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Mis orígenes

MIS ORIGENES

Julio Serrano Castillejos

Mis apellidos por ambas ramas son españoles y ya en lo cercano originarios de Chiapas. No existe antecedente alguno de ascendientes míos nacidos fuera de dicho territorio a excepción de mi abuela Gabriela, que los he de haber tenido, pero tan lejanos que ya se perdieron los datos respectivos en la noche de los tiempos. Es decir, hasta donde se remonta mi memoria y mis indagaciones, somos mis hermanos y yo, hijos, nietos, bisnietos, tataranietos y choznos de chiapanecos. Sería entrar en prolijidades describir quiénes fueron mis ocho bisabuelos, mis dieciséis tatarabuelos y mis treintidós choznos-abuelos. Por tal motivo, me circunscribiré en escribir una somera referencia respecto a los padres de mis progenitores y sus más cercanos descendientes.

Mi abuelo paterno, don Federico Conrado Serrano Figueroa nació en la finca “Llano Grande” del municipio de Cintalapa, Chiapas, en la época de esplendor de esa zona del estado. Estudió abogacía en la ciudad de Guatemala, cuando era para los chiapanecos más fácil trasladarse a esa urbe que a la capital de la República Mexicana. Mi citado abuelo paterno, fue magistrado presidente del Tribunal Superior de Justicia del estado de Chiapas, muy respetado en los más altos círculos sociales, culturales y políticos de la entidad. En Guatemala conoció a la señorita Gabriela Castro Conde Azurdia, originaria de la ciudad de Quetzaltenango, profesora normalista de exquisita cultura y habilidosa pianista, con la que contrajo nupcias cuando ella tenía 19 años. Siempre gozó del respeto de las gentes en los más altos círculos sociales, culturales y políticos de la entidad. Debió viajar a la ciudad de México para graduarse anteojos y se alojó en la casa de su sobrina Manuela Serrano Esponda. Una gripa se le complicó en bronquitis y ésta degeneró en neumonía, falleciendo en el domicilio de la citada familiar el día 23 de mayo de 1927. Mi abuela le sobrevivió a su esposo casi 30 años y falleció en Tuxtla Gutiérrez, en donde vivió la mayor parte de sus 84 años.

Del matrimonio de mis abuelos paternos nacieron Bertha, José Segundo, Federico, Rafael, Emilio, Julio y Ana María. Hago hincapié en la curiosa circunstancia de que dicha dinastía tuvo en los extremos a las mujeres, mediando entre la primera y la última una diferencia de casi 20 años. A todos los anteriormente nombrados los conocí, hecha excepción de mi abuelo quien falleció nueve años antes de mi nacimiento.

Con motivo de la Revolución Mexicana mi abuelo emigró en una ocasión a Juchitán, Oaxaca, para sostener a su familia con un modesto sueldo como Juez de Distrito, llevándose a su esposa e hijos a vivir a aquél caluroso y polvoriento lugar, en donde pasaron apreturas económicas. Siendo un niño mi padre, lo enviaban al mercado a hacer el mandado del día. En una ocasión encontró tirado en el suelo un paliacate con siete monedas de oro y corrió hacia su casa a entregárselas a mi abuelo, quien anidaba en su alma las virtudes de un cuáquero, pues en lugar de aprovechar el hallazgo a manera de levantar su precaria economía, tomó al niño de la mano y lo llevó al mercado a indagar quién había perdido esa pequeña fortuna. Como no encontraran al dueño, le dijo a su pequeño hijo: -“Julito, conforme vayamos caminando entregarás cada moneda a un indigente que a tu paso encuentres”. En la Escuela Primaria de Juchitán conoció mi padre a Andrés Henestrosa, que con el tiempo llegaría a ser Académico de la Lengua Española y su amigo de toda la vida.

Por pláticas de mi padre supe que en otra ocasión se fue la familia a vivir a Tapachula, en donde a manera de travesura descarriló –mi aludido progenitor- el tren jalado por mulas, en una de las principales avenidas de la ciudad, valiéndose del estallido de cohetes de feria. En la mencionada ciudad vio, exhibido en la plaza pública, el cadáver del Coronel Sámano, mandado a fusilar por cometer abusos del orden patrimonial en contra de la población. Este militar fue padre de doña Eva Sámano de López Mateos, Primera Dama del país en el sexenio 1958-1962.

Mi tía Bertha casó con Pablo Sastré, un tabasqueño rubio y de ojos claros, sumamente agradable y de plática muy amena. De esta unión nacieron Pablo, Roberto, Mario y María de Lourdes, a quien mi tía llamaba Maluye, para inventar así un diminutivo tan eufónico que algunas gentes ya lo usan en Chiapas como nombre. A mi tía Bertha la vi reclamarle airadamente al coronel Tomás Chapa, por el saqueo a su casa en tiempos de la revolución. –“Doña Berthita –le decía el militar- son gajes del oficio, pues yo no tenía nada en contra de usted ni de su familia”. Mi tía le contestó: -“Que gajes ni que la tía de las muchachas, eran ustedes una bola de sinvergüenzas disfrazados de revolucionarios”. Debo consignar en este escrito por ser de interés histórico que las familias más acomodadas del Valle de Cintalapa, con anterioridad al movimiento armado de principios del siglo XX, tenían sus casas amuebladas con ajuares originarios de Europa, con vajillas checoslovacas, pianos alemanes, cristalería de la isla de Murano, alfombras orientales y pinturas al óleo de exquisitez absoluta. Lógicamente, mi tía Bertha aprovechó el encuentro con el coronel Chapa en mi casa familiar de la Colonia del Valle, para reclamarle airadamente al militar no obstante las previas peticiones de benevolencia que le hiciera mi padre, pues muy a pesar de los años transcurridos, que habrán sido más de 40, las escenas del saqueo no se habían borrado de su mente. El coronel se mostró apenado y ante el ímpetu de las reclamaciones de mi tía volteaba la mirada hacia mi progenitor, como en solicitud de ayuda, pues ya en tiempos de paz no le era factible acudir al fácil y rápido expediente de la violencia verbal, y mucho menos de la física, en contra de una dama de apariencia tan respetable.

