En homenaje a todos aquellos que un da fueron desplazados de sus empleos, vctimas de las ominosas privatizaciones argentinas, en especial de mi querida SOMISA, que trajo tanto dolor a muchsimos hogares nicoleos.
Marta Beatriz Carrillo de Matamoros
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Haba sido un da infinitamente largo, infinitamente penoso y llegaba a la casa, descolgndose del transporte de Planta como quien se tira al vaco.-
Los botines de seguridad le pesaban tanto como las piernas y el cuerpo.
Era la hora de la salida de la escuela, plena de chicos con delantales blancos, corriendo con imagen de Tortugas Ninja, cargando en sus espaldas las mochilas, repletas de libros y carpetas, que rara vez usaban y quien sabe si esa clonacin de moda estudiantil no les traera a futuro alguna nana lumbar, o desviacin, por correr y hasta trepar al micro con tales estibares.
Como lleg temprano, fue a la cocina y puso la pava, luego fue al bao , se lav las manos y dej dormir la cabeza bajo el grifo del lavabo. Era el tiempo necesario, para lograr el temple justo del agua para el mate.
Prendi la tele, la radio, busc el diario del da, y finalmente se qued en silencio y en penumbras, al borde de la silla, saboreando la apetecible yerba. Cabece su cansancio, hasta que lleg la familia y abandon el sitial para dar paso al mantel y los platos.
Aprob las compras, para el viaje de egresadas, dispersas por la sala, en un festn de cajas y embalajes.
-Mir que pichincha!
-Viejo dec algo, que te habla la nena!-
-Para m est todo bien. Si a uds. les gusta, yo de trapos no s nada-
Casi ni escucharon su frase sempiterna, entretenidas en su entusiasta charla, mientras llevaban todo para ordenar la mesa, y servir la comida en abundantes platos.
Devor la cena casi en silencio, mientras en la TV, desfilaban los sucesos del da, y el bullicio familiar distraa con sus demandas permanentes su abstraccin de pantalla. Siempre era lo mismo, en lo mejor, deba ser rbitro y parte de disputas juveniles, de caprichos adolescentes, de lmites y permisos denegados de la duea de casa.
Sin hacer sobremesa, recogi su caf y sali a la galera, se sent en la hamaca y mirando las estrellas, bebi lentamente, sorbo a sorbo el contenido Se sorprendi atajando la taza. Se haba dormido meciendo su cansancio. Con torpeza se incorpor sacudiendo el caf derramado en su mano, mientras en la casa se apagaban las ltimas luces.
Bostez profundo, estirndose con el Chicho que yaca a sus pies, quien ahora con la complicidad canina acostumbrada, lo invitaba con carreras cortitas, al habitual paseo por la cuadra, regando arbolitos y cestos de basura. El improvisado sueo, lo haba destemplado, senta un fro profundo pero su fiel amigo esperaba siempre su paseo nocturno, an en las ms fieras heladas.
Al regresar encontr sobre la cocina una notita:
No me desperts hay asueto escolar. Besos Nena
Otro da sin clases Cuntos iban ?
El Chicho reclam su tazn con agua y sonoramente absorbi el contenido, para luego dirigirse al rincn y desarmar su cama, durmiendo en un desastre de mantas, su sueo canino.
Apag la luz, mientras el reloj del comedor haca sonar sus campanadas de quien sabe que tiempo trasnochado.
Las horas haban devorado su atardecer, su noche y casi sin darse cuenta recomenzaba el ciclo : reposo, amanecer, trabajo
Despacito se desliz bajo las frazadas, que acunaran su desvelo. Se acost mirando el cielo raso, donde la luz de la calle jugaba con las sombras.
Escuch el gotear de la canilla, los ladridos lejanos y la pelea gatuna recorriendo los tejados,... * hasta crey or voces y pasos apurados alejndose en la noche.
Inmvil esper su campana personal, la que nunca sonaba porque siempre manoteaba el reloj para no despertar a la patrona o a los chicos.
Aliviado de tanta vigilia, lleg su hora, se levant sigiloso, camin en la penumbra y recuperando aperos comenz su rutina, sa que le devolva cada amanecer desde el espejo del bao, su rostro dormido, lagaoso y despeinado. Lienzo de cristal donde se reflejaban los laberintos faciales, esos que la vida le haba impreso casi sin darse cuenta. Su barba iba atenuando sus colores, en una escala descolorida de grises y de blancos, empardados con el cabello escaso.
La ablucin helada le hiri la cara y el estornudo brot espontneo y maldecido.
El botn del depsito, como siempre se rompi en la partida, sac la tapa y lo destrip. Lo dej abierto, mostrando sus entraas de cemento, en la promesa de cambiar el flotador a su regreso.
Un olor a caf quemado le indic que otra vez la pileta ganara su racin, devorando la taza caliente en espera de un nuevo descuido, a veces la atragantaba con yerba, otras con agria leche.
