la ciudad pero dentro del campo”. Mi cuñado Fernando Castañón entusiasmado por el ambiente bucólico del lugar adquirió en Lomas de Guadalupe un terreno y con el pretexto de ir a ver su propiedad pasaba a saludarnos, especialmente en sábados y domingos, en compañía de su señora madre cuando estaba soltero y posteriormente con su esposa Lupita y su hija Adriana, pues sus retoños Fernando y Rodrigo aún no habían nacido.

Otras reuniones memorables eran las de la casa del primo de mi esposa, el doctor Fernando Farrera Castañón, en la colonia Prado Churubusco, en donde la bohemia musical ocupaba la atención de la concurrencia: La batuta la llevaba Fernando Farrera con su contramaestre de a bordo, mi primo el ingeniero Fernando Jiménez Serrano, con Alberto Elorza como uno de los pilares consentidos de los participantes, junto con el célebre compositor Vicente Garrido, el tenor Jorge Fernández, los Isleños con Lalo Licona a la cabeza de ese grupo tan popular en el restaurante Mauna Loa, con su baterista Toñito Ríos originario de Chiapas de Corzo. En esas audiciones musicales llegaban Las Arañas, trío integrado con Pepe Partida, Rodolfo Rubalcava y Guillermo García, además de innumerables amigos como Lalo Bermúdez, Abel Flores, Enrique Ayala, Miguelito Anza, el médico Miguelito Enríquez Castañón, amén de otros melómanos de medio tiempo como Fernando Castañón Morell y Lalo Gutiérrez, y por supuesto, el que esto escribe.

En las citadas reuniones le escuché sus gotas de ingenio y humor al locutor y genial amigo tapachulteco Alberto Elorza, como aquella de afirmar que no obstante su larga ausencia de su tierra natal, “en Tapachula su popularidad era tan ostensible que hasta los perros le ladraban de tú”. Luego decía: “en mi tierra hace tanto calor que los ‘chuchos’ sólo le ladran a los automóviles estacionados”. Fernando Farrera le echaba llave a la puerta y de su casa y nadie podía salir mientras el ambiente musical y la charla estuviesen en su apogeo, pues contaba con instrumentos musicales suficientes como para integrar una orquesta de unos doce o quince elementos. Elenita, esposa de Fernando, y los hijos de ambos se subían a dormir desde muy temprano para dejarnos la parte baja de la casa ajena a cualquier intromisión familiar. Esas fiestas del llamado Grupo de los Viernes fueron históricas en el ambiente musical y bohemio de la ciudad de México.


Presumíamos la casa de Cerrada de Agamenón número diez y seis como si fuese el Palacio de Versalles. No obstante su sencillez gustaba por estar originalmente resuelta en cuatro medios niveles, con una linda jardinera en la entrada y un traga luz para iluminar las plantas y todo su entorno. Tenía cuatro recámaras, tres baños y medio, despacho, estancia, cocina, cuarto de servicio con baño privado y lugar para dos automóviles bajo techo. Un día llegó a visitarnos Julio Moya García acompañado de un amigo, el arquitecto Sergio Santa Cruz Aceves, quien después de recorrer la casa en compañía de su esposa, dijo: “Esta casa muy pronto va a ser mía”. No le dimos importancia al incidente. Por cierto, mi cuñado Oscar aplicó en la construcción de la casa el sistema inventado por el ingeniero Heberto Castillo, maestro de él en la Universidad Nacional Autónoma de México y célebre protagonista de los hechos de octubre de 1968 y perseguido político por emprender luchas sociales en el sexenio del presidente Gustavo Díaz Ordaz. El ingeniero Heberto Castillo para resolver los colados de concreto sin agregarles tanto peso inventó una armazón de hierro en forma piramidal. Dicho método se conoce como tridilosa y anteriormente fue exitosamente aplicado en la edificación del hotel de México en el parque de la Lama de la Avenida Insurgentes. La losa queda hueca, y ello permite hacer cambios de tuberías, de drenajes, de cableado eléctrico y de muros, después de haberse habitado la casa por períodos largos, con la consiguiente posibilidad de modificar la distribución del inmueble drásticamente; es decir, en donde estaba un baño se puede hacer un guardarropa y en donde estaba el guardarropa se puede hacer un baño.