De mi tía Bertha recuerdo otra anécdota relatada a continuación para explicar al lector las características de una mujer educada a la antigua, o sea, bajo los cánones decimonónicos:

Resulta que viajábamos en uno de los automóviles de mi padre de regreso de nuestras vacaciones, mi tía Bertha, mi primo hermano Federico Emilio Serrano, mi amigo Servio Tulio Acuña, quien esto escribe y el chofer de mi padre, después de una estancia de más de un mes en Tuxtla Gutiérrez. Ya de regreso hacia la capital de la República, en donde estudiábamos los tres jóvenes mencionados, en Acayuca debíamos pernoctar para seguir el viaje rumbo a Veracruz, pero como nuestro paso en dicha población coincidió con una feria, no encontrábamos habitación en ningún hotel. Después de muchos ires y venires el empleado de mi padre, de nombre Rodolfo Fernández, encontró una pensión en donde tenían una amplia habitación con tres camas matrimoniales, proponiendo durmiésemos en una cama Milo y yo, en otra Servio y él, y en la tercera mi tía Bertha, sola. –“Un momento –dijo la hermana de mi padre para interrumpir la moción del chofer-, con Julio y Federico Emilio puedo compartir la habitación, pues son mis sobrinos, pero de ninguna manera voy a permitir que dos personas ajenas a mi familia me vean en camisón de dormir”. Entonces el conductor del automóvil argumentó que mi tía podía meterse a la cama antes de que los varones entrásemos al cuarto, y ya con la luz apagada, penetraríamos a la habitación. –“Pues entonces –dijo mi tía- vénganse ustedes a dormir al cuarto y yo lo haré en el coche”. Como es de suponerse, Milo, mi tía y yo compartimos la habitación y en el coche durmieron Servio Tulio y el chofer. Mi tía Bertha murió por una oclusión intestinal a la edad de 64 años, como consecuencia de unas adherencias posteriores a una operación quirúrgica. Está sepultada en el Panteón Francés de San Joaquín de la capital mexicana.

Mi tío José Segundo contrajo nupcias con una señorita de Ometepec, Guerrero, de nombre Esperanza Guillén Caballero, sobrina carnal del general Raúl Caballero Aburto, quien fuese gobernador del citado estado. Los hijos de dicho matrimonio fueron Elena, Yolanda Federico y José. El citado hermano de mi padre era un hombre muy corpulento, de amplia frente y de labios gruesos, de carácter muy amigable y buen polemista para defender sus derechos o sus puntos de vista. Estudió en la Escuela Militar de Chapingo la especialidad de ingeniero agrónomo y ya casado desarrolló una marcada inclinación por el póker, sin advertir que los hermanos Belisario y Alberto Cancino le hacían corralito para despelucarlo cada fin de semana. De no haber sido por esta circunstancia hubiese vivido con mucho más comodidades de las que usualmente se daba junto con su familia. Para reponerse de las pérdidas que los naipes le ocasionaban, era un magistral vendedor de casimires y además su presencia siempre destacaba, por su carácter extrovertido, su estilo guasón y su inconfundible corpulencia. Usaba un automóvil marca Ford modelo 1936, vencido de las muelles en el lado donde él se sentaba, pues su excesivo peso no se compensaba ni subiendo del lado opuesto a otros dos pasajeros. En el año de 1924 aconteció un hecho relevante en la vida de mi tío José Segundo, cuando el general Manuel M. Diéguez, uno de los actores más importantes de la Huelga de Cananea y precursor del obrerismo y de la Revolución Mexicana, quien no obstante su origen modesto llegó a ser gobernador de Jalisco, pretendió expatriarse. Sucedió que dentro del lapso de la vida del general Diéguez que voy a relatar brevemente, era perseguido por órdenes del general Alvaro Obregón. Desde Michoacán buscó Diéguez salir del país por la frontera de Guatemala, pasando por Guerrero, Oaxaca y Chiapas previamente. Al conocer el general Tiburcio Fernández Ruiz, gobernador del estado de Chiapas, que el respetable jalisciense se encontraba en tierras de su dominio, comisionó al ingeniero José Segundo Serrano Castro y al señor Donato Bravo Izquierdo para que localizaran al mencionado general Diéguez y le propusieran amnistía con todas las garantías necesarias. Para mi citado tío esta fue la oportunidad de tratar directamente a un connotado jefe revolucionario, quien por cierto gozaba de prestigio dada su honestidad y su buen corazón, pues era enemigo de ejercer venganzas personales y de privar de la vida a alguien, no obstante aquellos tiempos de luchas sangrientas y fratricidas. Pero cuentan las crónicas que sorpresivamente y por órdenes del general Alvaro Obregón fue apresado en Tuxtla y sin previa formación de juicio fue llevado al patio de la Escuela Primaria anexa a la Preparatoria en donde se le formó un cuadro de fusilamiento. La ejecución la realizó el sargento Juan Gutiérrez comandando el pelotón a las 05:00 horas, pero antes de dar las órdenes se le acercó a Manuel M. Diéguez, quien por cierto combatió tenazmente a la dictadura de Porfirio Díaz, lo que le valió una condena a 15 años de prisión en las tinajas de San Juan de Ulúa en compañía de Esteban Baca Calderón, para decirle: -“Lamento mucho mi general que me haya tocado esta comisión, pues en mi concepto usted es un gran revolucionario y un gran jefe”. Diéguez serenamente le respondió: -“Cumpla con su deber, lo único que le ruego es que no tiren a la cara porque no soy un bandido; soy un militar”. El incidente dejó una profunda huella en el ánimo de mi tío José Segundo, pues tenía un alto concepto del honor y de la palabra empeñada, y en su opinión, mandarle a ofrecer amnistía a Diéguez y posteriormente no cumplirle, fue una desvergonzada felonía.

