Como liviana piedra que no conozco,
tu diamante abrasador, tu roce indeleble,
es vestido de novia que luces de pronto,
lívida, hermosa, graciosa, transparente.
Hundo mis brazos si te acercas,
vienen sin música, en soledad cantando,
mientras las estrellas tú cuentas,
queriendo desprenderlas, te equivocas tanto.
Por las horas de la noche,
entre la madrugada, entre dos bocas,
cruzan el firmamento cometas en derroche
y las escasas nubes, se vuelven locas.
Palabra que estalla, llegado el instante,
en las sienes, en los labios, en los ojos,
en las bocas, en los dedos, en las manos,
en los sentimientos todos, pintados de rojo.
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