Va y viene, amenazante, lo observa muy bien todo,
saluda sólo si considera que le puede ser conveniente
y comulga con la idea de que los demás, son estorbo,
es astuto y sabe exactamente qué es lo que quiere.

Camina rápido, aunque no sin pocas dificultades,
pues su larga cola le es un impedimiento natural;
es hábil en la tarea de cambiar de disfraces
y entre los animales, es temido, sin titubear.

Es el señor Lagarto, colmilludo y de gran boca,
rodeado de sus ayudantes, eternos parásitos;
bueno, al menos esa es su visión, muy corta,
pues se autodefine como ejemplar de éxito tácito.

Puede permanecer largo tiempo en inamovibilidad,
aunque lo cierto es que siempre está en acecho.
Un poco pariente de las víboras, cambia de personalidad,
en un camuflaje sublime, sencillo, muy bien hecho.

Cuando se mueve por debajo de las turbias aguas,
ataca velozmente, sin darse mucho a conocer
y sólo él conoce las intenciones que se carga,
en eso de fastidiar a sus presas para comer.

Es el señor Lagarto, necio y muy mal educado;
algunas pequeñas aves le asean muy bien los dientes,
mas él, de urbanidad no conoce ningún tratado
y en toda criatura, observa a un buen sirviente.

Así pues, cuidado al toparse con el señor Lagarto,
de mirada profunda y oscuras intenciones.
Aunque su cola tiene varios metros de largo,
él asegura y advierte que esas son puras exageraciones.

Raff