Sobre la esfera celeste,
diamantino jardín
que disfrutan mis ojos,
pareciera reinar
(mi pequeñez lo juzga)
ciclópea, majestuosa,
la inercia sempiterna.
Como en un viejo reloj
donde la arena
es la única inquieta,
sólo algunas estrellas
fugaces, vagabundas,
se atreven contra el orden
que ha sido establecido.
En vano habrá la ciencia
buscado explicaciones:
la traslación,
la elipse,
no cambiarán la historia.
Para nosotros siempre
perdurará la inercia.
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