Creo en Dios,
el Todopodoro tan lejano y tan cercano,
cuyos caminos me perturban hasta perderme en ellos.
Creo en el cielo,
lugar que conocí cuando vivía en el centro de tu mirada.
Creo en el infierno,
la hoguera eterna del castigo en el que tu partida me dejo,
viendo mis miembros secarse en soledad,
junto al sueño estúpido de tu regreso.
Creo en la agonía,
el morir de mis huesos tras mi profundo gemir,
por saberte de otro que no te merece.
Creo en la desidia que te arrastro a otros brazos.
Creo en el hambre,
ese que no puedo calmar en otros vientres.
Creo en la bendición,
el don en el que vive hoy ese hombre que se calienta a la luz de tus ojos,
hombre que tiene incondicionalmente tu cuerpo,
que besa tus labios y retiene tu corazón.
Y creo en la eternidad,
este sentimiento que no cesa ni muere.
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