Colgado en una percha de madera,
estaba aquel abrigo negro,
siempre despierto,
cubriendo las espaldas,
haciendo de testigo.
Su turno de trabajo era el invierno,
cobijando paseos entre niebla,
achicando la lluvia,
resguardando del frío aquel amor,
aquella juventud del arco iris.
Un día me lo pidió un mendigo,
y se lo regalé,
se lo puso con prisa,
salio corriendo,
entre harapos,
con tierra en sus entrañas,
Tapaba sus miserias,
las de adentro,
las de afuera.
Al cabo de unos días,
se comentaba en la calle,
el hecho de haber hallado,
en el portal de una plaza,
la tristeza y un abrigo.
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