Ya en nuestra casa de Lomas de Axomiatla mi esposa Isabel (Chabe) encargó un bebé por cuarta ocasión. El producto del segundo embarazo entre las gemelas y Ana Olivia se perdió. El ginecólogo para no exponer a la futura madre, pues los dos partos anteriores fueron de peligrosidad extrema por la falta de la indispensable dilatación para facilitar la salida del producto, programó la fecha del nacimiento de ese cuarto bebé. Cuando salimos hacia el sanatorio Tehuantepec, propiedad del doctor Eduardo Lowember, algo me decía que íbamos a ser papás de un varón. Por aquél entonces no existía el sistema de resonancia magnética, tan en boga actualmente, resultando una verdadera sorpresa no exclusivamente el sexo del hijo esperado sino muchas veces la cantidad (uno, dos o más hijos), como en el caso de mis mellizas, María Alejandra y María Isabel, nombradas en orden de su nacimiento. Como a las once horas del 29 de septiembre de 1973 nació Julio III, nieto de Julio Serrano Castro e hijo de Julio Serrano Castillejos, correspondiéndole llamarse Julio Serrano Castañón, o sea, igual que su padre y su abuelo hasta la mitad del segundo apellido. Cuando mi prima hermana Julia Serrano Figueroa de De la cerda visitó en el sanatorio a Chabe y presenció cómo se revolvía en la cama a consecuencia de los llamados dolores de entuertos, con una pícara sonrisa propuso mi castración estando yo presente. De once partos atendidos en el sanatorio de referencia el día antes señalado, sólo mi hijo fue varón y por ello en la sala de cuna parecía un sultán con sus diez mujeres. Mi mamá lloró de la alegría al verme tan ancho con mi primer hijo hombre. Por cierto, cuando estaba Chabe en la sala de operaciones minutos después del nacimiento de Julio, salió de la misma el pediatra Luis Lara Vals, entrañable amigo nuestro y encargado de recibir a todos mis hijos, para preguntarme se quería yo que ligasen a Chabe. Los abogados somos muy formalistas tratándose de ese tipo de decisiones, y le contesté al doctor: -“Pregúntenle a mi mujer, pues a ella corresponde decir lo que deben hacer”; pero como estaba anestesiada, la pregunta no se la pudieron formular y salió de la sala de partos con su original capacidad física para continuar con “la fábrica abierta”. Ya en su cuarto y enterada del incidente me dijo: -“Les hubieras dicho que me ligaran”. Cada vez que se tocaba el tema de si alguien quería niño o niña, mi papá aseguraba que las mujeres no les dan mayores aflicciones ni dolores de cabeza a sus padres, a diferencia de los hombres. Y en verdad, le reconozco a mi hijo Julio sus muchas bondades y su inclinación a la vida honesta y de trabajo, pero solo en materia de parrandas le sacó canas verdes a su mamá y a mí me las pintó de todos los colores. Mi mamá diría: -“Hijo de tigre, pintito”. Pasados dos días de haber salido mi esposa y mi hijo del sanatorio éste se enfermó y el pediatra concluyó que en el cuarto de cuna lo contagiaron. Nos lo llevamos al hospital Pediátrico de las calles de Ttaxcala deshidratado y con una infección intestinal muy severa. Con una técnica consistente en darle como alimento agua con mantequilla, ahora ya superada, Luis Lara Valls lo sacó sano y salvo. En una ocasión mi esposa vio a lo lejos pasar a una enfermera corriendo con un niño en brazos en la sala de terapia intensiva: -“Ese es mi hijo” –dijo al verle la cabeza por detrás y a través de unos cristales. Mi mamá se sorprendió al presenciar tal facilidad de reconocimiento, pues efectivamente, era nuestro niño y se le había desprendido del brazo la aguja del suero.