A mis escasos nueve años de edad viví un incidente dos días antes del fallecimiento de mi citado tío José Segundo Serrano Castro. Regresábamos de la ciudad de Celaya Guanajuato mis padres, mi prima hermana Yolanda Serrano Guillén y yo de la boda de otra prima hermana mía de nombre María de Lourdes Sastré Serrano, quien contrajo nupcias con Fernando Haza. Pasamos a dejar a mi citada prima Yolanda a las casa de sus padres y yo me quedé con mi madre, doña Betty Castillejos en nuestro automóvil mientras mi padre entregaba a mi prima y visitaba a su hermano quien ya tenia declarada una falla cardiaca. Vi que dos sujetos para mí desconocidos estaban enganchando el Ford modelo 1936 de mi tío José Segundo estacionado en la calle a otro automóvil para remolcarlo y le hice notar esa anómala situación a mi señora madre. Mi mamá al ver la evidente e ilícita maniobra me dijo: -“Se están robando el carro de tu tío ve a avisarle”. Cuando bajó el dueño alcanzó a ver que los dos sujetos huían abandonando el Ford pues como el volante tenía candado instalado de fábrica no pudieron dar vuelta en la siguiente esquina para enfilar hacia rumbo desconocido. No sé si la agitación física del momento y el natural disgusto aunados al hecho de que dos días después bajó precipitadamente las escaleras de su oficina para recuperar la placa de circulación de su automóvil de las manos de un agente de tránsito, fueron determinantes en su muerte.

Como ya lo señalé dos días después del intento de robo de su Ford, la muerte sorprendió a don José Segundo a la edad de 48 años mientras laboraba en su oficina del Departamento Central del Distrito Federal un 3 de diciembre de 1945. Los médicos dijeron que fue un infarto del miocardio la causa de su fallecimiento. Quedó sepultado en el Panteón Francés de la Piedad, en la tumba de mi abuelo Federico y de mi hermano Rafael.

Mi tío Federico, mejor conocido como don Fredy, se casó con Magdalena Figueroa Burguete y tuvieron nueve hijos, de los que se lograron siete: Magdalena (Mayi), Julia, María de Lourdes, Guadalupe, Federico Emilio, Roberto y Víctor Manuel. A mi tío Federico siempre lo admiré por su espíritu emprendedor y su buen corazón. A primera vista parecía un hombre adusto y de muy pocas palabras, pero ya en el trato cercano era su personalidad totalmente opuesta. Fue el zar de la exhibición cinematográfica en Tuxtla Gutiérrez, pues dio funciones de cine desde la década de los 20´s en el Teatro “Emilio Rabasa”, todavía con el sistema de manivela. Abrió el cine Alameda en el año de 1941 y posteriormente adquirió en propiedad los cines Rex y Coliseo, ahora, Real Cinema y Vistarama Tuxtla, respectivamente. Anteriormente se dio a conocer como audaz ranchero en las fincas “La Razón” y “Santa Elena” y como exitoso comerciante en el ramo de la venta de calzado en la capital del estado. Evitó la intromisión en Chiapas del monopolio de exhibición cinematográfica encabezado por Gabriel Alarcón, aprovechando para ello la cercana amistad de mi padre con el entonces Secretario de Gobernación, Angel Carbajal; fundando además el llamado Circuito del Sureste para proteger a los exhibidores de Chiapas y de estados aledaños. Tuvo zapatería instalada en su domicilio de la Primera Avenida Norte de la capital de Chiapas, para competirle en aquellos días de la primera mitad del siglo XX a su amigo don Alberto Redondo pero indudablemente se le recuerda más por haber sido un extraordinario y muy competente exhibidor cinematográfico. Cuando falleció, a consecuencia de un infarto en el año de 1964, su esposa y sus hijos abrieron su caja fuerte para tramitar los asuntos de rigor, encontrando en esta algunas notas manuscritas en donde mi tío Fredy había anotado diversas cantidades entregadas en préstamo a sus amigos, pero sin solicitar de ellos un documento de crédito como garantía y ni siquiera una simple firma reconociendo la deuda. Cuando las notas fueron presentadas a los deudores del mencionado hermano de mi padre, no hubo uno que negara su compromiso de pago, cumpliendo con el mismo en su debida oportunidad. Sus restos reposan en el viejo Panteón Civil de Tuxtla.