Apur unas tostadas y sali presuroso, vistiendo por el pasillo la campera y ya afuera, con el casco bajo el brazo, cerr el portn, luego calz su yelmo, ajustando la nuca y la visera, elevando la solapas emprendi la marcha.
Lo asust como todas las maanas el rito de mastn, del perro del vecino que paraba su carrera frente a la reja, salpicndolo de baba y de furor, con su hocico de dientes afilados y su ladrido torvo. Con el tmpano an aturdido por el sabueso implacable, se dirigi a la parada.
Otras sombras emergieron de la nada, con toses, voces desveladas, y vapores de aliento mezclados con humos de tabaco.
Los botines con espritu de acero se estrellaban taconeando en la vereda, por momentos ese hato de ateridos impacientes, pareca estallar en danza, extraas siluetas ahuyentando las saetas de la escarcha, sobre una sola baldosa, un solo baile, con funciones cotidianas.
El transporte de planta emergi entre la bruma, con vahos gasoleros. Uno a uno fueron subiendo, ritual que se fue repitiendo en cada esquina, o esperando en el camino al que corra rezagado.
Como en el templo, cada cual guard su asiento.
Los haba conversadores, taciturnos o somnolientos que apoyaban la cabeza sobre la ventanilla helada.
Juan los contemplaba, veintinueve aos mirando ese cuadro, pero ese da los vea distintos, haba algo en esa pintura que le craquelaba el alma.
Punta de banco, cada tanto palpaba su bolsillo buscando el contenido, por un momento se sobresalt, introdujo la mano y toc el muslo, la piel lo estremeci, un crter profundo se abra en lugar de la costura, cambi de lado y en el fondo comprob que all estaba, aplanado entre el pauelo y el pase.
Antes de subir lo haba colocado en el bolsillo de atrs, cubierto por la chaqueta de planta, s, la del bolsillo superior pleno de lapiceras. En realidad ni el saba cuanto haca que no usaba alguna de ellas, pero estaban parapetando los anteojos, que solan llegar heridos a ese sitial, con vidrios astillados, o con patillas entablilladas con cinta scotch, ese era el final de su carrera, luego de una tranquila vida de paqueta armazn, junto al televisor, o el velador.
Distrado se sobresalt cuando Antonio se apoy en su hombro y le dijo unas palabras al sentarse en la fila de atrs. Rara costumbre la de viajar al borde del asiento para contarle al odo, casi en confesin la ltima del pibe, o la obra que iba quedando y que sera el consultorio de la nena. Y s, los chicos se iban a Rosario a estudiar y cuando se reciban era lindo tenerlos trabajando cerca.
Pero esta vez no escuch sus completas digresiones, antes de llegar, como electrizado, se par, casi corri hacia adelante, se inclin y mirando para afuera le dijo al chofer que se detuviera y se baj de un salto.
Alarmado Antonio se asom por la ventanilla y le grit:
- Qu te pasa Juan?
- Despus te cuento - musit, agitando la mano y subindose el cuello del abrigo, protegindose del viento inexistente.
Con la cabeza hundida entre los hombros se fue perdiendo en un esmeril de faros infinitos, cubierto por la bruma.
La madrugada era noche, pero un degrad de luz comenzaba a reflejarse en el arroyo.
Cuantas veces haba admirado ese amanecer del otro lado, entre vagones, o siluetas de gras y camiones.
Estaba ahora de este lado, mirando de otra orilla y desde lejos esa explosin de soles.
Ese agitar de plumas y de trinos, despertadores naturales de la costa, que se tropezaban con los dueos de la noche, murcilagos y bhos, con sus pesados e inquietantes vuelos.
Caminaba, mientras saltaban burbujeando los habitantes del agua.
La crecida acarreaba camalotes, con su cuota de embalsados a veces
peligrosos.
Por momentos se sinti como en falta, como un chico hacindose la rabona, la rata, la chupina. Era igual, pero sin anzuelos, sin miguitas, o lombrices para peces y pjaros, ni siquiera la radio para apurar la mateada, recalentando el cuerpo, oyendo las tonadas.
Sin darse cuenta comenz a tararear y silbar aquel lejano tango de su infancia, como cuando su mam apuraba la ropa sobre la soga o balanceaba la escoba entre gorjeos, porque de Espaa no le faltaban sevillanas, y de Italia la romanza, pero la milonga, sentida o arrabalera, muy a lo Merello, era su fuerte, mientras su pblico se divida entre enjaulados: cardenales y jilgueros o revoltosos del jardn: el Chicho y la Morronga. Silbidos, maullidos y ladridos, aplausos domsticos, nicos testigos y cmplices de sus sueos de tablado.
Busc en el bolsillo, s, el mismo de las lapiceras, el paquete de cigarrillos, pero no. Haca un tiempo que no estaba, ya que en su afn de dejarlo, lo encerraba en el aparador, para la vuelta.
Una tos maanera y la temprana partida de su amigo del alma, le advirtieron que se estaba fumando algo ms que el tabaco, y comenz a espaciarlo. Ahora hubiera dado el alma, por el humo de una msera colilla.
