Taciturno y a medias despejado
metro a metro divago en nada fijo,
con las manos al hierro me dirijo
de lunes a domingo siempre atado.
Y así me dejo el madrugón de lado
si bajo tierra al túnel me cobijo
sin ningún corazón ni regocijo
hasta que a la estación haya llegado.
Pues como alma de acero inoxidable
tal que un lince recorre fiel la acrópolis
cada hora sin parar, a cada instante,
donde el medio se vuelve irrespirable
y al igual que en cualquier sutil metrópolis
lo que importa es que sigas adelante.
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