Un buen día, se me ocurrió consultar el diccionario,
sin ninguna razón, por el placer de eso hacer.
Me aburrí de verlo estático en el librero a diario;
fue un rato en el que no tenía ningún quehacer.
Más que tumbaburros, mi diccionario es un proyectil:
pastas duras, como piedra, con casi 3 mil 200 páginas.
Primero, sólo de abrirlo, mucha flojera sentí,
pero ahí conocí lo que difícilmente uno imagina.
Al azar, lo comencé poco a poco a consultar,
menos mal que tiene viñetas, fotos y esquemas.
El diccionario no sólo sirve para salir de dudas,
sino también para saber de todo un poco más.
Por ejemplo, supe ya lo que viene siendo la cuja:
bolsita de cuero asida a la silla del caballo.
Al ver la palabra saltarelo, hice una consulta:
es un baile español del ayer, de tiempos de antaño.
Supe que la fresquilla es fruta similar al melocotón
y que en minería, la bocamejora es un pozo auxiliar;
locuciones latinas y extranjeras, hay por montón,
así que también sobre ellas, me puse a curiosear.
Entre los romanos, jus gentium era derecho de extranjeros,
que hoy, para precisarlo sin ninguna confusión,
es el Derecho Internacional, para malos y buenos,
porque en esto, no cabe ninguna distinción.
En el capítulo donde se publican muchas biografías,
descubrí que Faetón fue hijo de Helios y Climena;
claro, aquí no hay sólo personajes de la mitología,
vale a este respecto, hacer esa aclaración buena.
Para cerrar esta poesía, ahora te siembro la duda:
¿sábes que és y en dónde se da la llamada tacada?
¿Qué significan machamartillo, ecce homo, frutar,
oneirismo, quisicosa, cedulón, matachín y lanada?
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