Hoy no vine a deleitarme de espejismos
en las altas cumbres de mi alma
ni a celeste encanto mañanero
en la tristeza del dolor señero
vine a escuchar el fragor de los cañones
a este mundo mendaz y pendenciero.

Llegué, aunque parezca una mentira
del canto que clama la agonía
a levantar la frente victoriosa
a enaltecer mi alma entre las notas
de voces nuevas y hechiceras,
a ver el sol del nuevo día
a forjarme con las olas traicioneras
y con el viento audaz de las montañas.

Ser así del mundo, entonces,
como el Quijote
que no tiembla ni se espanta
como el soldado que inicia la batalla
y si lo hieren, de pronto se levanta
y en su agonía su espada victoriosa
ante el enemigo con fragor estalla.

Ser parte substancial, mortal y pasajera,
sufrir mis temibles cataclismos,
caminar audaz... premeditadamente
entre antiguos y nobles arcaismos,
vivir entre las llamas de mi fe suprema
para llorar las tristezas de mi raza.

Buscar después mi antigua estirpe
para fincar desde el dolor mi casa,
y madurar entre mundanos fanatismos
la sustancia misma de mi suerte,
la inmediatez del nombre de la ciencia,
mis más solemnes paroxismos,
y al fin de todo, a nombre de mi esencia,
un errante camino hacia la muerte.

Julio Serrano Castillejos