Toda la ciudad duerme a mi alrededor,
solo las luciérnagas,
en su trémulo aleteo,
iluminan el desierto
que provoca la luna en su esplendor.
Mis pasos son taciturnos,
casi no se posan en el suelo,
me siento tan grande
y a la vez tan pequeña,
que las gotas que caen sobre el asfalto
como un estruendoso ruido resuenan,
y sin embargo,
las callejuelas tras de mi se estrechan.
En una de mis manos
recojo un racimo
con todo el poder que anda esparcido,
empujándome a seguir caminando
con pies de plomo.
Mi otra mano,
se encoge y tiembla ,
un escalofrío la recorre
y siente el desgarrador miedo,
haciéndome que en una pertinaz
incertidumbre me desplome.
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