Tú sembraste la semilla
en el vientre de mi madre,
ayudaste a que existiera
éste, el que hoy quiere cantarte.
Imagino tu alegría
secreta dentro del alma,
porque mi madre abrigaba
un ser entre sus entrañas.
Quién sabe que habrás sentido,
en el momento en que entraste
a verme por primera vez, a mí,
el que hoy quiere cantarte.
Noble Padre, yo te canto
esta pobre poesía,
te canto un enorme ¡Gracias!
¡Muchas Gracias por la Vida!.
Muchas gracias por las horas
que dedicas día a día
a trabajar para darnos:
ternura, abrigo y comida.
Gracias, Padre, por existir,
por ser la luz encendida,
por no querer ser la sombra,
por querer ser la alegría.
Tú tuviste tus errores,
tú tuviste tus defectos,
mas... cuantas veces caíste
te levantaste de nuevo.
Seguiste siendo la fuerza,
seguiste siendo el camino.
Te pareces a José,
el carpintero judío,
pues también eres carpintero,
trabajador y sencillo;
y si tus manos son ásperas
a causa del sacrificio,
saben dar suaves caricias,
como las manos de un Cristo.
Noble Padre, ¿Qué otra cosa
puede decirte tu hijo?.
Que eres bueno, que eres justo,
que guardas algo de niño;
que yo y todos los tuyos
te agradecemos tu olvido
de no pedirnos las gracias
por todo tu sacrificio.
Noble Padre, ¿Qué decirte,
que ya antes no te haya dicho?.
Noble Padre, mi mayor orgullo
es el saberme tu hijo.
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