(Camino de la taberna)


La tarde trae un perfume de menta,
de gitanillas, de madreselvas,
de juncia, majuelos y yedra
que en el aire se me mezclan
mientras voy pá la taberna.

Por el “Callejón del Agua”
recuerdo mis primaveras,
no voy solo ni en compaña
pero si llevo a cuestas
mis desventuras y penas.

Mientras voy pá la taberna
mi conciencia se despierta
y comienza con sus quejas:

._No vayas, no vayas a la taberna,
que nunca se ahogan las penas._

Y yo sigo mi camino
sin oir sus encomiendas
hasta tropezarme con ella
y con sus puertas abiertas
donde me espera mi mesa.
Entro con pasos firmes
y voy derechito a ella.
Huele a vino, a taberna,
y sin mediar palabra,
me traen ¡vaso y botella!
y en ese instante comienza
una partida muy seria
entre mi vida, mis penas,
el vino, la conciencia
y cierta arrogancia grotesca.

Que malas cartas yo llevo,
en esa partida tan negra
y mira que me echo faroles,
pero el vino y la conciencia
me ganan toas las apuestas.

La pesadilla comienza,
mis sueños no se despiertan,
mis ilusiones están quietas
y comienzo a maldecir
al cielo con violencia.

Mi cabeza se recuesta
sobre mi amiga la mesa
¡la mesa de la taberna!

mientras voy acariciando
los nudos de su madera.

Pozo negro es el camino
ya sin aroma de menta.
Las retorcidas callejas
son sogas que me ahogan,
que me aprietan.

Con el norte ya perdío,
que no encuentro ni mis penas,
soy un mástil ya partido
de una barquita sin velas
buscando el camino de vuelta.

Mientras lo intento encontrar,
miro al cielo y le grito:

¡Dios que malito es el vino!
Que no me deja olvidar
mis pesares y mi maldito destino.

Mercedes A. Alexandre