Barquita fuiste, nunca velero.
Siempre ibas navegando
a la orilla de los sueños.
El mar nunca te abrazó,
ni tú le hincaste el pecho.
Te enamoraste del río
cuando te iba meciendo
y te llevó bajo el puente
con arrullos y requiebros.
Barquita fuiste, nunca velero.
Que el río te engatusó
y tus velas las dobló
sobre tu piel marinera.
A la luna le encargó
que bien alerta estuviera,
por sí una noche cualquiera
tú intentases izar velas.
El río, moro se hizo,
formó con sus orillas murallas,
con sus cristalinas aguas
hizo mezquitas de plata.
Y tú, barquita sin remos,
te fuiste haciendo mástil
de suspiros y lamentos,
meciéndote en tu cautiverio.
Barquita fuiste...
¡Nunca velero!
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