Ricardo abrió sus párpados. Lo rodea una inmensa luz que por momentos le impide ver su entorno. Se incorpora poco a poco y avanza hasta el dintel de una puerta donde al traspasarla se desvanece la luz. Ha llegado a un exuberante bosque, en el que abundan avecillas y mariposas que le dan la bienvenida al posarse en su cabeza y sus brazos. Está rodeado de árboles frutales con apetitosas naranjas, manzanas, mangos, chicozapotes, toronjas. En lontananza los manglares, caobas, ceibas y el rumor de un río aunado al cálido ambiente, le confirman que se encuentra en el trópico. Se percata en ese instante, que se ha movido con agilidad, que su cuerpo es fuerte y musculoso, que no parece un hombre de 59 años sino de 20. Toca sus fosas nasales y descubre que no porta el incómodo oxígeno, que ha caminado sin fatiga alguna y que tampoco utiliza sus gafas. Está confuso, siente sed y se acerca a un árbol de apetitosas peras, alcanza una y se dispone a saborearla, se sienta en el mullido pasto que rodea al árbol y se pregunta: ¿Qué pasó, dónde me encuentro?
Cae en un sueño profundo y se visualiza a sí mismo en un hospital, con un aspecto lamentable, se encuentra en el área de Urgencias, está ya en proceso terminal inminente. Ve a su hijo frente a él, mentalmente lo bendice y abraza con su corazón. Su hijo asustado lo toma en sus brazos y lo besa en la mejilla...
De pronto despierta de esa pesadilla y él continúa en el campo y ve venir una pareja sonriente. Se incorpora y más cerca se percata que son sus amados padres y de inmediato les tiende sus brazos y los besa por largo tiempo. Ha sido un largo viaje y se va con ellos a la Luz, al infinito, a la paz suprema, donde lo espera nuestro Creador.
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