Caminaba hasta la Avenida Lope de Vega, para jugar al Loto, a la Quiniela, a lo que fuere, por centavos. Cuadras que recorra a paso vivo entusiasmada.
Comenz por cbala a ir a esa agencia, adems no era del barrio y sus escapadas con las monedas del vuelto, no se notaban. A veces hasta tena suerte y se compraba alguna
chuchera, o prendas de moda, con el talle que su esfuerzo iba alcanzando.
El mdico la haba casi obligado a caminar por el corazn y para bajar triglicridos y los otros no se que, que la apremiaban.
Deba encontrar motivacin, nada de sedentarismo, y la Quiniela, el Loto, etc., finalmente la pusieron en marcha, logrando esa huda temporaria, en busca de la suerte y su diario paseo.
Poco a poco se fue equipando. Un da las zapatillas, otro los pantalones, no, todava no
arriesgaba con las calzas, pero s la bincha, el buzo y la campera deportiva de colores
fluorescentes.
Esta rutina de apurar las baldosas, comenz a dar sus frutos. Ya se miraba entera en el
espejo y hasta hunda la panza, afinando sus contornos.
Eso de salir todos los das, hizo que postergara plumeros y que ms de una sopa naciera de cubitos y no de verduras procesadas. O que la plata del trinchante, no brillara con el lustre frentico, obsesivo al que su afn por pulir los metales de la casa, someta tarde a tarde.
Comenz a demorarse en la perfumera, al regreso del sper, con la carne o la leche en el changuito, al lmite de fermentar sin heladera. Entretenida en esos menesteres un da casi derrite el helado de la cena, eligiendo una tintura con la experta de belleza de LOreal, que la llev al mundo del color y del peinado, en una charla amena y distendida, que la convenci que el cabello deslucido avejentaba.
A estas alturas las apuestas eran un pretexto para experimentar perfumes y algn que otro maquillaje, a que se obligaba en esta etapa de contemplarse en las vidrieras, mientras pasaba con andar ms gil y ligero.
Los lujos, esos breves lujos que a veces caban en su mano, no salan de su casi exiguo monedero. Eran el fruto de algn triunfo de pizarra o bolillero, que se apresuraba a consumir dichosa, al regreso de su paso por el local de Loteras.
El agenciero y su mam eran la parada cotidiana de todas las maanas, en esa suerte de posta del regreso, el pretexto para retomar el camino hacia su casa, donde siempre le
esperaban una constante de deberes; las tareas del hogar, los chicos, y alargar el sueldo de Juan, su marido, para llegar a fin de mes sin concesiones.
Mario y Mabel, eran cordiales, de criterios abiertos como para compartir las noticias del
diario, a esa hora desmembrado en secciones. Poltica, deportes, espectculos, modas y cultura. La de deportes terminaba casi exhausta, de tanto circular por los seores que hacan de sus hojas pergamino, mientras discutan sobre los goles o el equipo que deba vender ms jugadores.
Con el tiempo supo que Mabel era viuda y que Mario, quien rondaba los cuarenta era su nico hijo y soltero.
Mario era muy especial, de modales muy finos, con manos delicadas que parecan absorber los objetos, cuando se posaban sobre ellos. En verdad se movan como alas.
En los das fros comenz a compartir con ellos reconfortantes cafecitos, fue entonces que se anim a comprarse mochilita, para aportar a la tertulia maanera golosinas caseras. As supo que adoraban tanto los polvorones, como las Magdalenas o ensaimadas, que ella cocinaba entusiasmada, porque de tanto andar entre asaderas, y sartenes, ya nadie ponderaba en su casa, lo que sala de esa cocina, de horno consumido por horas de cocciones primorosas.
Juan y los chicos, solan devorar tantos primores, sin articular comentarios, solo se quejaban cuando se tostaban demasiado, o cuando repeta alguna receta, porque se aburran de comer siempre lo mismo.lo mismo?. Si ni siquiera pasaban por el plato, era
tan veloz el consumo de la casa, que salan del horno los manjares, y calientes caan en manos de voraces comensales, que no esperaban que el calor abandonara la asadera.
A veces, quedaban algunos restos salvados del naufragio, sabiamente guardados en la alacena, que seran rescatados al regreso de la escuela, del trabajo o del partido.
Haca tiempo que haba dejado de ser ella, para pertenecer al inventario de la casa. Siempre estaba, siempre atenda la puerta o el telfono. El viejo calefn se prenda y apagaba cuando los hijos o el marido entraban a baarse. La cocina ampliaba sus hornallas, segn fuera el desayuno o las comidas. La heladera, acopiaba el rgimen de turno, el especial de deportes de los chicos, con sus leches descremadas y yogures, el especial de cervezas y de fiambres del marido, y para ella verduras y frutas, y los restos que quedaban, de algn plato heredado del almuerzo, que apurara, mientras lloraba con la novela de la tarde, al ritmo del planchado o la costura.
A veces ni el perro festejaba sus comidas, en el fracaso total de su cocina.