Pero no hay felicidad completa. Un día mis hermanas llevaron a nuestra madre al servicio médico de Petróleos Mexicanos, en donde la registré como mi dependiente económico y por ello era derecho habiente. Tenía ya algunas semanas de sentir una molestia. Le hicieron sus pruebas de química sanguínea y otros análisis, sometiéndola además a la auscultación de aparatos sofisticados. Mi mamá presumía de ser muy sana y aseguraba sólo haber guardado cama en el nacimiento de sus hijos. –“Si algún día me enfermo, preocúpense, pues como soy muy sana, mi primera enfermedad será la última”, repetía a todos sus familiares. Estaba una tarde dictándole a mi secretaria un escrito de contestación de demanda, cuando recibí una llamada telefónica del Hospital de Concentración Nacional de Azcapotzalco, de parte de uno de los doctores encargado del caso de doña Betty Castillejos Madariaga. El médico me pidió lo entrevistara personalmente, y de tal manera, apenas terminé mi dictado me fui al referido sanatorio. Ya en su despacho me dijo el galeno: -“Siento decirle que el caso de su mamá es muy grave. Le detectamos un tumor maligno en el páncreas y no le damos más de seis meses de vida”. Se me vino abajo el mundo y de inmediato sentí un enorme hueco en el estómago. Mi madre tenía apenas 59 años y según yo varios años de vida por delante, pero el médico después de breves preámbulos dio a conocer su inexorable diagnóstico y no dejaba opción a ninguna salida posible. –“El páncreas es indispensable para la degradación química de los alimentos y lógicamente sin ese órgano sano no se puede vivir”, nos explicó el facultativo a mí y a mis cuatro hermanas, Elizabeth, Ana María, Martha Eugenia y Gabriela Olivia; nuestro hermano Sergio estaba en la finca productora de café “Santa Lucía”, muy ajeno al problema. Yo quedé en los registros médicos como principal familiar responsable de la enferma, y así, en una ocasión el doctor que manejaba el caso me hizo comparecer ante él para preguntarme si autorizaba la administración de quimioterapia. –“Si la enfermedad no tiene remedio ¿para qué conviene administrar esos medicamentos?”, -pregunté al facultativo-. Me hizo saber que la quimioterapia tenía por objeto proporcionarle al paciente una mejor calidad de vida, pero nunca me habló de posibles riesgos secundarios. Sin sospecha alguna de mi parte, di la autorización. Con la experiencia de esos fatales días me permito aconsejar a los enfermos y a sus familiares nunca tomen una decisión sin consultar a varios doctores, pero sobre todo, analizando detenidamente los posibles riesgos derivados de la aplicación de una medicina. La quimioterapia a los dos o tres días de sus primeras administraciones le provocó a mi mamá una especie de derrame cerebral con la consiguiente hemiplejía, con trastornos del lenguaje y parálisis corporal de un lado del organismo, pues las medicinas aterrizaron rápidamente en los para mí inexistentes efectos secundarios y como nunca llegó la ambulancia de los servicios de urgencia, cargué yo solo a mi mamá para conducirla de la recámara principal –donde estaba alojada para su comodidad- a la camioneta de mi esposa y luego hasta el hospital de PEMEX.

A mi querida y linda enferma la sometieron a hidroterapia y a ejercicios en una sala especial del hospital. Para entonces estaba alojada en el departamento de mi hermana Ana María. Entre cinco de los seis hermanos (Sergio estaba lejos) le pagamos a una cuidadora, a quien llamábamos cariñosamente Chelito, pues en principio cubríamos los honorarios de dos turnos de enfermeras profesionales y el gasto era sumamente alto. Una ambulancia la conducía del domicilio de Anita al sanatorio de petroleros de ida y vuelta. Para mis múltiples ocupaciones resultó harto complicado atender debidamente a mi mamá, pero lo hice con esmero y efectividad, pues inclusive muchas veces me quedé a dormir con ella en el sanatorio y de ahí me iba directamente a atender mis audiencias de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, previa presencia de alguna de mis hermanas para no dejarla sola. En una ocasión mi tía Ana María, hermana de mi madre, lloró desconsoladamente en un pasillo cercano a la habitación de la enferma en el hospital de PEMEX, causándome ese detalle absoluta desesperanza, pues si alguien era fuerte y de mucho carácter era precisamente esa tía mía, una especie de segunda madre a quien quise profundamente. Nos ayudó en dicho trance mi tía abuela Carmen, hermana de mi abuela materna, doña María Madariaga y muy cercana en el afecto a mi mamá, a la que hizo su comadre junto a mi papá, cuando bautizaron a su hijo Julio Humberto Trujillo. Los familiares y amigos nunca nos dejaron solos. Médicamente nos asistió un primo de mi mamá, el neurólogo Jorge Rincón, discípulo consentido del doctor Manuel Velasco Suárez.

