El rio bajaba con ruido y fuerza,
con agua turbia trás la tormenta,
el aire secaba mi ondulada melena,
cuando pasé por allí bajo la higuera.
Al cruzar el puente de piedra,
saludé al anciano cabizbajo,
me miraba como si me reconociera,
cansado, apoyado en su muleta.
Me crucé con la perra negra,
y hubo palabras para su dueño,
de cara amble, enjuta, seca,
barba lampiña, larga, recta.
En el charco, cerca de su padre,
el niño, es feliz, juega, chapotea,
el jilguero escondido en el chopo,
gorjea, trina, salta y resuena.
Sucumbi ante tanta maravilla intensa,
y admiré una vez más toda la pureza,
vi cuan afortunada soy en la primavera,
y di gracias por tan inmensa belleza.
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