Selva y trinos tenía la rosa herida
de mi noche ardiente y sensitiva
del alto caserío.
Y en ese mi penar tal vez sombrío
de mi oscuro jardín tan solitario
crecieron las espigas de la vida.
La espigas de ayer bien desgranadas,
las risas y alegrías
y el supremo confín de carcajadas.
Selva y trinos tenía mi libro abierto
donde pude escribir el nuevo diario
de aquella mi algarada.
Magia y risas tenía la puerta inquieta,
la luz de la alborada
y el árbol más frondoso de mi huerto.
De mi huerto que supo de esperanzas…
de sueños por la noche bendecidos
con templanza
y del resumen de los tiempos idos.
Queja y sombras tenía la tarde amarga
de la lluvia eclipsada en el letargo
y en esa desventura
hundiéronse humillados en el lago
los quietos cisnes blancos
de mi alma ensoñadora
de antañona figura colilarga.
Selva y trinos tenía la nave errante
de la ausencia lejana del olvido,
del celo itinerante
de la tibia ventisca del pasado…
de lágrimas marchitas
de aquella rosa blanca
que llora el corazón entristecido.
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