El lavado era otra historia, cuando crea terminado el cesto de la ropa, que rebosaba de calcetines malolientes, y regresaba del patio de secado, los toallones y la ropa de gimnasia haban colmado sus lugares y tapaban el viejo lavarropas.
Las nanas de sus tas veteranas, eran la charla de las charlas. Cuando no el cuidarlas cuando enfermaban, o acompaarlas en sus mil operaciones. Porque los hijos y las nueras nunca encontraban el tiempo necesario, el trabajo los tena atrapados, y las horas del sueo eran sagradas y los nios En fin, las noches de hospital la conocan paseando por pasillos, y por salas, cabeceando su cansancio junto a las tas, que felices reciban a sus hijos, y sus nietos, en el breve horario de visitas.
De salir a pasear, solo al mercado, y barrer la vereda su deporte, recogiendo las hojas del otoo, que cubran en cascada los desages.
Esa breve enfermedad que la puso frente a frente con la vida, que le dijo que el corazn necesitaba sus cuidados, la oblig a salir de su espesura, de ese mundo cerrado de la casa, que le costaba dejar cada maana.
Poco a poco, se fue obrando el milagro, menos kilos, ms entusiasmo, ms dedicacin personal, hasta el corte de pelo y el color haban cambiado, ni que hablar del jogging que ya no era heredado de los chicos, o las zapatillas alegres y modernas.
Hasta Mabel le haba comentado a Mario lo bien que la vea, no llegaba cansada o agitada, para desplomarse en los asientos del local, abanicando su calor o su fastidio, por tener que obligarse a tamao sacrificio, que la impulsaba a caminar por tiempo fijo.
Volviendo a Mario, haba algo en l que era distinto, un cierto halo de misterio y esa forma de recibirla exultante:
-No me digan nada, ... lleg Natalia, ... Tressoir(*) a los premios!! -
A veces no estaba tan segura que el cambio de look lo hubiera impactado, siempre se limitaba a coincidir con la opinin de su madre, sin agregar comas al punto.
Ese da, ensimismado en su guitarra, y entonando una bellsima cancin de amor cubana, no la salud, pero ella se sinti el centro y motivo de su increble voz y sentimiento. La llegada de un cliente, quebr el encanto y pareci regresar del mundo de la msica confundido.
Ella aplaudi y pidi entusiasmada otras canciones.
Saba desgranar sonidos increbles, y se perda su rostro en melodas.
Llevaba el pentagrama en el alma, segn deca y no haba partitura que leyera, siempre su odo y su voz tan afinada.
Natalia no sala de su asombro, de esa sensacin especial que la envolva, ese sentirse renovada y sorprendida, cuando llegaba a charlar con sus amigos. Con esa posta que se haca tan necesaria, por su salud la caminata y por su espritu el encuentro cotidiano, y ahora esto, canciones que recordaba de su infancia, de su padre y sus abuelos tan lejanos, esa nostalgia que tanto la invada, que quedara en los viejos discos de acetato que murieron con los compacts.
En medio de ese mundo de recuerdos surgi la voz de Mabel que le deca:
-Mario, cuando termines el concierto no te olvides, aprovech que Natalia va
para su casa y and con ella a lo de Eduardo, que tiene unas cosas para
darte-
Termin el recital improvisado, y guard la guitarra en el estuche, con tal mesura y cario que pareci acariciarla, antes de cerrar la tapa gamuzada.
Antes de salir y besar a su madre, Mario extrajo del costado del mostrador un plegado bastn blanco, con aire distinguido lo extendi y comenz a caminar, erguido, desafiante, trasponiendo la barrera de la caja, ante la muda sorpresa de Natalia.
Hasta ese momento Natalia, no haba advertido que sus referencias personales siempre apuntaban, a su voz, su perfume o su risa contagiosa; nunca al cambio del color de cabello o el peinado, su ropa, el maquillaje.
La manos de Mario perfectas, alargadas que beban las superficies, incansables, obsesivas;
sus dedos que caminaban los estantes y la mesa, cuando buscaba algn objeto. Los elegan-tes lentes deportivos y su afn de protegerse con toldos y mamparas, del reflejo hiriente del sol, en la vidriera, o en la calle.
La penumbra refrescante que haca del local un oasis en verano, no le extra porque a fuer
de comerciar a puestas, no haba motivo para exhibir vitrinas tentadoras. Tantos indicios,
tantas claras seales, que ahora cerraban en su mente. Un nudo increble, le oprimi el est-
mago y la garganta. Y sali a tropezones del negocio, atontada como quien despierta a
la luz intensa de la verdad revelada, sorprendida. Irnicamente, alguien que la haba
valorado y por quien sin darse cuenta replanteaba su espritu y su vida, era ciego, realmente
no vea, pero haba llegado donde su espritu, su alma
Ese da Natalia, por vez primera, olvid buscar en el extracto sus nmeros de la suerte
y haba ganado el primer premio, jugando a Lotera.
(*) Perfume francs
|