La vi que se marchaba
con sus prendas de seda
y un pañuelo blanco
cubriendo sus encantos.
Todo lo que ella es
no cabe en un misterio.
María es diferente,
su inmaculada sombra
caminaba despacio
marcando el paso de los sueños,
alborotando la resplandeciente luz
de mediodía.
Se que no se irá
del amor que me profesa,
que su viaje
siempre lleva un regreso.
Yo conozco a María
y se que le gustan las playas,
caminar descalza entre las olas.
Ella sabe muy bien
que ser feliz es una anécdota
si no se dona el corazón,
que amar eternamente
sólo cabe en los versos del poeta
o en los puntos cardinales de un deseo.
La lírica forma de sus manos
como azucenas,
como lirios bordados en un trozo de tela,
lanzan gestos alegres
que apuntan hacia el cielo.
María permanece
en los duros momentos de la muerte
para vencerla,
para amansarla y darle caza
y siempre logra como nadie
colocar en su lugar una esperanza.
Ella domina los sonidos del alba
y los lleva en su equipaje
siempre con la bondad como discurso.
María no es el tiempo,
María no se rinde
a la primera de cambio.
Es tenaz en la ternura,
valiente en la palabra,
acogedora en lo esencial.
Por eso María siempre está presente
en el silencio y la distancia,
en la ausencia y la dulzura.
María no mendiga los besos
los tiene y los regala,
los cuida como adornos en su alma.
Ella es distinta,
domina los espacios del silencio
con la sutil cordura que la ampara.
¡Y yo espero a María!
¡Pronto regresará sin decir nada!

Fernando Pérez.