Mi tío Rafael fue en Cintalapa de Figueroa uno de los hombres más queridos de ese lugar. Casó con la señorita Sara Moguel, procreando a una hija, de nombre Susana. Fundó el cine Del Valle y lo modernizó para seguir los pasos de la tradición impuesta por su hermano Federico. Como el cine Alameda de Tuxtla contaba con sonido estereofónico, los cintalapanecos aducían a su favor que el de su pueblo tenía sonido Fitofónico, pues a Rafael Serrano Castro se le conocía cariñosamente como don Fito. Se graduó en el Colegio Militar de Popotla de la ciudad de México, obteniendo el grado de subteniente. Cuando era Capitán Primero de Artillería y asignado al Estado Mayor Presidencial, participó en la parada militar en la que supuestamente iban a ser asesinados los llamados jefes máximos de la Revolución Mexicana, el candidato presidencial Alvaro Obregón y el presidente Plutarco Elías Calles, por órdenes del general Francisco Serrano. Ya en plena marcha, al enterarse mi tío Rafael del complot, ordenó a los hombres bajo su mando abandonar la columna y se dirigió con ellos hacia el Palacio Nacional para resguardar al presidente, quien enterado de la trampa que le habían tendido, no se presentó a ocupar las tribunas de Balbuena, desde donde iba a presenciar el desfile, pues supo que un grupo de fusileros al recibir la orden de saludar apuntarían hacia el palco presidencial para disparar al unísono. Este hecho está íntimamente relacionado con las ejecuciones de Huitzilac, en donde murieron 13 de los complotados, en lo que es ahora un recodo de la carretera vieja México-Cuernavaca. Mi tío Rafael se destacó como buen tirador con rifle y con pistola reglamentaria del Ejército Mexicano. En una ocasión ganó una competencia nacional y al obtener un hermoso trofeo lo conservó en su poder. El jefe del regimiento adujo que ese trofeo les pertenecía a todos y que debía ir a parar a las vitrinas del Campo Militar, obligando a mi tío a devolverlo, pero en lugar de cumplir con esa hipótesis, se lo llevó a su casa y lo ubicó en su comedor para presumir con la presea como si fuese el producto de una hazaña personal. Mi tío Rafael disgustado por la deshonesta conducta de su superior, solicitó su baja del ejército y ya olvidado de la milicia fue un emprendedor ranchero pasando lo mejor de sus años en la finca “Santa Elena” del Valle de Cintalapa, produciendo unos quesos de fama estatal y para la familia y los amigos una delicia Murió en mi cama, en la casa de Farallón 121 del Pedregal de San Angel en la capital del país a consecuencia de un edema pulmonar en el año de 1963, ante mi tía Sarita y el que esto escribe. Mi padre se encontraba en Mérida Yucatán y como acababa de estallar una huelga de pilotos en toda la República, en compañía de su viuda y de mis hermanas conduje por carretera en una ambulancia mortuoria el cuerpo de mi tío Rafael a la ciudad de Tuxtla, en donde hasta hoy descansan sus restos.

Mi tío Emilio, es de los hermanos de mi padre, con el que más conviví pues antes de su primer matrimonio vivió con mis padres, con mis hermanos y conmigo. Se tituló el mismo día que mi padre como abogado, un día 30 de octubre de 1930 en la entonces llamada Escuela de Jurisprudencia de la Universidad Nacional Autónoma de México. Contrajo matrimonio con Amanda Llano Serrano en 1947,actriz de cine, pero un año después se divorciaron. Casó con la señorita Ada Celia Salazár en el año de 1958 y con ella procreó a cuatro hijos varones: Emilio, Rafael, Julio Enrique y Carlos. Extraordinario atleta, campeón nacional de frontón a mano, frontenista singular, muy buen pitcher o lanzador de equipos de la Liga de Instituciones Burocráticas del Distrito Federal, jugaba beisbol de manera organizada en el campo del Deportivo Hacienda de la ciudad de México, agente del Ministerio Público del Fuero Común, Delegado de la Ceimsa en el estado de Chiapas, Secretario General de Gobierno de la aludida entidad en el sexenio de don José Castillo Thielmans y notario público en funciones hasta los 94 años de edad. Falleció en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez en el año de 1999 a consecuencia de complicaciones originadas por su avanzada edad. Fue sepultado en la cripta familiar de la familia en dicha ciudad.

