Recordando tu agonía, hubiera querido decirte tantas cosas,
pero en esos momentos, cuando en el corazón sentías
las grises nubes que antes habían sido hermosas,
callé y hacia donde los vientos me empujaron, me fui a la deriva.
Tú, que en el cielo habitas y que con ojos amorosos me miras,
extiende tus blancas manos y acaricia mis sienes;
vuélveme a decir, como antes tú lo hacías
madre, que siempre me cuidas, que aún me quieres.
Recordando tu agonía, al Señor no le reclamo tu partida;
antes bien, me alegro que estés con el Creador.
Superaste las enfermedades y los dolores, querida madre mía,
y hoy, entre celestiales ángeles, te encuentras con Dios.
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