Dormido, un niño puso a secar sus pensamientos al sol;
de dos en dos, los fue colocando cuidadosamente,
como si se tratara de finos cristales de charol,
como si fueran diamantes pulidos celosamente.
En eso estaba, cuando se hizo presente el viento,
el cual, atónito, no comprendía del infante su actitud.
Sin pensarlo mucho, sopló fuerte y en tan sólo un momento,
esparció aquellos pensamientos por doquier, a plenitud.
Dormido, el niño se puso las sandalias del viento
y con ellas buscó por todos los lugares y caminos,
uno por uno, con gran empeño, todos sus pensamientos,
mas no tuvo suerte y el niño, muerto, sueña que está dormido.
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