Sucedió hace poco más de 25 años,
pero es como si hubiera sido ayer.
Caminando por México, un día de tantos,
llegué a un viejo edificio color café.
Atraído por el aroma de tinta fresca,
conocí una sencilla y modesta academia;
dentro, las alumnas destilaban letras,
una tras otras, ¡una verdadera epidemia!
Ellas no eran escritoras ni literatas,
sino aspirantes a ejecutivas secretarias,
pero la fragancia a tinta no era errata,
impregnada en ellas, muy bien se advertía.
Fue una extraordinaria y extraña vivencia,
pues aunque allí no se hablaba de Cervantes,
apreciar aquel aroma de tinta de academia,
fue algo inaudito y mucho muy contrastante.
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