-Señor pintor, me da gusto verlo.
-Su comentario me halaga.
-Lo admiraba, aún sin conocerlo.
-Gracias por sus palabras.
-¿Con cuántos pinceles trabaja?
-Con todos los que aquí observa.
-Perdón, pero creo que me engaña.
-Habla usted de prisa, sin reservas.
-Lo digo porque de pinceles no hay ninguno.
-Qué raro, aquí los tengo y son diez.
-Si me pudiera usted mostrar alguno...
-Ojalá que me entienda, por su propio bien.
-Mis pinceles simplemente son mis dedos.
-¡Pero, qué formidable, es increíble!
-Nunca los olvido, a donde voy, con ellos llego.
-Claro, pero dígame por qué los dedos, si es posible.
-Los de la mano derecha, pintan cosas bellas.
-Ya entiendo, y los de la otra, las que no lo son.
-Se equivoca. Todos pintan cosas bellas.
-No puede ser, en esto no parece tener razón.
-Usted, poeta, siente que todo lo que escribe es lo mejor.
-De ello estoy completamente seguro.
-Qué pena, es el público quien juzga bueno o peor.
-Es cierto, perdón. No lo olvidaré, se lo juro.
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