El penúltimo de los hijos de mis abuelos paternos fue mi padre. Contaba él mismo que el día de su nacimiento, un día 12 de abril, su mamá dijo que ya se había hecho honor a diversos familiares al escogerse el nombre de ellos para los niños Serrano Castro. Es decir, los compromisos ya estaban cumplidos y al niño recién nacido se le podía escoger nombre a voluntad de sus padres. –“A ver, que me traigan el calendario para saber que nombre sacó este niño”. Cuando mi abuela se enteró que era día de San Julio Papa (pues existe también San Julio mártir), dijo: -“Me gusta el nombre y así se va a llamar este muchachito”. Por aquel entonces era costumbre que en las familias acomodadas un hijo fuese peofesionista, otro militar, uno comerciante y otro sacerdote. Doña Gabriela, mi abuela, era sumamente católica y le gustó mi padre para cura, vistiéndolo inclusive de enaguas hasta la edad de seis años, pero Julio le salió socialista, libre pensador, y aunque empezó a hablar hasta los siete años como compensación a esa aparente deficiencia resultó ser un extraordinario orador, según se consigna en las antologías respectivas y en el Diario de los Debates de la Cámara de Senadores. Se tituló de abogado con la tesis “Los peones Acasillados en el Derecho Agrario Mexicano” el día 30 de octubre de 1930 en la UNAM. Contaba que medía hora antes de terminar su examen profesional escuchó una cohetería en el patio de la Escuela de Jurisprudencia y pensó: -“Es el festejo por mi hermano Emilio, quien seguramente salió airoso de su examen profesional”. Sería demasiado prolijo relatar aquí el número de cargos importantes que ocupó mi padre en la administración pública, pero básteme señalar que fue Juez de lo Civil, Presidente de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, Subsecretario del Trabajo y Previsión Social, Subdirector General de Pemex, Senador de la República y Presidente de la Unión de Permisionarios de Autobuses del Distrito Federal a lo largo de doce años. Fue asesor jurídico en materia laboral del general y presidente Lázaro Cárdenas del Río, quien además lo comisionó para dictar conferencias en los países sudamericanos para ganarle prosélitos a México en la ya inminente expropiación petrolera. Contrajo nupcias civiles y también eclesiásticas con la señorita Betty Castillejos Madariaga, originaria de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. En el banquete de bodas habló el licenciado Emilio Araujo, quien dijo de la novia que era una “auténtica muñequita de Scuare”, revista femenina por antonomasia ejemplo de mujeres bellas en sus portadas de lujo. Aunque se oiga petulante, debo señalar que cuantas gentes recuerdan a mi madre, ponderan su belleza física y sus cualidades de mujer bondadosa y siempre risueña. Del matrimonio de mis padres nacimos: Julio (autor de estas memorias), Rafael (muerto de un año y meses) Elizabeth, Ana María, Martha Eugenia, los gemelos Jesús (muerto al nacer) y Sergio Manuel; y, por último Gabriela Olivia. Tuvo un segundo matrimonio, solo en la vía civil del cual las personas mas cercanas a él prefieren no recordarlo, pues la que fuera su esposa de la que no voy a decir su nombre debido a que ya falleció y a los muertos hay que respetarlos, se dedicó a separarlo de sus mas antiguos y queridos amigos y de sus familiares, incluidos sus hermanos y ya no se diga sus partidarios políticos hablando siempre con desdén y absoluto desprecio de todos ellos. Del segundo matrimonio civil de mi papá nacieron dos hijos, Gabriel y María Mercedes. Mi madre, doña Betty Castillejos Madariaga, murió de 60 años en la ciudad de México el día 7 de octubre de 1974 y sus restos reposan en el Panteón Español de San Joaquín. Mi padre, don Julio Serrano Castro, falleció en Tapachula de 81 años y por voluntad de él fue sepultado en la tumba de su padre, de su hijo Rafael y de su hermano José Segundo, en el Panteón Francés de la Piedad de la ciudad de México.

A mi tía Ana María la recuerdo entre sueños. Era una mujer de fama en todo Chiapas por su singular belleza, de piernas muy bien torneadas y una sonrisa sumamente agradable no obstante sus dientes un poco grandes, que a decir de los que la conocieron, acentuaban su atrayente personalidad. En su libro “Historia del Teatro Emilio Rabasa”, don Fernando Castañón Gamboa consignó lo siguiente: “El 15 de marzo de 1929 la Sociedad Literaria Rodulfo Figueroa designó Reina de la Primavera a la gentil señorita Ana María Serrano Castro. La designación fue de lo más justa y merecida pues la señorita Serrano reúne todas las condiciones de una verdadera Reina”. Mi siempre bien recordada tía casó con el ingeniero Luis Castillo Ortega y con él procreó a Lucía, Victor Manuel y Ana María. Fue una consumada jugadora de tenis y paradójicamente su acendrada afición por dicho deporte precipitó su muerte, pues estando enferma de una tifoidea deambulatoria no le dio importancia a los leves síntomas de su mal y salió a la cancha para jugar varios “sets”. Al llegar a su domicilio, en la ciudad de Mérida, Yucatán, se empezó a sentir indispuesta. Los intestinos se le habían perforado y ello le provocó una peritonitis que la llevó a la tumba a la edad de 29 años. Sus restos descansan en Tuxtla Gutiérrez, a donde fueron trasladados muchos años después de su deceso.

Mis tíos Bertha y José segundo nacieron en la finca “Llano Grande” del Valle de Cintalapa. Mis tíos Federico, Rafael, Emilio, Ana María y mi padre en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Los padres de mi abuelo Federico fueron don José Segundo Serrano y doña Manuela Figueroa. Los padres de mi abuela Gabriela fueron don Rafael Castro Conde y doña Josefa Azurdia.

