SERES IMAGINADOS.
Todo lo que aprendí de los seres alados me lo enseñó mi abuelo. Después leí sobre islas misteriosas y animales de gigante ferocidad. En nuestras manos una lagartija cobraba vida de héroe o villano o monstruo, según lo exigiera el cuento o, en todo caso, esa fascinación de locura. A menudo me decía, con una voz de sueño cavernoso, que habían peces voladores: volaban por los aires como el colibrí, el azacuán, el pijuyo o el pájaro carpintero. Ellos dejaban las barcas del agua para asirse del espacio. En mis ojos, recuerdo, se dejaba traslucir el asombro. Aún no sé si subía escaleras, quitaba escamas, hacía arañas de nudos. De repente entraba, ciego, a un palacio de aguas, peces y luz. Al final del viaje, tenía una casa de asombros y una inefable percepción de la vida. Isla Santa María, 07032004.
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