Me dejé llevar por el viento silbante
que impaciente, me sorprendió dormido.
Tomó mi cuerpo, lenta y sigilosamente,
mas no mi alma, inmersa en un ronquido.
Traspasó conmigo el umbral de la ventana
hacia la lluvia y las luces borrachas;
nos perdimos en el mundo de la nada,
donde todo es calma y reina la paz.
El viento me depositó a la orilla de un río;
aunque sus aguas oí, nunca las pude ver,
pero supe que en ellas habitaba el frío...
Allí permanecí solo, hasta el amanecer.
Viento silbante, fuerza de la naturaleza,
¿cómo es que pasas siempre y no te quedas?
¡Devuélveme a mi lecho pronto y con certeza!
Viento silbante, tan real, nunca quimera.
Dile a tu amo Eolo que no lo obedecerás,
que por tí mismo, tú rumbo decidirás
y ahora, explícale que más ya no te verá,
que en este momento, tú ya de aquí te irás.
Me dejé llevar por el viento silbante,
que acudió por mí hasta la orilla del río.
Tomó mi cuerpo, lenta y sigilosamente,
mas no mi alma, inmersa en un ronquido.
Traspasó conmigo el umbral del nuevo día
y entre los rayos del tibio y naciente sol,
me llevó a mi habitación, a mi casa querida,
donde todo es calma, donde reina el amor.
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