Siempre que reflexiono por mi cuenta
sobre mis emociones más ocultas
no sé donde hacer esas consultas
que tanto saben a limón y a menta.
Y es que cuando se pasan los cincuenta
sin alcanzar a ver todas las multas
no se enmienda la fe con catapultas
recambiándole el gusto a la pimienta.
Quizás sí necesite un buen milagro,
que me ayude a paliar los sentimientos,
y que a la vez me explique los misterios
hacia cuyos motivos me consagro,
sin ningún aluvión de mandamientos
ni sorprendentes cambios de criterios.
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