Se puso el pentagrama de tu cielo
al servicio de aquellos tus asombros,
dejando en el rincón de los escombros
las nubes enfermizas de mi celo.
Luego cubriste con nimbado velo
la suave brisa de tus dulces hombros,
una voluta que guardas tras los biombos,
negra cascada de tu hirsuto pelo.
Al fin de tan graciosos escarceos
de aquél impulso que tan bien te sabes,
vi un terso amanecer, tal vez infausto.
Vertiste en el jardín de los deseos
la alquimia codiciada por tus naves
llevándome a gozar del holocausto.
|