Siempre hablamos del adiós, siempre en el pasar la vida, utilizamos el siempre de la continuidad, para hablar del adiós, del partir, del dejar. Paradoja esta, un tanto extraña, siempre... adiós, nunca, jamás.

Y en ese hablar sentimos en carne propia las palabras escritas en el alma, desgarradas en el corazón, latientes de todo palpitar en cada letra que va diciendo adiós, que va dejando en el partir los sentimientos sentidos, la fé en el ser que amamos, la creencia de la honestidad, el pensar que no se miente en el expresar el amor tantas veces dicho y nunca manifiesto en los hechos que borren los errores, que no permitan perdón alguno, porque se hace como el mal cristiano que sabe Dios perdona y pide perdón y vuelve a pecar porque sabe Dios lo volverá a perdonar.

Partir, dejar, transitar por las calles del olvido, aunque la memoria se acreciente de los recuerdos malos, de los buenos, de los que dejaron huellas dulces en el roce de los pétalos de flores con aromas a gloria, pero también pletóricos de huellas con marcas indelebles de espinas enconadas, de tatuajes dejados con hierros incandescentes, en el dolor proferido por el engaño, por la máscara cruel que nos mostraron.

Partir, dejar, abandonar el dolor, porque ya no se cree, porque ya no se aguanta la mentira, porque ya por más amor que se sienta, no se puede tener fe en quien amamos y nos engañó.
Partir, tomar nuevos rumbos, seguir caminos limpios, seguir con la ilusión de los sueños y la esperanza del amor verdadero, fiel, honesto, con humanidad, pero claro, sin mentiras ufanas de lo que es un hacer maquiavélico.
Partir, dejar, abandonar.

Migdalia B. Mansilla R.
Fecha: hoy al decir adiós.
En abril, mi abril amado en lo que pudo ser y en un año más, que de dicha pasa a dolor por lo que nunca fue.

(Publicado en www.predicado.com bajo seudónimo)

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