Te supliqué y entonces...
por el suave tobogán de tu mejilla
resbaló una lágrima perdida,
como una gota de rosal, tallada
en la punzante muesca de una herida.
Para no perder la valiosa gema
la tomé tembloroso entre los labios,
era el trofeo de todos tus sonrojos
y esa lágrima encendida, antes
rodó traviesa con tesón creciente,
como cristal de roca de tan negros ojos.
Haciendo a un lado todos mis resabios
bebí con pasión el zumo de esa gota,
cual fuente eterna que me da la vida.
Luego...
volví a rogarte apasionadamente
y sentí en tus pómulos violáceos
cómo una nueva lágrima corría,
muy seductora, audaz e impertinente.
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