Mi abuelo materno se llamó Ignacio Castillejos Castillejos, pues era hijo de don Eligio Castillejos y de doña Helodia Castillejos. Nació en la segunda parte del siglo XIX en la población de Calera junto a una estación del tren denominada Jalisco, ahora Arriaga, y que con el paso del tiempo llegaría a tener importancia urbana y sobre todo comercial. Era de regular estatura y de cuerpo muy erecto, siempre conservó buena figura a pesar de sus canas prematuras. Contrajo matrimonio con la señorita María Madariaga Palacios, hija de don Salvador Madariaga y de doña Celerina Palacios. Mis abuelos tuvieron por hijos a Ana María, Betty (mi madre), Humberto, Mario y Julio César, todos nacidos en Tuxtla Gutiérrez, a excepción de mi tío Mario que es coiteco. Mi abuelo se educó en la ciudad costera de Chiapas que todos ponemos como ejemplo de zona calurosa, llamada Tonalá y por eso su esposa decía: -“Nacho es turulo”. Del acta de nacimiento de mi hermano Sergio Manuel deduzco que ha de haber trabajado para los Ferrocarriles Nacionales de México, pues en la parte en donde se asienta su “dedicación o trabajo” dice: ferrocarrilero. Era de condición económica modesta dada su inclinación a vivir sin lujos, aunque decorosamente, y por no haberse aprovechado nunca de sus empleos para hacer fortuna. Con seguridad recibió una severa educación por parte de sus padres, pues siempre tuvo su honradez como santo y seña de su recta conducta y aunque siempre respetó a su esposa dentro del seno del hogar, supimos el día de su muerte que tenía una hija fuera de matrimonio, de nombre Blanca, a la que por cierto conoció mi abuela y se trataron ambas con recíproco cariño. Lamento haber perdido a mi abuelo cuando tenía yo escasos 14 años, pues dadas las características de la personalidad de ambos intuyo que hubiésemos sido grandes amigos.

Don Ignacio, como le decían con respeto muchos de sus familiares y compañeros de trabajo, tenía un altísimo concepto de la amistad y más firme aun de la lealtad. Cuentan que al triunfo de la Revolución Constitucionalista encabezada por Venustiano Carranza, fue lanzado un decreto para que el primer jefe militar que tomase la plaza principal de una capital, se constituyese de inmediato en gobernador del estado, a fin de restablecer el orden y quitar de en medio a las autoridades que representaban al gobierno del usurpador Victoriano Huerta. Mi abuelo con su grado de Mayor alcanzaba la jerarquía de jefe militar, pero al tomar la plaza de Tuxtla al triunfo de los ejércitos constitucionalistas, al enterarse que por ese sólo echo ya era gobernador de Chiapas, fue a avisarle a su inmediato superior para que él tomase la titularidad del Poder Ejecutivo.

Cuando mi padre fue precandidato del PRI a la gubernatura de Chiapas puso su vida e integridad física en manos de mi abuelo, nombrándolo Jefe de su Guardia de Seguridad, pues don Ignacio era muy avezado en cuestiones de logística militar y ya no se diga en el uso de armas de fuego, por su participación en la Revolución Mexicana y posteriormente por sus labores de jefe encargado de una Comandancia de Policía en la Octava Delegación del Distrito Federal.

De la casa que tuvieron mis abuelos en Cuernavaca no me acuerdo, aunque supe por referencias que mis padres me llevaron a dicha ciudad para bautizarme en la catedral morelense. Una parte importante del noviazgo entre mis progenitores se desarrolló en el Jardín Borda, en el Casino de la Selva y en Chapultepec, tres importantes sitios de Cuernavaca, a donde iba Julio Serrano (El Cargapalito) a visitar a su novia Betty, a la que en una pronunciación muy inglesa aprendida en las películas gringas de la época, le llamaba “Bery”.

Recuerdo a mis abuelos maternos desde la época en que vivieron en las calles de Marsella de la Colonia Juárez, en donde eran vecinos del talentoso actor y escritor Tomás Perrín y de la esposa de éste, conocida en el medio radiofónico como “Cuca la Telefonista”. En dicho domicilio invitaban a jugar largas y alegres partidas de brisca a familiares y amigos, en las que participaban mis padres, Mario Montoya, mi tía Ahidé Gamboa, los hermanos César Armando y Enrique (Panyú) Lara, los hermanos de mi mamá Ana María, Mario y Julio César; también mi lindísima tía Olga Martínez de Escobar Castillejos fue muy asidua a dicho hogar. En la casa de mis abuelos se alojaban muchos chiapanecos de paso por la capital de la República, como el tío Celso Selvas y su esposa Lupita Liévano, el doctor Carlos Rincón y su señora Anita Montoya y ya no se diga Las Tías Pipas, Josefa y Josefina Madariaga, hermanas de mi bisabuelo don Salvador Madariaga. Eran dos ancianas solteronas, siempre vestidas de negro y educadas al estilo de las familias del más rancio abolengo, una alta y la otra de menor estatura. La Tía Pipa más pequeña, desarrolló unas cataratas que no le permitían ver, pero así mismo una extraña pasión a favor de Adolfo Hitler en plena Segunda Guerra Mundial, que la inducía a entrar en cómicos ataques de ira cuando por las noticias de la radio se enteraba de algún triunfo de los Ejércitos Aliados, integrados en aquellos días fundamentalmente por Inglaterra, Rusia y los Estados Unidos. Odiaba así mismo a los toreros y de la llamada Fiesta Brava decía que era la peor salvajada inventada por algunas mentes inhumanas y retrógradas.

Visitaba también la casa de mis abuelos Costita Rabasa, pariente muy cercana del insigne jurista chiapaneco Emilio Rabasa. Mis padres la han de haber querido mucho, pues cuando murió mi hermano Rafael le tomaron una fotografía en los brazos de Costita y siempre la guardaron como una valiosa reliquia. Desde entonces le tomé aversión a las fotos de niños dormidos, pues me recuerdan la imagen de mi hermanito muerto poco después de haber cumplido un año de edad.