Perdí la cuenta de cuantas veces ingresó mi mamá como interna al sanatorio. Los doctores la veían como si fuese una familiar de ellos y la llamaban doña Betty tratándola con especial cuidado y algunos hasta con ternura. En una ocasión a consecuencia de un incendio en la refinería de Tula, como los cuartos eran insuficientes en el sanatorio, en el de mi mamá alojaron a una señora de unos treinta y siete años de edad, atendida de una sencilla operación consistente en estrecharle el cuello de la vagina. Creo se llama perinorrafia, la referida intervención quirúrgica. La joven paciente se la pasaba haciendo bromas de su situación y decía “como me dejaron otra vez señorita me voy a ir de Luna de Miel con mi marido por segunda ocasión”. La señora ignoraba que su compañera de cuarto tenía una grave enfermedad y le daba ánimo de mil maneras distintas, asegurándole que en cuanto la diesen de alta le iba a llevar dulces, frutas y flores a su habitación de enferma, para demostrarle su cariño. Pero a la animosa señora se le formó un trombo en una de sus piernas y se le fue al pulmón, entrando en gravedad y sucumbió a los dos días de ese accidente vascular. Cuando mi mamá la vio morir a las tres de la mañana, dedujo que todo se debió a una desatención de los doctores y empezó a exigir que la llevaran a su casa, pues “no quería le sucediese lo mismo”. Por esas cosas raras de la vida, ningún familiar acompañaba a mi mamá esa noche y como las enfermeras y los médicos no pudieron controlarla, optaron por llevársela al domicilio de mi hermana Ana María, en una ambulancia especial.

Los médicos estaban desconcertados pues mi mamá superó en mucho los seis meses calculados por ellos como máximo de supervivencia. Un día por nexos que ya no recuerdo una de mis hermanas le llevó a mi mamá a su cuarto del sanatorio a un “sanador” del estado de Veracruz, pues inclusive los mismos médicos aconsejaban “para ayudar mentalmente a la enferma” someterla a cualquier prueba inocua, como suelen ser las de las prácticas de las personas que dicen tener poderes especiales para curar. El sujeto, estando presentes nosotros, oró y luego sin tocar a la enferma puso sus manos arriba de la zona supuestamente afectada, a una distancia de unos diez o quince centímetros. Pasada una semana me llamó a su consultorio el oncólogo encargado del caso y me dijo que el tumor se había reducido de tamaño considerablemente. Mi mamá decía al iniciarse su enfermedad sentir una bola en el vientre y después aseguraba que esa protuberancia había desaparecido. Pero a los dos meses le diagnosticaron a mi enfermita el denominado Mal de Hodgkin conocido también como linfoma o cáncer del sistema linfático, también descrito como linfogranulomatosis, por ser una tumefacción y evidente aumento de volumen de los ganglios linfáticos del cuello, axila, ingle y del bazo (esplenomegalia). En dichos casos es frecuente la existencia de una fiebre discreta pero muy irregular, picor en la piel, adelgazamiento del enfermo y anemia. El diagnóstico suele realizarse mediante el análisis microscópico de uno de los citados ganglios, que revela la presencia de unas células muy especiales o características de la enfermedad. No se conoce con exactitud el origen de la enfermedad de Hodgkin, pero se le considera una forma especial de tumor de los tejidos linfáticos formadores de sangre, y en tales circunstancias, pudo ser una metástasis del tumor primario. Aunque en algunos casos se consiguen supervivencias de muchos años, posiblemente tratándose de mi mamá la afectó el derrame cerebral provocado como acción secundaria por la quimioterapia, y ya minado su organismo fue decayendo paulatinamente, pero siempre con su agudeza mental muy entera. Guardo grabaciones de pláticas de mi mamá, ya muy avanzado el proceso del linfoma, en donde se puede advertir la claridad de sus razonamientos, pero con una voz que da la impresión de un profundo cansancio. En cierta etapa el pelo se le empezó a caer y ella pidió se lo cortaran muy pequeño, pero se repuso totalmente al grado de formar una blanca cabeza aborregada, pues era su cabellera sumamente rizada. Esto me recuerda que alguien le compró un vellocino y se lo obsequió, para amortiguar el roce de la cama sobre su piel.

