Nadie es perfecto, así me lo decía
mi abuela materna que tanto me amó,
y hoy día a mis hijos se lo digo yo
porque esas palabras son sabiduría.
En aquel tiempo nada comprendía
más que la alegría de aquella niñez.
Pero casi a diario mi abuela otra vez
las mismas palabras ella repetía.
Los años pasaron y soy la primera
admitir lo sabia que era mi abuela,
cuando ella insistía en esa cuestión.
Porque ella sabia de cien mil maneras,
que aunque con el alma ella me quisiera,
yo formaba parte de esa imperfección.
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