Ya cuento las arrugas de mi frente
al ponerme delante del espejo,
y no es que alguien me tire del pellejo
tratando de agarrarse de repente,
si no que el tiempo pasa indiferente
mientras yo sí descuido el entrecejo,
porque ya el pundonor se pone añejo
y la vida no guarda su aliciente.
Quizás las fuerzas ya no son las mismas
ni siquiera los ánimos se exciten
mandando sus reflejos al instante,
siendo hora de que cambie los sofismas
por más que las ideas se me irriten
de forma desdeñosa y arrogante.
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