Ni soñar a placer me permitía,
tal vez despellejando un elefante,
que si no fuera un animal gigante
tampoco muy seguro yo estaría.
Pues marcharme volando no podía
a no ser que ocultara bien mi cante,
pero al tener un mogollón de aguante
con más uñas que dientes yo vivía.
Porque el orgullo era constante y fuerte
no podía pensarse en depresiones
que tirar no fuera más del carro,
pues gracias tuve, creo, buena suerte
a pesar de los fuertes coscorrones
que mi pies escapaban bien del barro.
|