Un estallido aturde
mi cabeza a las once
y un laberinto oscuro
crece hasta el infinito,
ante mis ojos húmedos,
marchitos, tan perdidos.
No me cura el calor
del pecho de mi madre;
la fuerza de mi padre
no puede sostenerme;
son vanas tantas cosas
y... sin embargo hay otras
que me cargan el pecho
de una inmensa sonrisa.
Queda un instante y vivo
los años de mi vida,
redescubro momentos
felices de otros tiempos.
Sobre el charco carmín
brego por levantarme.
Estallido, once y uno,
todo dice: ¡Ya es tarde!.
Desde un lugar oscuro,
aterrador, infame,
laberinto sin luz
que da a ninguna parte,
mi voz, ahogada en sangre,
pugna por ir a hablarte,
pedirte: ¡No te rindas!...
Pero son once y dos,
y ya no puedo,
es tarde.
|