En una ocasión estábamos Chabe y yo con mi mamá en el sanatorio y ella con la mirada fija en el techo dijo que veía un pasillo muy largo con varias puertas y no sabía por cual de ellas pasar. Llamaba a su mamá y le pedía: -“Dime por cuál puerta debo entrar”. Después de este incidente se quedó dos o tres días en estado catatónico viendo un mismo punto, sin hablar y sin reaccionar a los estímulos de su alrededor. Creímos era el final y hasta los doctores opinaron que todo era “cuestión de horas”, de manera eufemística pero clara, para prepararnos a un cercano y fatal desenlace. Pero mi mamá salió de ese trance y vivió todavía dos meses y medio. Por cierto, un sábado al medio día fui a visitarla al sanatorio. Al salir del elevador una enfermera, de cierto atractivo físico, me sacó plática y con ella me quedé por espacio de unos cinco minutos hablando de la enfermedad de mi mamá. Cuando ingresé a su habitación estaba sola, conectado su brazo izquierdo a una aguja para la introducción de suero a su vena y además tenía en la nariz la delgada manguera del oxígeno. Debo hacer hincapié en la circunstancia –muy importante- de que mi linda enfermita no pudo haberme visto y menos haberme escuchado en mi plática con la enfermera, pues esto aconteció a una considerable distancia de donde ella estaba, sin embargo al verme entrar, me soltó una frase a boca de jarro: -“Esa muchacha es una coqueta y no te conviene; tú dedícale todo tu amor a tu esposa y no te fijes en nadie más”. A los pocos días estábamos Chabe y yo con mi mamá en su cuarto del referido sanatorio escuchando la cohetería del 15 de septiembre, cuando inopinadamente me empezó a decir: -“Tu papá siente mucho dolor”. Mi esposa y yo pensamos se refería ella a un dolor espiritual, inclusive derivado del conocimiento que por nosotros tenía del proceso del deterioro de la salud de mi propia madre. Como dijese varias veces lo mismo, “tu papá siente mucho dolor”, le preguntamos si se refería a la pena que él tenía por saber de su enfermedad. –“¡No! –contestó con absoluta seguridad-, él tiene mucho dolor físico, le duele todo el cuerpo”. No le dimos importancia a dicha aseveración, pero mi padre regresó de Europa el día 9 de octubre de 1974, fecha en que sepultamos a mi mamá, y después de interrogarnos a sus hijos respecto a las incidencias del deceso y del entierro, nos comentó que en Londres, precisamente en la mañana del 15 de septiembre cuando examinaba con interés unos aparadores de una tienda, no percibió la cercanía de una escalera del metro y rodó por ella y hacia abajo, unos quince escalones. –“Me dolía todo el cuerpo”, fue la expresión de mi padre. Inclusive, aseguró recordar la fecha con precisión pues ese día debía asistir a una fiesta a la embajada de México, para la celebración del Grito de Independencia. Chabe de inmediato le hizo saber que mi mamá percibió a distancia su dolor físico y nos lo describió con la misma frase por él utilizada: “le duele todo el cuerpo”. Dos fenómenos para normales continuos no pueden ser coincidencia y por eso les dedicaré una breve explicación:

