De repente, sin sorpresa,
tu apareces esbelta como el firmamento,
silenciosa, acogedora y eterna
como el sueño de un niño...
Apareces digna, altiva,
aparatosamente bella,
esculpida en la piedra,
cariñosa como el perfil de un monte verde.
Tu mirada de aromas,
tus labios gruesos y compactos,
tu armonía de ensueño,
toda tú cautivando con modales celestes,
la esencia de lo vital, de lo pequeño,
de lo más cotidiano.
Tu apareces sigilosamente acogedora,
tú y solamente tú,
inspiras a mi ser canciones, nanas
y caricias espiritualmente bellas;
y yo que te admiro y te adoro,
percibo en ti el sur del paraiso,
y quisiera tener el honor
de acoger en mi esencia de hombre,
los perfumes del mar
que habita en tus entrañas,
en la noche y el día,
¡a orillas del tiempo!
Y sin más me despido
¡HASTA SIEMPRE AMÁNDOTE!
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