Comenz a maldecir las pastillas, que le ardan en la boca, con ese gusto a tabaco sin tabaco, un engao que no lograba satisfacer su ansiedad y que lo hacan recurrir a lo salado, a lo graso, a lo mucho y a lo poco.
En esa carrera para domesticar las tentaciones, cay en el salame y
la bondiola. Y porqu no?, en el vinito y en la miga.
El cinturn pas a inaugurar otros ojales.
- Todo sea por la salud - se repeta.
En verdad no se saba si era un lamento o frmula personal para
autoayuda, cada vez que pisaba una balanza, esa suerte de patbulo cifrado, que le indicaba la diferencia entre ser o no ser entrado en carnes, que no gordo, teniendo por nico verdugo su conciencia.
Sin querer comenz a recordar ciertos detalles; las broncas por los francos, los cambios de turno, la taquilla, el candado forzado, las horas extras que ese mes no le alcanzaron para pagar la cuota, de quien sabe que compra ya pasada y la reunin de padres para el viaje, y ms cuotas y ms obligaciones a futuro.
Cansado de andar con la cabeza baja, pateando una lata de gaseosa, se apoy en un rbol. Cara al sol, los ojos entornados, de espaldas al tronco se dej deslizar hasta la base, no le import la tierra hmeda, el roco, traspasndole el pantaln, mojando la chaqueta y la campera. Solloz bien profundo, desgarrante, total el jolgorio amaneca en la ribera, tapando su tristeza, con mil voces.
Busc alrededor guijarros, pequeeces que arrojar a la distancia, por el placer de verlos hundirse en espirales, o espantando los sirs que navegaban distrados.
Por momentos contemplaba el enrojecido cielo, y el horizonte cmplice que se copiaba, en sus cansados ojos, tiendo su mirada humedecida.
Estaba libre pero tambin cautivo.
Una crcel de angustias le encadenaba el pecho.
Su vida de pionero, su destino de fbrica, sus coladas ardientes, su gigante de acero, sus playones.
Nunca ms el orgullo de pertenecer a ese mundo que ahora miraba de lejos, reflejndose en el agua. En el lquido camino que tanto amaba y que lo separaba para siempre de su rito cotidiano.
Nunca ms volvera a su acera, ni los botines lastimaran sus dedos, ni el ruido tapara sus odos, ni la laminilla sus pulmones.
Cmo comenzar al final?
Retomar el camino?
Vigilia de horas, el sol que derritiera los cristales de la escarcha, le acab quemando las mejillas mojadas; la madrugada se hizo tarde.
Se desperez en un gesto atardecido, prolongado en el bostezo. Se incorpor, camin hacia la orilla y una vez ms su mano avanz hacia el bolsillo.
All estaba, pergamino quebrado, gastado de recorrer su ruta de escondrijos, de no ser comprendido.
Lo ley mientras retornaba cansado hasta los huesos, de ese trabajo agobiante de construir futuros, recordando pasados sin regresos.
Tratara de abrir brechas, de comenzar la vida como antao, desde la
nada, porque de tanto ser pieza de engranaje, habra de ser difcil convertirse en motor para seguir rodando.
Sin darse cuenta iba deambulando, paso a paso, por el camino a casa, en el horario puntual de los regresos, hasta en eso segua inconsciente adherido a su rutina.
Lo apret impotente entre sus manos, como si quisiera disolver su contenido. Que ganas de hacerlo pelotita y de llevarlo pateando por la acera, como sola hacerlo con la marquilla, el papel del chocolate, o la dulce bolsita de los churros. Ah estaba! buscado y no deseado pero guardado y protegido. No haba dudas, era su telegrama de despido.
Conoca de memoria su texto, su condena.
Ensay tantas veces como decirlo, como enfrentar su hogar y su familia, pero fall una vez e iba por otra.
El secreto le pesaba ms que el dolor del contenido, no encontraba el momento, ni la forma.
Cmo pudieron despedirlo?
Cmo explicarlo a los chicos, la patrona?
De repente alguien lo sacudi, asindolo del brazo, apurando confusamente unas palabras.
Torpemente le contest que no fumaba, que dej el vicio y ni el encendedor le quedaba.
Atontado crey ver que algo brillante lo encaonaba.
Nuevamente la voz, ahora en tono bajo pero firme lo presionaba, le exiga el reloj, la plata, lo que tuviera.
A sa hora?
Confundido trat atropelladamente de buscar entre sus ropas; chicles, caramelos, papeles, el peine, el pauelo ... iban surgiendo mgicamente de esa galera de trabajo que lo arropaba, de improviso un resplandor sonoro escap de manos de su interlocutor, mientras un rojo crespn se dibujaba en su desprevenido pecho, escurrindole la vida.
Juan cay apretando su condena y sonriente balbuce un :
- Gracias... -
Poco a poco la gastada acera fue tindose de paz.
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* hasta crey or voces y pasos apurados acercndose en la tarde.-
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