Nuestros ojos se agotaban de mirar caer la lluvia, día tras día.
Bajo el cielo de cromo, los pájaros añoraban la bucólica vida; también en los jazmines crecía la nostalgia.
En tiempos de diluvios, se cierran muchas puertas.
-Nunca cesará. Jamás nos iremos-, murmuró Celia.
En sus ojos vidriosos se agotaba otra lluvia.
-Mañana saldrá el sol. Alguien vendrá a buscarnos-, dije yo, como tantas otras veces.-Tocaré una melodía-.
Camino hacia el piano sentí que mi promesa sería quebrantada. Llegaban las musas lánguidas, yermas; desgajados sus cabellos por la eterna tormenta.
De los azules ojos de Celia, brotó la primera lágrima.
La abracé y me contuve.
Un pensamiento aciago se agitó en mi silencio: ¿Quién me escucharía entre las cohortes de ángeles, si gritara?
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