Llegó el otoño,
con cara de cansado,
mudando la piel de su pasado;
Cían tantas hojas al vacío,
que el viento se veía entorpecido.
Los árboles pelados,
con niebla por abrigo,
pregonaban su queja,
al barranco vecino.
¡El sol ya no era el testigo!
La tarde recitaba sus encantos,
a la noche, que pronta, se acercaba.
¡PERO EL CORAZÓN DEL HOMBRE,
NO CAYÓ EN LA CUENTA!
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