Hubo una vez un príncipe que se notaba aburrido: simplemente porque lo estaba.
-Casi veinte años han transcurrido… desde el más grande y celebrado acontecimiento del reinado.- dijo el regente con tono sarcástico y grave mientras ajustaba el cinturón frente al espejo.
-Aún recuerdo nuestro primer baile, mi brazo alrededor de su cintura y la música de violines que acompañaba. –suspiró.
Le habían asegurado consejeros allegados a la corte que el oráculo predijo: “y vivirán felices el resto de sus días.”
-¿Quien fue el idiota que dijo semejante cosa?
-¡Quiero que lo guillotinen!- sentenció el ahora Rey, visiblemente molesto.
Los lacayos presentes no se mostraron sorprendidos ante las airadas aseveraciones vertidas por el Rey: parecía un ritual al que estaban acostumbrados. Sólo encogieron de hombros sin decir nada.
¿Que había pasado con aquella bella doncella… la que había desposado?
Y hablando del Rey, (o Reina en este caso) de Roma…
-¿Cómo estás mi amado?- dijeron las trescientas libras aquellas, sosteniendo un enorme muslo de pavo mientras le enterraba los amarillentos dientes. El Rey hizo un gesto a manera de “yo no sé”.
Su semblante palideció al recordar las incontables horas de insomnio a causa del ronquido de la voz que había llenado la sala; los frecuentes viajes de Cenicienta a Paris y los excesos junto a pomposas y libertinas cortesanas, que prácticamente habían decimado las arcas del Reino.
La miró con la ternura de un padre y giró sobre sus talones, dirigiéndose hacia el trono. Sacó la zapatilla de cristal de un cofre de oro que en un pedestal junto al trono dominaba el entorno. La echó en un bolso de terciopelo y se disponía a dejar la sala cuando Cenicienta, desde su “adaptado” trono de reina le interrumpió.
-¿Adónde vas con mi zapatilla?
Sin mediar palabra el Rey se acercó, postrándose de rodillas frente a la imponente figura. Removió la zapatilla del bolso mientras Cenicienta enarbolaba una grasienta sonrisa de satisfacción.
-Mi amada, permitidme.- dijo el Rey, mientras trataba, infructuosamente, de calzar el regordete pie de Cenicienta (que parecía salido de un Rubens)
Nuevamente en silencio, se dirigió hacia la salida del Palacio, esta vez Cenicienta no lo detuvo: convencida de que este iba al zapatero real para que “arreglaran” su zapatilla de cristal. No podía creer su buena fortuna al haber encontrado a un hombre tan abnegado y amoroso.
La realidad es que nunca regresó. Se dice el Rey viajó y viajó por exóticos lugares buscando algún pie, bueno… la dueña de cualquier pie descalzo, dispuesta a revivir con él aquella memorable noche entre briosos corceles, carrozas de brillante y sensuales historias.
Y vivió eternamente feliz…
¿La Reina? Al descubrir que el rey había desertado; lloró desconsoladamente por 20 segundos, maldijo su nombre y lanzó improperios por 20 minutos, comió 20 horas sin parar, pasados los 20 días comenzó una dieta. Al año y 8 meses (20 meses) había perdido 20 tallas. Renunció al trono y se casó con el cocinero Real, 20 años más joven que ella. Nadie sabe cuantos hijos tuvieron… no creo que 20.
Todo, después de 20 años.
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