Vivieron mis abuelos en una casa o departamento de la Colonia Doctores de la que recuerdo como detalle que se grabó indeleblemente en mi memoria un perico que cuidaba mi abuelita con esmero y al que le limpiaba la jaula todos los días, para quitar sus deyecciones y una gran cantidad de trozos de tortilla dura. Me veo acostado en una cama con mi tía Ana María, hermana de mi madre, cantándome aquello de “siento en el alma unas ganas inmensas de llorar”. Al entonar esa canción le rodaban las lágrimas por las mejillas y yo lo tomaba como parte de la “actuación” de ella para hacer más creíble la letra, sin saber que estaba de pleito con su novio Tomás, un muchacho de origen libanés por el que ella siempre guardó muy buen recuerdo. Me llevaba mi tía a la tienda de Tomás, allá en las calles de Correo Mayor, y en el mostrador, donde ambos tomaban café tipo árabe, me sentaba para que los escuchase platicar animadamente. Para evitar la intervención de impertinentes, ya de regreso si algún joven se le acercaba a mi tía Ana María, decía que yo era su hijo y así desanimaba al presunto galanteador.

Mi abuela, doña María Madariaga Palacios, nació en Pueblo Nuevo Comaltitlán, según el respectivo documento, pero su padre quería para ella una esmerada educación y la llevó a Tuxtla entregándosela a los padres de los hermanos Lara: César, Juancho y Panchito. Estudió en la Escuela Normal y fue una destacada maestra desde muy joven, acusando un fuerte carácter y temple poco común en las mujeres de ahora, y ya no se diga, en las de aquella época. Cuando ya estaba casada con mi abuelo Ignacio fue protagonista de un hecho que pinta de cuerpo entero uno de sus principales rasgos, que fuera su indiscutible valor y rectitud para encarar cualquier problema. Sucede que por desavenencias surgidas de la revolución mi abuelo debió esconderse pues le habían puesto precio a su vida al triunfo de la revolución constitucionalista, por haber militado como simpatizante de Francisco Villa. El general Carlos A. Vidal, llegó a una finca a buscar a don Ignacio Castillejos y al encontrar a mi abuela, sin desmontar su cabalgadura y con la pistola en la mano le exigió denunciara el paradero de su marido, mientras mi abuela parada en el piso lo veía con mirada retadora. Doña María Madariaga, acercándose pausadamente a la zona en donde se encontraban caballo y jinete, en un descuido de éste le arrebató la pistola y apuntándole al cuerpo con la misma le dijo: -“Te voy a enseñar que no se le amenaza impunemente a mujeres indefensas”, al tiempo que le daba un fuerte jalón de la ropa obligándolo a desmontar de improviso. En plena etapa de la guerra civil mexicana el hecho trascendió como algo inusitado, dando lugar a que mis abuelos con sus pequeños hijos se fueran a refugiar a Honduras, en resguardo de su integridad física y de sus vidas para evitar las posibles represalias. Como dato histórico cabe señalar que el general Carlos A. Vidal siendo gobernador de Chiapas apoyó la candidatura de Francisco Serrano para la presidencia de la República, significándose por tanto como enemigo de Alvaro Obregón, muriendo junto con el general Serrano en la masacre de Huitzilac, en donde fueron alevosamente ejecutados con las manos atadas con alambres en la espalda junto con otros once partidarios del militar sonorense. El mismo día, al gobernador interino de Chiapas, Luis Vidal, lo fusilaron en Tuxtla Gutiérrez, como ya era costumbre, sin mediar un juicio o una causa así fuese sumarísima.

Hubo una etapa en la cual mi abuela vivía en Chiapas con sus hijos varones y mi tía Ana María y mi abuelo en Honduras con mi mamá, en la casa de mis tíos Guillermo Martínez Escobar y su esposa María Castillejos. Don Ignacio vio en una ocasión parada en la pared una enorme mariposa negra, de esas que en Chiapas llamamos “colmoyote” y le dio un vuelco el corazón al pensar que presagiaba alguna desgracia el inofensivo animal. En la tarde de ese día recibió un telegrama por medio del cual su esposa le avisaba que había fallecido Humberto (Tito), el primer hijo varón de ambos, a consecuencia de una severa seprticemia provocada por él mismo al hurgarse una muela con un clavo.
El noviazgo de mis padres se consolidó en la Casa del Estudiante ubicada enfrente del Jardín del Carmen en las cercanías del llamado Barrio Estudiantil de la ciudad de México. Mi padre sacaba el piano del salón de música, lo colocaba en el patio y desde ahí tocaba el vals “Recuerdo” para darle serenata a quien posteriormente sería mi madre. A dicha casa llegaron a vivir mis abuelos cuando dejaron Chiapas en la búsqueda de un mejor nivel educativo para sus hijos, a sugerencia de don Vicente Liévano, pues él era el administrador del inmueble, en donde vivían muchos estudiantes y entre ellos mi padre, mi tío Emilio, Alberto “La Choca” Marín Barreiro, Joaquín “El Charro” Aguilar Borges, y por supuesto Ricardo “Caco” Liévano, hijo de don Chente y de doña Mechita.

