El sentimiento del deber obliga
a mantener la boca bien callada,
cuando la fe se duerme muy callada
y sin aviso el ego le castiga.
Así será como el poder hostiga
a nuestra voluntad en su almohada,
tan capaz de vivir así de atada
que ya apenas si siente la fatiga.
Ahí radica el premio del docente
en educar al pueblo bien sumiso
hoy con sus maquiavélicos controles,
mientras tanto resulta deprimente
mirar cómo se vende el paraíso
como si fueran lindos girasoles.
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