Afuera los nogales
se hacen más blancos
y tañen en la ventisca.
El río detiene en pausa
mientras la tarde agoniza...
El humo de chimeneas
aleja en grisáceo vuelo
y la vida ausenta
por ancho sendero.
Adentro un árbol de pino
luce lágrimas plateadas;
guiña sus oropeles
como esperando consuelo.
Una milicia de plomo
suspendida mece
entre luces multicolores.
La vieja mano tiembla
en el sorbo de una mirada,
que llega desde una foto
y la media roja sin brillo
que vacía espera su momento.
Una tarjeta postal
y tres reyes de barro
acarician el ojo triste,
de la tarde que merodea
moribunda en ocaso.
El pecho aprieta
en su perentoria torpeza,
la ventana atisba
en su concierto perlado,
y yo…
en un efímero soplo,
-de cordura-
descanso la vieja costumbre
de celebrar días ajenos.
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