Suman dos años, madre, de tu celestial partida,
ausencia cuyo vacío nunca nadie podría llenar.
Llegan a mí los recuerdos de innumerables días,
pero hoy por hoy, al egoísmo no me debo aferrar.
Extraño tu suave sonrisa y también tus consejos,
que atesoro y procuro aprovechar con inteligencia.
Veo tus letras, madre, en las cartas y documentos
que siempre escribiste para mí con tanta paciencia.
Lamento tu partida, mas sé que con Dios tú bien estás,
que tus dolores y sufrimientos, por fin, cesaron,
por lo que estoy tranquilo, madre querida y bella.
Tú, allá, en el Cielo, pero siempre por mí velando.
En estos dos largos años de tu irreparable pérdida,
me he dado mayormente cuenta de lo que es una madre.
En suerte, yo y mis hermanos, tuvimos una espléndida.
¡Gracias, Fita, por habernos dado también a un padre.
Hoy, se cumple ya tu segundo aniversario luctuoso
y yo, aquí estoy este día, trabajando y recordándote.
Te aseguro que tus desvelos no fueron infructuosos.
Gracias madre mía, yo siempre sigo adorándote.
Vayan hasta tí estos modestos pensamientos en verso;
son tuyos, recíbelos como una ofrenda, con alegría.
Van hasta tu casa, el Cielo, llevan muchos besos.
¡Gracias madre mía por todo, gracias, Fita querida!
|