Los libros de esoterismo hablan de viajes astrales, o sea, el desprendimiento del espíritu respecto al cuerpo físico, en algunos casos logrados a voluntad y en otros accidentalmente por estados de prolongada vigilia o a causa de alguna enfermedad. Dicen los conocedores de esta temática que a lo largo de la historia, la práctica para salir del cuerpo ha sido común a diferentes culturas. Por mi parte, recuerdo algunos libros de Lobsang Rampa, como “El tercer ojo”, “El médico del Tibet” y “El cordón de plata”, en donde explica detalladamente el fenómeno y cómo lograrlo voluntariamente. Son muy conocidos los casos de desdoblamiento, como los de San Antonio de Padua y de Alfonso María de Liborio, que fueron vistos trabajando en varios lugares mientras sus cuerpos permanecían en el monasterio. En tiempos de guerra, las experiencias de desdoblamientos entre soldados, sometidos a una gran tensión, son mucho más frecuentes de lo que pudiéramos creer. Algunas personas logran a voluntad el desprendimiento del espíritu respecto a su cuerpo físico y otras, como ya lo señalé, de manera accidental en estados de vigilia o en casos de ciertas enfermedades.

Algunos afirman que la visión del plano astral es muy diferente y más amplia que la visión física. En el plano astral se ven los objetos de todos lados a la vez y el interior de un sólido es tan visible como la superficie. El plano astral es el inmediatamente superior al físico. El cordón de plata es el que liga al cuerpo físico y al cuerpo astral y cuando se rompe provoca la muerte, o bien, la muerte provoca ese rompimiento. Ambos fenómenos son posibles según los estudiosos de dicha materia y de ahí el peligro de practicar viajes astrales cuando no se tiene un profundo dominio de las técnicas inherentes. Para hacer posible el viaje astral se recomienda tener una vida equilibrada. Tomar de cada cosa lo justo y lo mejor agregándole a nuestros actos una pizca de fe, de respeto por los otros y siempre con serenidad. Hacer a un lado los excesos como la arrogancia, la mentalidad consumidora o consumista de bienes materiales. Se aconseja así mismo la meditación, las dietas pobres en productos animales y ricas en legumbres. También es necesario controlar la respiración y la masticación. Hay quienes afirman que los viajes astrales los hacemos todas las noches cuando dormimos, siempre y cuando nuestra alma tenga ese deseo. Algunos atribuyen a las pesadillas el ser viajes astrales orientados por seres chocarreros, es decir, por espíritus de baja contextura moral. En calidad de puerta a otra dimensión se les atribuye a estos viajes una peligrosidad extrema cuando no se tienen conocimientos básicos para su realización.

Ahora bien, ¿cómo podía saber mi mamá que una enfermera me estaba coqueteando cuando entre ella y nosotros había tanta distancia de por medio? ¿Cómo pudo percibir mi mamá que mi padre, ubicado en otro continente, sufría de dolores en todo el cuerpo, pero además proporcionando su informe en el día exacto de ese hecho? De lo único que estoy cierto, es del profundo vacío y dolor que dejó en mí la muerte de doña Betty Castillejos Madariaga, a la que en algún sitio espero volver a ver.....

Sería un olvido imperdonable no consignar en esta parte la forma diligente y cariñosa como trató mi esposa a mi mamá, cuando estaba sana y con mayor razón en los días de su enfermedad. Isabelita –como le decía mi padre-, tiene como virtud principal la de su nobleza de alma. No es perfecta, pero basta ver el número de amigas que la procuran para conocer otras virtudes de ella, como la de su proverbial buen humor y su condescendencia para aceptar a los demás con sus defectos. Como hija, como esposa y como madre es y ha sido de diez de calificación. Mi mamá la quiso mucho desde los primeros días de nuestro noviazgo.

Para finalizar el presente capítulo me complace recordar que en la primera etapa de nuestro noviazgo Chabe le regaló a mi mamá una muñeca vestida de Chiapaneca y ésta quedó colocada encima de la televisión. Mi mamá me llamaba por teléfono a Petróleos Mexicanos y me decía “la muñequita te tiene un regalo”. Al salir de mi trabajo me iba al departamento donde vivíamos mi mamá y yo y en las manos de la chiapaneca ya estaba estratégicamente colocada alguna carta de Chabe, o sea, de mi muñeca de carne y hueso.












Julio Serrano Castillejos

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Publicado el: 10-10-2005
Última modificación: 08-11-2005


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