Cuánto necesité para adaptarme,
a trotar entre espinos y matojos,
sin notar la fortuna ante mis ojos
porque sólo me urgía castigarme.
Así empeñado siempre en hostigarme
no reparé en andar quizás de hinojos
y aunque intenté salir de los abrojos
no abandoné el afán por torturarme.
Pues hoy la misma historia se repite
mucho después del último estropicio
y sin notar mayores desperfectos,
por mucho que lo trate y lo ejercite,
pudiendo siempre ser que pierda el juicio
siempre veré mis rumbos incorrectos.
|