Mi abuela María tenía mucha facilidad para arreglar matrimonios entre personas que casi no se habían tratado, y así por ejemplo, casó al licenciado Antonio G. Díaz con su sobrina Bertha Gamboa Castillejos. Muchos años atrás hizo algo similar al casar a sus cuñadas Mercedes y María Castillejos, con los hermanos Adolfo y Guillermo Martínez de Escobar, respectivamente.

Tengo recuerdos muy vivos de mis abuelos maternos cuando habitaron primero en el número 72 de las calles de Mérida de la Colonia Roma y posteriormente un departamento del número 80 de la misma rúa, en donde tenían el teléfono 11-05-03. El número telefónico anterior fue el 11-05-43 y se lo traspasaron a mi tía Mechita Castillejos. Enfrente de mis abuelos vivía el ingeniero don Amilcar Vidal con su esposa y sus hijos, diputado constituyente por Chiapas en la convención de Querétaro en el año de 1917, de donde surgió la actual Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. En el segundo domicilio de referencia se reunían mis abuelos a jugar canasta uruguaya, con mis padres, con el licenciado Emilio Salazár Zorrilla y su esposa Guadalupe Narváez, con Julio Humberto Trujillo, Oscar Selvas, mía tía Ana María Castillejos y su esposo el coronel Alfonso Chanona López, con Joseito y Joaquín Lara. Por cierto, mi tío Alfonso Chanona tuvo amistad personal con el licenciado Miguel Alemán Valdés, quien el día en que falleció mi referido familiar político ordenó se le ascendiera a Teniente Coronel, por sus méritos en campaña, lo que hizo de conformidad a sus facultades como presidente de la república. En dicho domicilio se alojaban también la tía Petra Castillejos, la tía Consuelo Selvas y su esposo Noé (no recuerdo su apellido), el tío Celso Selvas y su esposa Guadalupe Liévano Lara. Mis abuelos vivían siempre muy acompañados y en una permanente romería de chiapanecos llegados del terruño o ya avecindados en la ciudad capital. Con ellos trabajaba desde que mis tíos y mi madre eran niños, una coiteca de nombre Dolores Martínez, mamá de Rodolfo Pérez Martínez, al que ante la imposibilidad de decir su nombre, pues tenía yo apenas dos años de edad, lo llamaba Toto. La última etapa de su vida la vivió doña María Madariaga en San Andrés Tuxtla, en donde dirigió y actuó teatro experimental con una naturalidad tal, que cualquiera hubiese pensado era una consumada actriz profesional.

Mi tía Ana María Castillejos estudió en la Escuela Normal de Maestros de Toluca en donde obtuvo su título con mención honorífica. Ahí fue compañera de aulas de Eva Sámano, quien posteriormente casó con Adolfo López Mateos. Era una mujer muy preparada e inteligente la hermana de mi madre. Fui testigo de una parte importante de su noviazgo con Alfonso Chanona, pues me llevaron en diversas ocasiones a remar al lago de Chapultepec a donde también iban Eduardo Cuessy Pola y mi tía Olga Martínez Escobar Castillejos, quienes contrajeron matrimonio a la postre. Mi tía aprendió desde muy joven a preparar tamales chiapanecos y eran los de su especialidad los denominados “untados”, también conocidos como de “hoja de plátano”. Era una delicia conversar con ella, pues además de su amplia cultura sabía de esoterismo y de cuestiones metafísicas.

Mi madre fue la segunda de los cinco hijos de mis abuelos. Su proverbial belleza empezó a cobrar fama desde que estudió en la Escuela Tipo del Estado, de la cual fue reina. La recuerdo en una fotografía de pasaporte en compañía de su papá. Tenía entonces ella unos 14 años y su perfil era sencillamente perfecto, al igual que su óvalo de cara, sus ojos y sus proporciones corporales, pues aunque no era alta, pudo haber posado para cualquier escultor para modelar a Venus. Lo más bello de mi madre era su espíritu jovial, su exquisito don de gentes y el verde esmeralda de sus ojos. Reía con suma facilidad y festejaba las gracias de los demás ruidosamente, pero sin perder su dulzura y las buenas maneras. La tengo en mente en nuestra casa de las calles de San Luis Potosí de la ciudad de México, cantando Perfidia mientras arreglaba la colcha azul de gusanos de algodón de su cama. La gente siempre la quiso mucho. Entre sus principales amigas vale mencionar a “La Güera” Edilia Montero y a su hermana Eugenia, y por supuesto a Canda Morell Ramos, hermana de mi suegra, doña América de los mismos apellidos. Mi linda madre nunca pudo asimilar del todo la pena de su divorcio y la separación temporal de sus seis hijos, pues mi padre dispuso enviarnos a vivir a Tuxtla con su mamá, doña Gabriela Castro Vda. De Serrano y su prima Dolores Farrera Serrano, quienes cuidaron de nosotros con esmero y cariño.

Una fotografía que envío de mi madre mi abuela María a los famiiares de Arriaga de apellido Gamboa Castillejos, como la sala donde fue ubicada permanecía abierta fue hurtada por un loquito quien la fue a colocar en las cercanías del altar mayor y siendo mi progenitora de una belleza sin igual la gente pensó era la imagen de la virgen y le empezaron a llevar flores y luego hasta de esos milagros metálicos que venden en los mercados. Como alguien le colocase a un lado una pequeña charola para las limosnas en donde empezaron a cer muchas monedas el cura le puso un cepo diciendo seguramente


Julio Serrano Castillejos

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Publicado el: 11-10-2005
Última modificación: 28-11-2017


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