Tus labios de lucero del alba me enamoran,
mi corazón palpita cada vez que te recuerdo,
y mis manos entristecen
por no poder acariciarte,
y su calor y su temple
se difuminan en al aire.
En el cielo, una estrella contempla pensativa, coqueta, observadora,
el devenir de tu amor y el mío...
Y en el silencio del cosmos,
en la pizarra de los agujeros negros,
escribe palabras de esperanza,
de consuelo, de templanza...
¿Cómo pudiste enamorarme tanto?
Yo que me refugié tontamente en las rutinas de mi ser.
Yo que llegué a echar incienso a la soledad de todos los días,
que pensé que el amor ya no existía,
que era trampa de tontos,
momento pasajero y anodino,
sentimiento frugal,
placer sin contenido alguno,
desasón, engaño y sueño errante;
yo que creía saber todos los secretos,
yo que pensaba escalar el cielo sin ninguna compañía,
¡oh Dios mío! ¡cuan iluso fui!
Y tú, con tu candidez, con tu desparpajo,
con tu saber estar, rendiste mi corazón
casi sin pedir permiso,
embrujaste mi vida con la pureza blanca de tu alma, de tus besos,
de tu ir y venir por los jardines secretos que rodean mi vida,
mis sueños y todo lo que soy.
Y tú,
blanca espuma que recala coqueta en las playas vacías,
vuelo de gaviota,
mujer completa de espíritu y materia,
sencilla como la gota de agua mañanera,
paloma de la paz, belleza,
bien y libertad madura...
Aquí sigo, pensando en ti, minuto a minuto,
sin descanso,
recostado en la luz de la luna
que a duras penas llega,
tú, que eres pájaro y vuelo,
y que conoces bien la libertad del viento,
su soplo y su sollozo;
Precisamente por eso, así te quiero,
así te sueño, y así ¡TE ESPERO!

Fernando Pérez.