No vi su cielo,
no halle suspiros en el mar,
ninguna indicación
del lugar donde habitaba.
Seguí el cortejo
a la luz de las sombras encendidas,
que con pincel certero
dibujaban un amor elocuente.
Traspasé el río con pies de plomo,
y el cantar del ocaso en los pantanos.
Nada encontré que me recordara su alma,
ni sus colores,
ni su estado de ánimo.
Anduve descalzo,
abstraido en nubes de argumentos
que derivan pensativos
al lugar que marca el noroeste.
Corrí detrás del arcoiris
con el esmero del poeta,
en búsqueda cautiva,
ignorando la tormenta y el frío.
Ya cansado de ir tras ella
detuve mis deseos,
y pregunté a la luz de Venus:
¿Dónde está María?
¡Maria no es el tiempo!
¡María no es el sitio que tu esperas!
¡María es el sentir de una amapola!
¡la soledad desnuda de ese amor que se sueña y casi nunca llega!
¡María es la que espera que la sientas!!
¡que la llames!
A veces es como un rostro,
un equipaje lleno de ilusiones,
un paisaje,
un sentimiento,
un adios y un regreso.
¡María nunca temió las tempestades!
ni se instaló jamás
en la parte ruin de la rutina,
de aquellos días desgastados por el tiempo.
¡Que rabia siento
cuando no encuentro sus manos
posadas en mi cara!!
Y es que María aparece y desaparece y nunca dice nada!
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