Cuando en aquellos inviernos paseabas,
por los senderos azules de la tarde,
yo miraba tu estela y la ruta que seguías,
para entonar un canto gregoriano,
para entender los misterios cotidianos.
Pero jamás logré saber,
que cosas bullían en tu mente,
ni siquiera por qué lloraste tantas veces.
Después giré la vista hacia otro lado,
te regalé unos cromos de aquel santo,
por ver si tu problema era el destino,
y tu me sonreíste en voz baja.
Seguiste caminando,
sin mirar hacia atrás
marcaste una huella,
sin contornos precisos,
Y te fuiste.
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