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Cuento infantil: Juanoso y la manzana

Juanoso, amanecido y cansado de sus rondas amorosas, despierta desconcertado junto a varios de sus complices de andanzas: la latosa lapa, la impaciente mariposa y el desgreñado saltamontes; todos haciéndole el coro de las “mañanitas” al oído. Descubre, con cierto asombro, que su día comienza en la rama del decimotercer piso de un cedro, rodeado de búhos, tórtolas y golondrinas que se unen a espantarle el sueño, exigiendo su partida. Cree, debió llegar tan alto, cortesía del intento fallido de algún ave, no necesariamente de rapiña, tratando de alimentar sus retoños. Descubre, al arrastrar su panza (cuesta abajo), sobre hojas decoloradas y amarillentas, que esta suena como el retumbe de un cuero de tambor seco, se siente hueca, vacía.

–Hambre– dijo convencido de su estado, rascando en la tierra su dominio.

La lapa vecina, siempre celosa del suave y colorido verde-menta de Juanoso, inicia su éxodo diario a buscar comida, dejándole rezagado; a su paso se burla de la lentitud y falta de decisión del joven gusano.
La mariposa, su mejor amiga, se cansa de esperarlo y emprende su hiperactivo vuelo.
El malhumorado saltamontes chilla que chilla y chilla...
Juanoso mete su cabeza en un misericordioso hueco en el cedro, hasta que el estridente chirrido se ha disipado. Un pájaro carpintero, aún en su cama, le recuerda lo temprano de la hora y que el hueco en el árbol no es parada del tren. Lo corre a escobazos.

Juanoso, milagrosamente ha manejado llegar hasta el camino real; entre huellas de carretas, tajantes piedras y cristinos charcos de lluvia fresca.
Tiene que llegar al pueblo y procurar alimento. Un rucutucutucu desde el estómago así lo indica.
De momento, se detiene sobresaltado cuando el suelo tiembla. Volteado de un lado pega su oído a la tierra...sabe que se aproxima algún tipo de manada y se hace a un lado, cae entre rascacielos de hierba y melindrosas flores silvestres, aún así pudo ver la causa del sismo.

–Es sólo José el quincallero que hace su viaje diario al mercado, a vender fruta fresca, esta vez, en una mula prestada, de poco juicio– pensó en voz alta, al verlo pasar con cara de desespero en el cuasi-equino a recio galope –pacata, pacata, pacata. –
(Pierde el estribo, después el freno...y algunas MANZANAS en el desboque)
Juanoso pasa de un pálido verde a un rojo de paleta de frambuesa en materia de segundos, de lo rápido que se arrastra.
–Zoom, zoom– desplaza el viento a su paso; se sintió tanto o más rápido que el día que huía de Martita una joven gusano, de no mala apariencia, empeñada en robarle un beso.

Llega a la víctima (manzana) más cercana, sus ojos alumbrados, fuera de sus orbitas, como faros en espera de un barco, como los del lobo en la casa de la abuela. Sin pensarlo dos veces le metió el diente a aquella suculenta presa. Invierte el resto del día negociando una ruta dentro de la fruta de este a oeste. Por fuera parecía entera, por dentro, Juanoso la había despoblado. Las demás, los fantasmas del bosque se las habían llevado. Se sintió afortunado.

Con su peso doblado no era capaz de moverse. Eso le hacía vulnerable a los predadores del bosque. Pero le confortaba el saber que se iría “a mejor vida” con el buche lleno, como decía su enemigo gratuito, el gallo Marueco, cuando amenazaba con comerle.

Decidió quedarse dentro de la roída manzana a digerir sus excesos y esperar su suerte. Durmió.

De regreso la lapa, la mariposa y el saltamontes descubrieron la manzana a la orilla del camino. Ansiosos, pues no habían conseguido bocado en todo el día, aunaron esfuerzos con una colonia de hormigas y se llevaron la manzana a su lugar del bosque, junto al pesado y oculto huésped.
Con el laborioso chasquido de antenas de hormigas obreras y el chirrido del vecino gritón se fue la siesta de Juanoso, que despertó celebrando su suerte en el taxi de patas y más patas que le cargaban. Guardó silencio sin embargo.

Cuando los acarreadores, finalmente posaron su botín en el suelo, para repartirlo, un pedazo de cáscara, a manera de puerta doble de bar, como en las películas de vaqueros, se abrió y dejó salir al panzudo Juanoso.

– Al buen madrugador con una manzana basta –grita el payaso dentro de Juanoso,
de paso soltando una desencajada risa.
Un silencio sepulcral siguió a la risa, mientras la tierra se hacia negra de acarreadores furiosos con no muy buenas intensiones…
Aterrado, Juanoso descubrió su error, aunque un poco tarde…Pensó.

Un ejército de mariposas exóticas de alas multicolores le levanta y salva del “gentío”.
Llegando a un árbol, su amiga le soba la panza y resignada le dice:
– Tienes suerte que somos familia, es la segunda vez en menos de dos días que te traemos al roble.
– Es tiempo de cambiar Juano– le señala la mariposa, mientras comienza a ayudarle a hilar un nuevo traje.



Moraleja: Si en realidad has de cambiar lo harás por dentro y por fuera. Crear consistencia entre lo que decimos y hacemos es parte de la formación del carácter.


Raúl Castillo Soto

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Publicado el: 04-11-2008
Última modificación: 04-11-2008


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